Viernes, 8 de julio de 2016 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Emir Sader
No imaginan la alegría que los latinoamericanos hemos tenido cuando empezaron a surgir en Europa movimientos de rebeldía en contra del neoliberalismo. De los indignados a Podemos, pasando por Syriza.
Nos dimos cuenta, por lo de Grecia, de las dificultades de enfrentar a una Europa poderosa, unificada alrededor de las políticas de austeridad. Hasta imaginamos que serían las dificultades que tendríamos que enfrentar si EE.UU. hubiera logrado imponer el Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Gobiernos progresistas hubieran sufrido lo mismo que ha sufrido Grecia. Pero felizmente hemos evitado esa alternativa y así fue posible implementar gobiernos antineoliberales a lo largo de este siglo en un conjunto significativo de países.
Acompañamos, con toda la fuerza, los intentos iniciales de Podemos –ahora aliado a Izquierda Unida– para construir, en el complejo escenario europeo, las condiciones de un gobierno antineoliberal. Nos dimos cuenta de que tácticas similares a las desarrolladas en América latina son utilizadas en contra de Podemos y sus líderes.
Las acusaciones personales sin fundamento sirven para la acumulación de sospechas nunca comprobadas, para generar niveles de rechazo, producto de un miedo irracional, en contra de lo nuevo, que en este caso representa Podemos. Se enarbola siempre el miedo frente al cambio, para contraponer al rechazo el mundo tal cual es, que muy pocos osan defender. Concentran su atención en los que más odian, los más conservadores, los que menos aceptan que todo puede cambiar y puede cambiar para mejor. Están traumatizados por las catástrofes del pasado europeo y se dejan llevar por la idea de que al final es menos malo estar como están, dado que todo lo que ha cambiado en los últimos tiempos ha sido para peor.
No es fácil el camino de construir alternativas al neoliberalismo en un mundo neoliberal. En ese mundo lo fundamental son los valores neoliberales que orientan la vida de gran parte de la gente, lo que ellos llaman “modo de vida norteamericano”, una forma de vida nada solidaria, egoísta, de absolutizacion del acceso al consumo de bienes. Que justamente disputa las mentes de los jóvenes, aquellos que pueden ser los motores de la construcción de otro mundo posible.
Tenemos que enfrentarnos a la tensión de condenar la política tal cual es, pero, a la vez, meternos en ella, porque la única vía posible de trasformaciones es la democratización del Estado. Tenemos que hacer alianzas con fuerzas a las que criticamos, si no nunca construiremos una nueva mayoría en la sociedad.
Tenemos, sobre todo, que tener un programa distinto, que apunte hacia el otro mundo posible, aun partiendo de las herencias pesadas del neoliberalismo.
Podemos encuentra dificultades del tamaño de su justa ambición de construir una España distinta, democrática, solidaria, humanista. Pero es sólo el final del comienzo, porque Podemos representa el futuro y, por ello, encuentra las fuerzas que necesita en lo mejor de la sociedad española.
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