Lunes, 20 de febrero de 2012 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Rocco Carbone *
Varios gobiernos latinoamericanos, junto con las organizaciones sociales, están abriendo nuevos capítulos pertenecientes a la política de la memoria dentro de la política de los DD.HH. Momento político saludable, porque recordar es un derecho. Y un deber también. El pasado no se clausura –menos un pasado de desgarramientos que inciden en los cuerpos, la historia, las palabras: ese que no tiene otra dimensión que la desmesura– y hay que entroncarlo categóricamente con nuestro presente con vistas a una proyección hacia el futuro. Bajo este lema funcionaría uno de los considerandos de la resolución que establece la Semana de la Memoria en el Paraguay –emitida por la Secretaría de Información y Comunicación para el Desarrollo– cuando subraya la necesidad de que las nuevas generaciones conozcan el origen y las consecuencias del Stronato (1954-89). Pero antes de la resolución de la Sicom, el Paraguay ya tenía su propia memoria reconquistada en democracia, encarnada en la institución Literatura: en los textos de Catalo Bogado Bordón (entre otros). Textos que funcionan sobre un entramado histórico-político por medio de la memoria. Memoria al modo de quien va solicitando con serena desesperación distintas capas de olvido. Entramados que sacan a la luz dramas del baúl de la Historia (junto con sus deidades inescrutables). Los relatos bogadianos se desentienden tanto de la precisión del hecho histórico como de su interpretación; y también toman distancia de la interpretación que la teoría política hace de los acontecimientos políticos. Más que como indicación de lo que fue, o pudo haber sido, pueden leerse como una fábula histórico-política. Por medio de la memoria (re)construyen y formulan una lectura del pasado reprimido del Paraguay. Literaturizan la historia silenciada y la contraponen a aquélla en la que el presente confirma su identidad; versión dominante de los hechos que prefiere marginar víctimas, perseguidos, asesinados. Su necesidad de mirar al pasado no se vincula tanto con la ampliación del conocimiento sobre lo que fue, sino con la necesidad de reconfigurar la conciencia de lo que es. Y que pretende desbordarse sobre la memoria colectiva del tiempo presente. Por ende sobre la memoria política, con vistas a la desidentificación del presente con el relato dominante sobre el pasado. Esto para que la palabra triunfe sobre el olvido en un país que tiene una tendencia a perder la memoria.
La narrativa bogadiana apunta a una versión “disarmónica” de los hechos: no celebra la pretendida armonía de la memoria colectiva y la historia como instituciones. Versión “disarmónica” que es funcional a la contracomunidad de la falta o la ausencia. De esto desciende que a raíz de las violencias dictatoriales, en América latina el concepto de memoria –y su rol político, ya que la memoria de los muertos es un problema político–, se ha vuelto nuclear para distintas instituciones/agrupaciones, para las cuales el presente se percibe a través del filtro de la memoria de los cadáveres insepultos del espacio público: los desaparecidos. Como tal, la literatura bogadiana hace de contrapunto y se propone como discurso contrahegemónico y denuncialista, que enfoca víctimas, perseguidos, asesinados.
La historia reciente de América latina puede leerse como la historia de cadáveres que no fueron sepultados: cuerpos y violencia política. Preservar la memoria colectiva-popular en su variante “disarmónica” es una actividad subversiva en la que la literatura de Bogado se inscribe poderosamente. Esta se constituye entonces en una ficción con valor de no-olvido. Con gran eficacia y desde el lugar de la memoria, esta ficción nos dice algo sobre la Historia que una Historia vectorizada desde los sectores dominantes olvida o prefiere solapar. Esta ficción confiere a los hechos una dignidad que les permite entrar en una historia orientada desde las clases populares. Es así que la literatura sirve para combatir el olvido con vistas a intervenir sobre él. Pienso en el cuento “El amor de la memoria”, que da cuenta de la dictadura stronista a través de Chararâ, aldea guaireña a los pies del Ybytyrusu. Lugar que la ficción construye como sinónimo de barbaridad. Por medio del personaje de una guerrillera, en ese cuento se rinde honor y dignidad política a la guerrilla antistronista. Y a todos aquellos que tomaron partido por el mundo. La literatura le otorga a guerrillera y a la guerrilla un “espacio público” que les permite aparecer y ser. Seguir siendo. Bogado hace aparecer a los muertos y los desaparecidos en el espacio público, que vuelven a invadirlo: cuando no se sepulta a los propios muertos, éstos reaparecen como espectros que revuelven el recuerdo sombrío. Más: se hace aparecer el pasado en el presente y la palabra literaria se vuelve política. Palabra que expresa la gratitud del mundo hacia la persona que manifestando(se) ha expresado su interés por el mundo y que arriesgando su vida adquirió la dignidad de ser “nombrada”: transformada en un ser memorable. Inmortal: y justamente por eso profundamente ligada al mundo humano. Todo esto nace de la aptitud de la memoria y la literatura aspira a la durabilidad de los hechos que ficcionaliza. Una literatura que fija en la memoria ya no nombres concretos, sino figuras imperecederas. Que hace aflorar en el presente –y desde el presente, en una espiral cuyo movimiento es un continuo retroalimentarse del pasado arrojado al futuro– un principio de esperanza.
Es posible postular esta literatura como una suerte de inconsciente político de la historia oficial. La necesidad de reconfigurar la conciencia de lo que es a partir de lo que ha sido impacta en la desidentificación del presente con el relato dominante sobre su pasado. En este sentido, algunos fragmentos pertenecientes a la memoria paraguaya, a través de una configuración literaria, pretenden dejar una marca en la memoria colectiva del tiempo presente. Y en la memoria política del Paraguay contemporáneo.
* Profesor de la Universidad Nacional de General Sarmiento. Investigador del Conicet.
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