EL MUNDO › CAMBIO DE ESTRATEGIA PARA AGRANDAR LA BASE

Un Trump moderado

 Por David Usborne *

Al principio parecía que Donald Trump (foto) estaba cansado, habiendo iniciado la revolución del votante populista en Estados Unidos, metido al una vez venerado Partido Republicano en apuros y poniendo nervioso a todo el mundo sobre cómo terminará todo.

Pero entonces, a pesar de la configuración adornada del salón de baile Blanco y Oro en su casa en Palm Beach y un festival de barras y estrellas detrás de él iluminado en color rosa y lavanda, quedó claro que lo de Trump no era agotamiento. La corte selecta estaba presenciando el intento de Trump de estar a la altura. Decir que se veía “presidenciable” podría ser demasiado generoso. Pero Trump había dejado de lado la habitual reunión de la noche de las elecciones, optando en su lugar por invitar a los pocos seleccionados a su propia Casa Blanca. En su vibrante casa de estuco Mar-a-Lago, construida en 1927 para la alta sociedad y ahora su residencia de Florida en un exclusivo club de playa, fue donde un Trump de espaldas surgió ante nosotros para examinar sus despojos del Súper Martes. Los resultados seguían entrando, pero ya había ganado Virginia y Massachusetts –dos estados clave–, así como Georgia, Tennessee y Alabama. Había perdido Texas a su propio senador Ted Cruz, que más tarde ganó Oklahoma y Alaska. El senador Marco Rubio ganaría un solo estado, Minnesota. Ben Carson, su principal rival al comienzo de la campaña, no ganó nada y se retiró de la carrera.

No fue la victoria que algunos habían previsto. De hecho, el conteo de los delegados ayer sugirió que la carrera aún no había terminado para sus rivales o para aquellos en el partido que están desesperados por bloquear su camino a la nominación. Trump tiene que mantener sus locomotoras funcionando –en Louisiana, Kentucky y este fin de semana en Maine, y el 8 de marzo en Michigan y sobre todo cuando los grandes estados de Ohio y Florida votan dentro de dos semanas–.

Aun así, la jactancia y la intimidación habían mayormente desaparecido. El habló de su alegría volver a casa a Mar-a-Lago para celebrar “con los amigos y la prensa y todo el mundo” y de estar “honrado” por lo que estaba ocurriendo en todo el país. Agradeció a sus “increíbles empleados domésticos”. Le dio la derecha Cruz: “Tiene chance”, dijo.

Era un Trump cuidadoso, que iba calibrándose a sí mismo. La indignación que suscitó fue la caldera de vapor de su campaña –las propuestas para construir el muro y mantener a los musulmanes lejos de la frontera y su fracaso en desautorizar el Ku Klux Klan– pero la destrucción finalmente no construye la victoria.

La rebelión contra él es real. Es sólo un goteo, pero uno a uno los miembros republicanos del Congreso han prometido no volver a apoyarlo. “Si Donald Trump termina siendo el candidato, los conservadores tendrán que encontrar una tercera opción”, dijo el senador Ben Sasse, de Nebraska, en una carta abierta a los votantes.

Trump ofreció una rama de olivo. “Soy un unificador”, afirmó. “Sé que la gente va a encontrar esto difícil de creer, una vez que esto es todo se termine, voy a por Clinton.” Y dio otro argumento. Independientemente de lo que él le está haciendo al Partido Republicano, está atrayendo gente nueva. Sus victorias llegaron en la cresta de la concurrencia de votantes republicanos. “Creo que vamos a ser más inclusivos y más unificados. Creo que vamos a ser un partido mucho más grande. Creo que en noviembre vamos a ganar”.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

Traducción: C. D..

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