Sábado, 3 de agosto de 2013 | Hoy
EL MUNDO › ENTREVISTA AL EGIPCIO OMAR ASHOUR, AUTOR DE LA DESRADICALIZACION DE LOS JIHADISTAS
Miles de personas siguen sumándose a las protestas para lograr la liberación del ex presidente Mursi. Para el gobierno que instaló el golpe, los islamistas pueden integrarse al diálogo. Pero la masacre del fin de semana no ayuda.
Por Marcelo Justo
Desde Londres
La exhortación del gobierno egipcio a los seguidores del ex presidente islámico Mohamed Mursi para que desalojen las plazas de Raba el Adawiya y El Nahda ocupadas en la capital El Cairo no ha dado mucho resultado. Miles de personas siguen sumándose a las protestas convocadas para lograr la liberación del ex presidente Mursi, derrocado en un golpe de Estado el mes pasado. Para el gobierno civil que instaló el golpe militar, los islamistas nucleados en torno de la Hermandad Musulmana pueden integrarse al diálogo y la democracia de cara a unas elecciones que se prometieron primero para dentro de seis meses y luego para dentro de nueve meses. La masacre del fin de semana en que las fuerzas de seguridad mataron a 80 manifestantes no ha contribuido a acercar posiciones. El secretario general de la ONU Ban Ki-Moon pidió la liberación de Mursi, mientras que la titular de la política exterior de la Unión Europea, Catherine Ashton, se está perfilando como una posible mediadora luego de su encuentro el martes con el ex presidente. Página/12 dialogó con el autor de La desradicalización de los Jihadistas y académico de la Universidad de Exter, el egipcio Omar Ashour, sobre las perspectivas de una solución de la impasse.
–El gobierno ha exhortado a los manifestantes a que abandonen las plazas. ¿Hay alguna posibilidad de que lo hagan?
–No creo. No hay confianza mutua para una solución de este tipo. En la hermandad musulmana siempre se recuerda lo que pasó en los ’50 cuando se prometió a cambio de una desmovilización la convocatoria de elecciones y en vez de eso, se arrestó masivamente a dirigentes y militantes para descabezar el movimiento. A esta memoria histórica se añaden por supuesto las masacres de estos últimos días. De modo que para los manifestantes no queda otra cosa que seguir protestando.
–¿Es entonces inevitable una nueva masacre?
–Depende de un par de cosas. Primero, de la magnitud de la manifestación. Si se mantienen los números actuales es imposible, salvo que se cometa una masacre mucho mayor con el asesinato de cientos de personas. El segundo factor es la comunidad internacional. Si queda claro que no se va a tolerar otra masacre y que tendrá consecuencias muy serias, yo creo que esto puede evitar una nueva matanza porque los generales quieren seguir visitando Europa con sus familias.
–Por el momento, la reacción del mundo desarrollado ha sido ambigua y timorata si se compara con la reacción que hubo cuando se produjeron las manifestaciones en Turquía contra el gobierno de Recip Tayyip Erdogan. Estados Unidos se negó a calificarlo de golpe de Estado, el ex primer ministro británico Tony Blair prácticamente lo justificó por la incompetencia del gobierno islamista. ¿Hay alguna razón para pensar que hay una fuerte presión entre bambalinas?
–Creo que hay una fuerte presión no por amor a la democracia o la libertad, sino porque están preocupados de que haya un deterioro de la situación que termine provocando una serie de fenómenos que Occidente no quiere, como un masivo éxodo de refugiados o la radicalización de muchos sectores ante lo que es el mensaje básico de este golpe de Estado, es decir, que las elecciones no garantizan derechos. El mensaje hoy no sólo en Egipto sino en Tunisia o Siria que escuchan los jóvenes y adolescentes es que sólo las armas cuentan para tener el poder. Hay también por supuesto preocupación de cómo esto va a afectar las inversiones occidentales.
–El secretario de estado de Estados Unidos, John Kerry, ha pedido a las autoridades que eviten el abismo, y la titular de la política exterior europea, Catherine Ashton, ha exhortado a un diálogo. ¿Es posible este diálogo?
