EL MUNDO
“Bush no es el presidente que a mí me gusta, pero debemos entendernos”
Antes de su visita a la cumbre del G-8 en Evian, Lula develó un plan mundial contra el hambre y una iniciativa contra el proteccionismo de los países industrializados. También admitió que George W. Bush no es el presidente que él hubiera preferido (y viceversa).
Por José Arias *
Desde Brasilia
Por primera vez como presidente de la República, el ex tornero mecánico Luiz Inácio Lula da Silva recibió en su despacho del Palacio de Planalto, en la capital de Brasilia, a varios corresponsales extranjeros, entre ellos el de este diario. En hora y media de conversación informal, Lula hizo alarde de optimismo y de sentido del humor. “Cada mañana me despierto más convencido de que vamos a construir un Brasil mejor”, dijo, mientras confió que próximamente dejará de fumar y se someterá a una dieta para perder peso.
Lula se mostró convencido de que el Parlamento va a aprobar las dos grandes reformas ya presentadas: la de la Seguridad Social y la Fiscal. Comentó que es curioso que, cuando ganó las elecciones, sus adversarios decían que cómo iba a gobernar sin mayoría en el Congreso y que ahora que ha conseguido esa mayoría para aprobar las reformas le reprochan que haga alianzas con partidos conservadores. Explicó que su táctica es la de crear mayorías políticas para cada asunto. “De poco valen las mayorías meramente matemáticas”, dijo, recordando que su antecesor el presidente Cardoso había llegado a tener mayoría absoluta y no consiguió aprobar las reformas que él está seguro de lograr.
“Estamos en el buen camino”, dijo Lula con aplomo, subrayando que, sobre todo los pobres, la gente de la calle entiende que debe andar despacio y que éste es aún “un año de tolerancia”, como cuando uno se muda de departamento y le sobran o le faltan muebles o no le encajan del todo. ¿Es verdad que su partido, el PT, ha cambiado mucho? Lula dijo que “ideológicamente” no, pero que todo cambia como la vida y que ahora “es un partido que tiene que gobernar al país”. Y contó una anécdota. Un conocido suyo se iba a casar y les dijo a sus amigos que tenían que saber que nada iba a cambiar. Lula le dijo con humor: “Vaya si va a cambiar. Mira, basta que a tu mujer no le gusten tus viejos amigos para que no puedas volver a verlos”.
Lula, que ha instaurado una forma de gobernar carismática y popular, aunque no populista, lucha cada día con su seguridad para que dejen a la gente acercarse a él. “Es que los que más me han votado, que son los más pobres, no consiguen acercarse a mí, a veces sólo para llorar sus penas, y los que no me votaron, pueden entrar cuando quieren a este despacho y siempre para pedirme miles de millones.”
En su encuentro en Francia con los miembros del G-8 (ver pág. 19), Lula va a proponer dos cosas: la creación de un fondo mundial contra el hambre, posiblemente creado con recortes de los países ricos en gastos militares, y que los países desarrollados ayuden a Brasil y al resto de América del Sur a crear infraestructuras. “Algo parecido a lo que la Unión Europea hizo con España y Portugal para ayudarlas a desarrollarse económicamente”, dijo. Y añadió: “¿Cómo podemos hacer un proyecto de América si para ir de Brasil a Quito o a Lima no tengo aviones? ¿Si no tenemos carreteras, ni trenes ni puentes para atravesar el río que nos separa?”.
Pero Lula no va al G-8 como un pobre pidiendo limosna: “Les voy a decir que serían tontos si no nos ayudaran a desarrollar nuestras economías, pues serían ellos los más aventajados ya que así nosotros podríamos importar sus productos y contarían con nuevos millones de consumidores”.
Lula explicó cuál es su filosofía en la búsqueda de consensos para conseguir llevar adelante su proyecto de hacer de Brasil un país próspero y moderno. “Mi convicción es que nadie en el mundo es al 100 por 100 malo o bueno. Y yo intento dialogar con la parte mejor de cada uno.” Dirigiéndose al corresponsal de The New York Times, Larry Rohter, dijo: “Sin duda, Bush no es el presidente que a mí me gustaría, y seguro que tampoco yo soy el presidente que él desearía, pero tenemos que entendernos. Y quizás hasta...” y Lula dejó la frase sin acabar sonriendo.
“Sé muy bien que si mi proyecto fracasa, no soy yo quien fracasa, sino todo el movimiento de izquierdas que me ha llevado al gobierno, el cual ya no levantaría cabeza en otros 50 años”. Su receta para conseguirlo, dice, es la de la virtud de los revolucionarios: la paciencia.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.