Martes, 18 de diciembre de 2012 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Atilio A. Boron *
El PSUV obtuvo una victoria arrasadora en las elecciones venezolanas. La derecha esperaba que, ante la enfermedad del presidente Hugo Chávez, cundieran el desaliento y la resignación que harían morder el polvo de la derrota a los bolivarianos. Ocurrió exactamente lo contrario: el chavismo avanzó en los grandes bastiones de la oposición, que sólo pudo retener tres de los siete estados que antes controlaba. Triunfó en Zulia, emporio petrolero y el estado con mayor población, y en Carabobo, núcleo industrial del país. Aparte se alzó con la victoria en Táchira, estado fronterizo con Colombia y ruta preferencial de paramilitares y narcos para sembrar el terror en Venezuela; y en la insular Nueva Esparta.
Hay un par de casos que merecen un párrafo aparte: en Zulia el candidato de la derecha, Pablo Pérez, no pudo ser reelecto perdiendo casi 85.000 votos en el camino y bajando del 53 por ciento, obtenido en las elecciones del 2008, al 48 por ciento. Mientras, el candidato chavista subía del 45 al 52 por ciento, cosechando una clarísima victoria en un estado que había sido tradicionalmente hostil a los bolivarianos. Y en Miranda el ex candidato presidencial Henrique Capriles ni siquiera mantuvo su caudal electoral: había obtenido el 53 por ciento en el 2008 y logró el 52 por ciento anteayer, reduciendo el margen de su victoria y fracasando en su apuesta –y la de toda la derecha y el imperio– de transformar su protagonismo en la reciente pugna presidencial en un trampolín que lo instalase como el gran contendor del chavismo para las elecciones presidenciales que eventualmente pudieran tener lugar en el caso de que Chávez no asumiera la presidencia el próximo 10 de enero.
¿Cuál es la principal lección que puede extraerse de lo ocurrido el domingo pasado? A nuestro juicio, que las transformaciones sociales, económicas, políticas y culturales que tuvieron lugar a lo largo de catorce años de hegemonía chavista han tenido un calado tan hondo que aun en ausencia del líder histórico y fundador del movimiento sus voceros y sucesores están en condiciones de derrotar ampliamente a sus adversarios. Más allá de las controversias que, ante los ojos de las clases y capas su-balternas, pudiera suscitar uno u otro personaje del elenco bolivariano, ellos son percibidos como representantes de la nueva etapa histórica por la que comenzó a transitar Venezuela desde comienzos de 1999, y ese pueblo no está dispuesto a regresar al pasado. La oposición, al menos hasta ahora, no aparece como una alternativa ni cuenta con un referente capaz de derrotar al chavismo. Cuesta pensar que en la eventualidad de una elección presidencial –precipitada por la inhabilitación absoluta que pudiera tener Hugo Chávez para asumir la presidencia– Capriles pudiera construir un liderazgo que, más allá de la mercadotecnia política ofrecida y financiada por Estados Unidos, tuviera la fuerza necesaria como para oponerse a la eficacia práctica del legado histórico del chavismo. Es decir, a la ciudadanización de grandes masas tradicionalmente excluidas y explotadas y a los grandes avances en materia de salud, educación, cultura, vivienda, seguridad social y recreación.
En este sentido podría arriesgarse la hipótesis de que el proceso bolivariano habría pasado un punto de no retorno, constituyendo una sólida y perdurable mayoría electoral suficientemente blindada ante los ocasionales sinsabores de la coyuntura o las frustraciones provocadas por algunas decepcionantes (y puntuales) experiencias de gobierno. La historia del Partido del Congreso en la India, del PRI en México y del peronismo en la Argentina son otros tantos ejemplos que confirman que cuando la hegemonía electoral se asienta sobre las raíces de un proceso de profundas transformaciones –aun cuando se encuentre en curso, como es el caso de Venezuela–, la correlación de fuerzas que se arraiga en el plano de lo social y que opone a ricos y pobres, capitalistas y trabajadores, no puede dejar de proyectarse sobre los procesos políticos electorales. Esto fue lo que ocurrió en las recientes elecciones venezolanas, que ratifica lo que expresara Fidel en su carta a Nicolás Maduro, el 15 de diciembre, cuando dijo que tenía la seguridad de que por dolorosa que fuese la ausencia de Chávez, los venezolanos “serían capaces de continuar su obra”. Quienes también van a continuar su obra van a ser los imperialistas y sus aliados locales, de modo que será preciso mantenerse en una actitud de permanente vigilancia. Porque, si no pudieron derrotar al chavismo en las elecciones sólo por un alarde de ingenuidad podría pensarse que ahora archivarán sus proyectos de dominación y se quedarán de brazos cruzados, resignados ante el inapelable veredicto de las urnas.
* Director del PLED, Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini.
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