–La posibilidad existe, pero necesita mucha presión porque el ejército cree que puede superar esta situación con la mera fuerza de las armas. Sin la intervención de la comunidad internacional, sin los medios exponiendo lo que pasa, los militares no tendrían ningún miramiento para ejecutar todas las masacres necesarias para consolidarse en el poder. Tienen todo el poder de fuego necesario para hacerlo. El otro lado, el de los manifestantes, se siente victimizado. Ganaron las elecciones y un golpe de Estado aplastó sus esperanzas. Los manifestantes sienten que ahora están a merced de los generales y que lo único que les queda es resistir en las plazas.
–El panorama se complica un poco por el hecho de que los militares llegaron al poder con un fuerte apoyo civil que incluía a muchos grupos revolucionarios seculares que habían sido clave en la caída de Hosni Mubarak. ¿Quién apoya hoy al gobierno civil nombrado por los militares?
–Simplificando se puede decir que hay cuatro grandes actores en las fuerzas que provocaron la caída del gobierno de Mursi. Están el ejército, la policía, los llamados “felol”, remanentes del régimen de Mubarak, y las fuerzas revolucionarias no islamistas. Los dos primeros constituyen las armas. Los felol tienen mucho dinero, poder mediático y lazos con el Estado. Los revolucionarios tienen pocos recursos, pero un entusiasmo ilimitado. Yo estaba entre este grupo en septiembre de 2011 cuando la palabra prohibida era “gobierno militar”. Este grupo viró ahora a un apoyo a los militares por la incompetencia del gobierno de Mursi, por las expectativas defraudadas de un cambio en las fuerzas de seguridad o la Justicia que llevó a Mursi no sólo a no arrestar y demandar a los policías que torturaron y mataron a tantos manifestantes, sino a garantizar todo lo que el ejército pedía. Los felol y la policía estaban más que dispuestos a aprovechar este descontento de los sectores revolucionarios que terminó con la anulación de 14 rondas electorales, dos referendos y una Constitución. Los ganadores de todas estas elecciones están ahora en la cárcel.
–¿Es posible una guerra civil?
–Por el momento parece una posibilidad muy remota, porque para eso se necesita no sólo la polarización, sino que las Fuerzas Armadas estén divididas formando dos bandos con un cierto equilibrio en el poder de fuego. Eso no existe ahora. Una de las partes tiene todo el poder de fuego, la otra sólo tiene su poder de movilización.
–El actual gobierno tiene una hoja de ruta que incluye la realización de elecciones. ¿Ve alguna posibilidad de avanzar por este camino?
–No creo que suceda. Si se quiere la democracia no se hace un golpe de Estado, que es por definición un acto de violencia. El gobierno de Mursi era incompetente, pero se podía dejar que la misma dinámica democrática solucionara la situación, evitando este nivel de conflicto y derramamiento de sangre. El actual gobierno con civiles que tienen doctorados y PHD fue nombrado por los militares y sólo hará lo que les digan los militares. Y si llega a haber un enfrentamiento con ellos serán desplazados. En Argelia la represión y las muertes ocurrieron dos años después del golpe de Estado. En Egipto está pasando a los pocos días. Se habló de elecciones a los seis meses, ahora es a los nueve meses. En definitiva no importa. Las Fuerzas Armadas no están dispuestas a implementar la democracia.
–Son dos años de la Primavera Arabe. Hoy parece que el experimento se encuentra en su peor momento, no sólo en Egipto, sino en Tunisia y en un proceso diferente pero paralelo como el de Libia. ¿Qué pasó?
–Existen varios problemas. Una es que los regímenes no aceptaron la derrota y procuraron estropear el pasaje a la democracia. El segundo es que los gobiernos surgidos de las elecciones fueron incompetentes, no pudieron evitar la polarización y su retórica no ayuda. En tercer lugar, las fuerzas armadas no aceptan el control democrático. Se habla mucho de la polarización entre fuerzas seculares y religiosas. Pero esto también ha sido exagerado por ambas partes que han usado estas divisiones ideológicas como consignas políticas para movilizar en vez de tener un diálogo genuino.
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