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La crisis que vino para quedarse

 Por Emir Sader

La crisis actual en la economía internacional, iniciada en 2008 en el centro del sistema capitalista, no tiene plazo para terminar. Genera desconcierto, agotamiento de argumentos y fórmulas, tasas de interés negativas y tasas de interés estratosféricas –nadie sabe más cómo reaccionar, nada se resuelve–. Es ya como si la crisis recesiva estuviera naturalizada.

Porque en verdad no se trata de una crisis coyuntural, aunque prolongada, en la que el mismo mercado, depurándose de los más frágiles, recompone la economía para volver a un ciclo expansivo. Se trata de un largo ciclo recesivo al que el capitalismo internacional ingresó cuando se agotó el largo ciclo expansivo de la segunda posguerra, alrededor de las décadas de 1970/1980, en el que sigue.

Además de los ciclos cortos, caracterizados por Marx, como típicos del proceso de acumulación de capital, el economista ruso Nicolas Kondratieff agrupó a esos ciclos en conjuntos, algunos con tendencia expansiva, otros con tendencia recesiva, llamándolos ciclos largos.

El ciclo largo de la segunda posguerra hasta alrededor de los años 1970/1980 del siglo pasado fue un ciclo largo expansivo, la edad de oro del capitalismo, según Eric Hobsbawn. Crecían virtuosamente todos los principales sectores de la economía mundial: Estados Unidos, Alemania, Japón, América latina (Argentina, México, Brasil, principalmente), el campo socialista. Fue un ciclo largo en que el sector hegemónico en la economía fue el de las grandes corporaciones industriales monopólicas internacionales, donde la industria automotriz fue el modelo más característico.

Cuando ese ciclo se agotó, vino el debate sobre sus causas y como superarlas. Triunfó el diagnóstico neoliberal, con su propuesta de desregulación y libre comercio, menos Estado y más mercado, menos derechos y más mercantilización. Como resultado, se desplazó el eje del proceso de acumulación hacia el capital financiero, bajo su forma especulativa. Porque el capital busca realizarse donde tiene más ganancias, en plazos más cortos y con menor tributación.

El rol hegemónico del capital financiero explica que se trate de un ciclo largo recesivo, porque la especulación no genera ni bienes ni empleos, vive de la compra y venta de papeles y del endeudamiento de gobiernos, empresas y personas.

La crisis recesiva pronunciada iniciada en 2008 es apenas la expresión de esos factores. Desde que se inició el ciclo largo recesivo, cuando las economías centrales del capitalismo crecen, es a niveles incomparablemente más bajos que los del ciclo anterior. Las economías que están fuera de ese tono son las de China, de India y de los países posneoliberales de América latina, que aun así han pasado a sufrir los efectos de la recesión internacional generalizada.

Es una recesión estructural, característica de este ciclo histórico y del cual no hay plazos de salida. Al contrario de los otros ciclos largos que, agrupados, tendían a durar más o menos 25 años. Este ya dura bastante más que eso, pero no se avizoran elementos de su superación. Una vez establecida la desregulación y la libre circulación de capitales, no hay forma de retornar a modalidades de regulación. Es como si el conjunto del sistema fuera arrastrado por la lógica de la especulación financiera, sin formas de contenerla.

En 2008, cuando irrumpió la profunda y prolongada recesión actual, Obama afirmó que habría que “salvar a los bancos”, caso contrario el techo caería sobre la cabeza de todos. Los bancos fueron salvados, están mas fuertes que nunca, mientras que son los países los que han quebrado –Grecia, Irlanda, Portugal, España, Italia–.

Hay por lo tanto que convivir con ese ciclo largo recesivo, buscando, mediante mecanismos como los Brics y su Banco de Desarrollo, formas de resistir a las fuertes tendencias recesivas producidas y reproducidas en el centro del sistema. Al mismo tiempo, en Europa comienzan a surgir fuerzas que se oponen a las políticas de ajuste, forma que asume el ciclo largo recesivo en ese continente. De la alianza entre los Brics –incluyendo a los gobiernos progresistas de América latina– y las fuerzas nuevas de Europa, es que puede surgir un horizonte político de superación del largo ciclo recesivo del capitalismo.

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