Sábado, 20 de octubre de 2012 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Jorge Majfud *
Unas horas antes del segundo debate presidencial en Estados Unidos entre el republicano Mitt Romney y el presidente Barack Obama, mis estudiantes me pidieron una predicción sobre el resultado de esa noche. Considerando que había acertado en los puntos centrales del “sorpresivo” primer debate en el que el candidato republicano emergió como vencedor revirtiendo dramáticamente la caída libre en la que se encontraba según las encuestas de las semanas anteriores, quisieron probar mi método de predicción.
Aunque los individuos se definen por un alto grado de impredictibilidad, no tanto así las sociedades o los grupos numerosos. Resumiendo, mi respuesta fue que esa noche se decidía el presidente de Estados Unidos y que esta vez la pésima imagen que dejó el presidente Obama en el debate anterior, contrariamente a lo que se hablaba en todos los rincones, sería fácilmente reversible debido al factor “expectativas” que, como lo adelantamos en el primer debate, iba a perjudicarlo de forma dramática.
En todo debate político, sobre todo en una cultura post-libros, existen dos pilares centrales: el primero, el dialéctico, es una batalla que no todos entienden. El vencedor dialéctico no es necesariamente el vencedor anímico. Este es el segundo pilar: el psicológico, y se refiere por un lado al candidato y por el otro al público.
Para la mayoría de los votantes, el psicológico es el único que realmente cuenta, aunque digan lo contrario. Tanto el primer debate como el segundo (como en el debate entre los vicepresidentes), la gente prestó atención y luego recordó la actitud de cada uno. ¿Por qué Obama fue un “desastre” en el primero? No por los datos o los argumentos que expuso. Simplemente porque no se mostró como el hombre enérgico que se supone es; porque no miró a su adversario o evitó su mirada; porque tomó demasiadas notas y por esa razón vimos a un hombre cabizbajo la mayor parte del tiempo. Este body language (lenguaje corporal), esta actitud del individuo, decidió la preferencia de millones de personas, según las encuestas. La culpable de esta catástrofe para Obama y la gracia para Romney se resume, otra vez, en una palabra: las expectativas. Este fue mi argumento en las radios y la televisión latinoamericana horas antes del primer debate.
Básicamente la explicación previa al segundo fue la siguiente: vivimos (sobre todo en Estados Unidos) en una cultura moldeada por el consumo y las finanzas. Razón por la cual, si observamos con cuidado la psicología del mercado (que es fundamental en casi todos sus conductas bipolares), tendremos la clave para comprender muchos otros fenómenos de esta sociedad, sobre todo el fenómeno político, que básicamente está cruzado por las leyes del mercado y la cultura del consumo: se invierte en candidatos y en políticas, se consumen candidatos y narrativas sociales.
Observemos qué ocurre en Estados Unidos el cuarto viernes de cada mes a las 8.30 AM. Un nuevo informe oficial sobre la creación de puestos de trabajo durante el mes anterior es aguardado con gran expectativa por todos los grandes medios que ponen el tono de lo que es importante y lo que no lo es. En las horas previas se discute el número que espera el mercado, que es el resultado de un promedio de opiniones entre economistas. Al menos eso es lo que se afirma. Pero lo importante no es realmente el número sino la diferencia entre este número y el oficial, que es tomado como “la realidad”, aunque luego sea revisado dramáticamente al mes siguiente. A diferencia de otros países, donde se dibujan los números para mostrarlos mejores de lo que son, en Estados Unidos el gobierno normalmente predice un número menos favorable. ¿Por qué? Probablemente porque han entendido el factor “expectativas”.
A las 8.31 de ese viernes se anuncia el “número real” de nuevos puestos de trabajo creados (o destruidos). Si ese número es inferior al esperado, el Dow Jones y Wall Street en general se deprimen, lo que en alguna parte significa la evaporación de algunos cientos de millones de dólares. Si es superior, estos mismos templos celebran con subidas eufóricas, las que luego se van moderando.
Lo mismo ocurre el último viernes de un trimestre, esta vez a las 9.30 AM. Todas las expectativas giran entorno a un número esperado sobre el PIB de ese período. Otra vez, los economistas dan sus opiniones, las que son promediadas para alcanzar un número, digamos 1,5 por ciento. Y la historia se repite: cualquier punto por encima o por debajo define si las bolsas suben o bajan. Si alguien manipulara ese número y lo llevase al uno por ciento, cualquier resultado mayor a uno e inferior a 1,5 produciría un alza en esas mismas bolsas. Pero el resultado es el opuesto cuando se espera un número mayor.
Lo mismo ocurre en Europa con la prima de riesgo, por ejemplo. Si Moody’s amenaza con rebajar la calificación de los bonos de un país a “bonos basura” y luego no lo hace, las bolsas suben. (En inglés mood es “humor” y moody’s puede traducirse como “lo del humor cambiante”).
No importa la realidad sino las expectativas que se hayan establecido acerca de esa realidad (virtual). De la misma forma que en la prensa las imágenes no valen por mil palabras ni son objetivas de nada, sino esclavas del texto que “dice” qué significa realmente esa imagen, lo mismo ocurre con los números en la economía actual, dominada por los símbolos: no importa si un número es bueno o es malo. De hecho, no es ni bueno ni malo hasta que un político o los medios nos convencen de que realmente es un número bueno o malo. La batalla semántica por la valoración de un número, como de un ideoléxico, es decisiva. Y para ello están la propaganda y el discurso, que básicamente son dominados por los medios que a su vez son dominados por los grandes capitales.
Esta ilusión no sólo es una forma de realidad sino que tiene la virtud de cambiar muchas realidades. No son otra cosa los “estímulos” a las economías, que básicamente consisten en inyecciones de símbolos, sobre todo símbolos numéricos. El problema radica en que cada cierto tiempo las comunidades financieras despiertan o se dan por enteradas de que no pueden continuar haciendo dinero de esas realidades virtuales. Entonces viene lo que se llama “crisis”, las cuales no son más que fuertes depresiones de las expectativas que llevan a los mercados y a las sociedades a una espiral histérica que afecta la economía real.
* Jacksonville University.
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