Domingo, 15 de noviembre de 2015 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Ernesto López *
Cuando escuché al presidente de Francia exclamar “es un horror, un horror”, en tono apesadumbrado, recordé que las mismas palabras habían sido usadas por Joseph Conrad para cerrar su célebre El corazón de las tinieblas. Marlow, el relator en la ficción, las piensa –“¡el horror, el horror!”– pero evita decirlas pues prefiere trocarlas por una mentira piadosa. En ambos casos lo que envuelve a lo dicho por Hollande y a lo narrado por Conrad es una densa atmósfera cargada de pesadumbre y de tragedia.
Hoy toca condenar sin concesiones y lamentar lo sucedido en París; antiayer nomás tocó lo mismo con lo ocurrido en Líbano; y a comienzos de octubre con el bombardeo del hospital de Médicos sin Frontera en Afganistán. Son hechos que deben ser anatemizados. Pero dada la frecuencia con que aparecen y las execrables consecuencias que producen demandan, también, ser explorados en busca de una mejor comprensión.
Los tres son hechos que pueden ser caracterizados de terroristas. Los dos primeros fueron producidos por el Estado Islámico (EI), el tercero por los Estados Unidos (EE.UU.). Básicamente, podría decirse que el terrorismo procura incidir, mediante la generación de un amedrentamiento extremo, sobre la capacidad de acción de un grupo políticamente antagónico a quien lo ejerce. Y los tres pueden ser caracterizados como de terrorismo de Estado internacional, si se admite –desde luego– que EI es un Estado al menos incipiente. Se lo califica de internacional porque obviamente se ejerce allende fronteras. EE.UU. es, por su parte, la potencia militar largamente más importante del mundo que adosa, además, una numerosa lista de países aliados entre los cuales se encuentra Francia.
El atentado en París responde a una lógica: es la respuesta a una guerra asimétrica. EI posee una capacidad bélica pequeña en comparación con la de sus antagonistas, por lo tanto evita un enfrentamiento directo. Su fortaleza radica en que tiene una amplia cantera de reclutamiento que va desde el Magreb hasta Indonesia: una población islámica de más de 1500 millones de personas. Y se beneficia, como todos los otros grupos del fundamentalismo islámico, con el error que cometen los EE.UU. et allia de intentar llevar la democracia a los bombazos, a un universo religioso y cultural que no necesariamente la tiene como prioridad y que, en cambio, defiende la Umma (la comunidad de creyentes) y a Dar el Islam (los territorios musulmanes), por mandato del Corán. El atentado de Líbano, en cambio, va en contra de un antagonista-competidor, también islámico: Hezbolá. En este caso lo que se busca es generalizar el miedo, desmoralizar y conseguir un efecto de desistimiento.
El bombardeo del hospital procura más o menos lo mismo que se acaba de mencionar: golpear, amedrentar, desmoralizar. Pero atención, debido a un cúmulo de razones EE.UU. evita desplegar infantería propia en el terreno; sucede asimismo que los vernáculos ejércitos de tierra que propicia no son competentes. Por lo tanto golpea y golpea inmisericordemente, con ataques aéreos en los que los drones se han hecho ya habituales, con abundancia de “daños colaterales” –es decir, de bajas civiles– pero carece de capacidad para alcanzar control territorial.
Por otra parte, no solamente EI sino todos los grupos del fundamentalismo islámico armado e incluso algunos resistentes no armados, han cambiado una premisa que fue básica de la concepción de la guerra, desde tiempo inmemorial. Cualquier comandante o conductor sabe que en un contexto bélico hay bajas personales y se destruyen medios. Y que debe tratar de que ocurra la menor pérdida posible tanto de vidas como de recursos. Sólo como caso extremo se acepta la eventualidad de matar o morir. En cambio, el fundamentalismo armado específicamente por la vía del terrorismo e incluso los jóvenes palestinos que agreden con puñales a uniformados israelíes, transitan un camino nuevo: una guerra en la que la premisa de matar y morir tiene un lugar destacado, que obviamente difiere de la ancestral. A ella los impulsa la asimetría de medios, en tanto que encuentran en el ámbito religioso una satisfactoria justificación del sacrificio.
Las formas de acción terrorista de ambos bandos se repiten desde la década de los ochentas casi sin interrupciones. En rigor, se practican desde los setentas, aunque desde el costado musulmán se trataba de grupos no confesionales. Es sencillamente inesperable que algo cambie si se mantienen las mismas formas de actuar. Parecería, así, que estamos uncidos a una noria interminable. Si hay un corazón de las tinieblas en el que anida el horror es este del terrorismo.
Tal vez si se abrieran foros internacionales de debate tanto gubernamentales como no gubernamentales, y se ampliara la discusión a las diversas instancias nacionales y locales algo se podría avanzar. Quizá con tesón y con paciencia podría abrirse un camino de salida.
* Sociólogo.
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