Viernes, 8 de julio de 2016 | Hoy
EL PAíS › 1816-2016 / EL DEBATE DE LA INDEPENDENCIA
Los relatos tradicionales sobre la declaración de la Independencia dejan habitualmente de lado el contexto internacional sumamente hostil en que se produjo, con las insurgencias americanas en retirada y la restauración monárquica en Europa.
Por Marcela Ternavasio *
Acostumbrados a los relatos canónicos de nuestra independencia, en los que dominan las visiones nacionalistas y heroicas, olvidamos muchas veces que aquel acontecimiento se produjo en un contexto internacional sumamente hostil e interconectado. Las revoluciones e insurgencias americanas iniciadas en 1810 habían sido derrotadas por las fuerzas realistas en los diversos rincones del imperio español y la que intentaba sostener el gobierno con sede en Buenos Aires parecía más aislada y amenazada que nunca. A su vez, la restauración monárquica en Europa luego de la definitiva derrota de Napoleón Bonaparte había impuesto un clima conservador y reaccionario mientras intentaba regresar a una “situación de equilibrio” donde el principio dinástico volvía a tener un papel fundamental para regular las relaciones entre las potencias.
En ese escenario, los diputados reunidos en Tucumán sufrían no sólo la presión de los ejércitos realistas procedentes del norte del territorio, con epicentro en Perú, sino también la del imperio portugués que, desde 1808, había cambiado su sede de Lisboa a Río de Janeiro para escapar del avance de las tropas francesas. En ese mítico viaje transatlántico se trasladó toda la Familia Real portuguesa junto a su Corte y funcionarios, quienes desde tierra carioca diseñaron diversas estrategias para expandir sus fronteras hacia los dominios españoles. La presencia en Brasil de la infanta Carlota Joaquina de Borbón, esposa del príncipe regente luso y hermana mayor del rey de España, Fernando VII, representó durante esos años una alternativa a la crisis monárquica que sufría España. La princesa disputó desde allí sus derechos a ocupar la regencia de toda América y a ocupar la Corona en caso de que su hermano no regresara al trono. Y cuando se produjo la restauración del rey en 1814, los planes encarnados por Carlota se modificaron al calor del nuevo concierto internacional.
¿Cuáles fueron dichos planes en la coyuntura de la independencia de las Provincias Unidas de Sud América? En primer lugar era preciso acomodarse al nuevo tablero internacional que parecía haber derrotado definitivamente la ola revolucionaria en Europa. Para ello, nada mejor que un enlace dinástico que perpetuara la unión de la casa de Braganza con los Borbones españoles. En tal dirección, Carlota ofreció a dos de sus hijas para contraer matrimonio con sus dos hermanos: el rey Fernando VII y Carlos Isidro de Borbón. En segundo lugar había que reprimir y derrotar definitivamente el foco revolucionario rioplatense. El pretexto de la amenaza que dicho foco representaba para la estabilidad de la corte portuguesa en Brasil no lograba esconder las pretensiones de los Braganza sobre los dominios españoles en América, y especialmente sobre la Banda Oriental del Uruguay.
Las intrigas, redes de espionaje y disputas que la situación oriental desató entre representantes del gobierno español y portugués, como asimismo entre los que adherían al gobierno de Buenos Aires y al líder federal José Gervasio Artigas, fueron muy variadas. Carlota Joaquina buscó convertirse en la informante clave de su hermano acerca de lo que ocurría en la guerra librada en el Atlántico sur, confrontando en secreto con los objetivos de su propio marido y el gabinete portugués. Las cartas de la princesa a Fernando VII insistían sobre la necesidad del envío de tropas desde la península para reprimir a los revolucionarios rioplatenses, tanto a las fuerzas patriotas de Buenos Aires que habían logrado expulsar a los realistas de Montevideo en 1814 como a las artiguistas que, en franca disputa con el gobierno de Buenos Aires, lograron dominar –aunque por poco tiempo– en la Banda Oriental. La correspondencia de la infanta advertía también que Portugal nunca renunciaría a tomar posesión de la disputada margen oriental del Plata, a pesar de la alianza que unía a ambas potencias desde 1808.
