EL MUNDO › UN CONGRESO EN FRANCIA DEBATE ENTRE REFORMISTAS Y ORTODOXOS
Fuego contra fuego del socialismo
En un congreso que mantienen el fin de semana los socialistas franceses se evidenciaron las divisiones en su seno: entre el “eje mayoritario y reformista” de François Hollande y sus opositores “ortodoxos”, como Jean-Luc Melénchon, de la “izquierda socialista”.
Por Eduardo Febbro
Tras las dos hecatombes sucesivas del año pasado –derrota en la primera vuelta de las elecciones presidenciales y posterior pérdida de la mayoría parlamentaria en la consulta legislativa–, los socialistas franceses buscan este fin de semana la unidad pérdida. Reunidos en congreso extraordinario en la ciudad de Dijon, al sur de Francia, el Partido Socialista emprende la difícil batalla de la conquista de la opinión y de la legitimación de sus ideas. El contexto público les es, sin embargo, menos favorable que nunca.
La impresión que dejaron las derrotas del 2002 aún no se disipó, tanto más cuanto que, en medio del naufragio, Lionel Jospin, el ex primer ministro socialista y candidato a la presidencia, abandonó la vida política y con ella a los suyos. Con él desapareció el líder indiscutido de la izquierda y buena parte de la identidad de los socialistas. Las rivalidades carnales entre “modernos” y “ortodoxos”, es decir, los partidarios de un socialismo puro y aquellos que optan por un “socialismo liberal”, salieron a la plaza pública. Ese debate terminó arrastrando la escasa credibilidad que le quedaba al socialismo hasta que el actual primer secretario, François Hollande, logró que el 60 por ciento de los militantes aprobara su línea, evitando así un “congreso de ruptura”. El partido al que el difunto presidente socialista llevó a la victoria en 1981 dejó de existir como tal entre abril y junio del 2002. La formación reunida en Dijon unió sus banderas bajo una misma causa, la “renovación”.
Para existir de nuevo, el PS necesita vehiculizar el sentido que se tragaron las urnas, elaborando una línea que conduzca a una síntesis entre sus dos vertientes, la moderna y la ortodoxa, sin excluir al mismo tiempo a las otras izquierdas que viven fuera y dentro del partido. Como decía a Página/12 un militante de los nuevos, “al PS le hace falta un nuevo programa de computadora, un sistema operativo capaz de poner en marcha la complejidad del sistema”. Uno de los pensadores políticos más agudos de Francia, Pierre Rosanvallon, argumenta que “hemos llegado al fin de un ciclo general de la idea socialista. No se trata simplemente del fin de un elemento de la cultura socialista. Toda la historia tiene que reescribirse y los proyectos de emancipación necesitan ser refundados”.
Bajo el lema “démosle fuerza a la esperanza”, el congreso y sus 4200 delegados tropezaron con las inevitables ambiciones de los grandes líderes de la rosa. François Hollande exhortó a los socialistas a “unirse” “para pasar a la ofensiva contra el gobierno” del primer ministro Jean Pierre Raffarin. Según argumentó, “debemos demostrar que existe una alternativa”. La famosa síntesis entre las tendencias está lejos de realizarse. La izquierda del PS, encarnada por dos corrientes sólidas, Nuevo Mundo y el Nuevo Partido Socialista, no se mostró dispuesta a hipotecar sus principios en pos de una unidad que dejaría afuera sus ideas. Tampoco lo harán los llamados “elefantes socialistas”, es decir, los dirigentes con poderosas influencias que ocuparon en el pasado cargos esenciales en los gobiernos de la rosa. Tal es el caso de los ex ministros de Economía y Finanzas del gobierno de Jospin, Laurent Fabius y Dominique Strauss-Kahn. Ambos simbolizan la tendencia moderna del socialismo. Sin embargo, Fabius y Strauss-Kahn difieren en la filosofía: abiertamente al estilo del “socialismo liberal” para el primero y más arraigada en la historia de los valores socialistas para el segundo.
Es lícito reconocer que el PS recibió un inesperado espaldarazo proveniente del exterior. Con la degradación de la situación social de Francia debido al discutido proyecto de reforma del sistema de jubilaciones, la izquierda recuperó alguno de sus argumentos y un campo de acción callejera compartido con los sindicatos. “La derecha afirmaba que estábamos muertos, sin embargo, aquí estamos, de pie y en plena renovación”, decía ayer uno de los líderes socialistas. Como un recuerdo de los viejos tiempos de la militancia con el timón a la izquierda y a todo vapor, la presencia en el congreso de Dijon de Bernard Thibault, el muy combativo secretario general de la CGT, movilizó aún más al PS en torno a su oposición al controvertido proyecto sobre la jubilación. La CGT es el único sindicato que sigue manteniendo su rechazo total a aceptar el texto gubernamental incluso con modificaciones.
El segundo día del congreso ofreció también una ventana para medir las diferencias que persisten sobre las condiciones en que las fuerzas de la izquierda tienen que unirse y para constatar cuán vivas están las divisiones. El llamado “eje mayoritario” de François Hollande se enfrentó a sus opositores. Así, Jean-Luc Melénchon, uno de los principales jefes de la corriente perteneciente a la “izquierda socialista”, advirtió: “Se ha levantado un potente movimiento social. El socialismo debe hacer causa común con él y no regatearle su apoyo”. La herida interna que dejó la elección de las mociones presentadas por sus respectivos líderes sigue sangrando. Arnaud Montebourg, otro de los jefes de la izquierda, pidió que “se diera vuelta el axioma presente en todas las cabezas, es decir, la impotencia política frente a la súper potencia económica”. Montebourg, fundador del NPS, el Nuevo Socialismo, despedazó los argumentos reformistas de Hollande. Montebourg rechaza el “camino sin salida que representa el socialismo gestionario que quiere creer en la ilusión de un reformismo tranquilo”. Todo la fractura está en esa frase: los modernos y los semi-modernos, partidarios de un compromiso “reformista” entre liberalismo y socialismo, y los hombres que no olvidan “las bases históricas”, que rehúsan ver al partido convertirse en un “bombero ocasional del liberalismo”.
Nada está aún resuelto en el seno del PS. El “reformismo de izquierda” encarnado por François Hollande sigue debiéndoles a los militantes una explicación inconclusa sobre la acción política y los programas aplicados en los cinco años en que el socialismo gobernó (1997-2002).