En esas redes de intrigas tuvo lugar el plagio perpetrado por algunos agentes de la infanta que, interesados en alcanzar un lugar de privilegio dentro de la corte portuguesa, elaboraron el documento apócrifo conocido como Plan de Operaciones y atribuido a la pluma de Mariano Moreno. Aquellos aventureros, dispuestos a desprestigiar a los revolucionarios rioplatenses para ganarse el favor de Carlota y, a través de ella, del rey de España, buscaron demostrar que poseían un documento que revelaba el carácter sanguinario y jacobino de la dirigencia porteña, heredera del ya fallecido Moreno. El reciente descubrimiento del plagio perpetrado por los agentes carlotistas –realizado por Diego Bauso y expuesto en su libro Un plagio bicentenario– comprueba que el célebre Plan –tan discutido por la historiografía argentina a lo largo de más de un siglo– no era más que la copia selectiva de enteros fragmentos de una novela francesa publicada en 1800 y traducida al español en 1810. La trama de un mundo de personajes oscuros que procuraban por diversos medios intervenir en la suerte de la fuerzas en pugna no pudo, en este caso, torcer la decisión de Fernando VII sobre el destino de las tropas que enviaría a América. La expedición al mando de Pablo Morillo para reprimir las insurgencias no llegó a Buenos Aires sino a Venezuela y Nueva Granada.
Así, para el momento en que se declaró la independencia, la atención prestada por los constituyentes a la situación internacional fue clave para buscar lo que se sabía de antemano resultaría más difícil: el reconocimiento de las potencias europeas. Sin dicho reconocimiento, la independencia era pura virtualidad. La guerra seguía su curso –ahora volcada hacia el Pacífico bajo la dirección del general San Martín– y el nuevo cuerpo soberano tenía el enorme desafío de constituir un nuevo orden sobre fronteras inciertas. Restituir los contornos del viejo Virreinato del Río de la Plata parecía a esa altura una quimera. Paraguay había iniciado su camino autónomo en 1811, el Alto Perú –a pesar de todos los esfuerzos– también estaba perdido y la Banda Oriental continuaba siendo un problema en el que se triangulaban los confrontados intereses de España, Portugal y el dividido bloque revolucionario. De hecho, una de las primeras decisiones del Congreso, tomada en sesión secreta, fue enviar una nueva misión diplomática a Río de Janeiro. Pero nada pudo evitar la invasión de las fuerzas lusas en la Banda Oriental en 1816, convertida pronto en Provincia Cisplatina de la monarquía portuguesa.
Mientras todo esto ocurría, las princesas de Braganza partían desde Río de Janeiro hacia España para dar cumplimiento a los contratos matrimoniales. Los casamientos de las sobrinas con sus respectivos tíos se concretaron finalmente en septiembre de 1816, con toda la pompa que los enlaces dinásticos de las casas reinantes europeas ponían en escena. Sin embargo, ni los enlaces dinásticos ni las misiones diplomáticas intercambiadas entre los diversos contendientes lograron detener el curso de acción revolucionario iniciado en América en 1810. Terminadas las guerras de independencia, una nueva guerra entre las Provincias Unidas y Brasil dio por resultado la formación de la República Oriental del Uruguay en 1830. A esa altura, hacía ya algunos años que Carlota Joaquina y su marido habían regresado a Portugal y que el hijo mayor del matrimonio se había convertido en el emperador de un Brasil independiente.
La historia de nuestras independencias exhiben, pues, un entramado de profundas conexiones, relaciones y fronteras móviles que están muy lejos de los relatos forjados en torno a la idea de existían naciones en ciernes. Por el contrario, nuestros estados fueron el resultado de un largo y tortuoso proceso en el que se disputaron variadas alternativas al calor de un complicado contexto internacional en el que también las principales potencias redefinían sus fronteras luego del impacto de las olas revolucionarias iniciadas a fines del siglo XVIII a ambos lados del Atlántico.
* Historiadora - UNR/Conicet.
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