EL MUNDO › LOS CANDIDATOS SE LANZAN A GANAR LOS ESTADOS DE RESULTADO INCIERTO, LOS “SWINGING STATES”

Clinton y Trump están en la recta final

Quedan por delante tres debates, que se celebrarán entre septiembre y octubre, y una larga y carísima campaña que estará focalizada en los estados y los electorados que pueden definir la contienda. Y en convencer a los ciudadanos de ir a votar.

 Por Nicolás Lantos

Página/12 En Estados Unidos

Desde Nueva York

Luego de que las convenciones en Cleveland y Filadelfia oficializaran las candidaturas de Donald Trump y Hillary Clinton, la carrera hacia la Casa Blanca entró en su etapa definitiva. Cien días nos separan del 8 de noviembre, día del comicio. Los principales analistas políticos locales coinciden en que se trata de una elección con final abierto y en que los dos candidatos tienen chances de alzarse con el botín en un escenario que cambia semana a semana al ritmo de las noticias que sacuden a la sociedad norteamericana y a todo el mundo. El terrorismo internacional, las filtraciones de datos, la violencia racial y la marcha de la economía global, por mencionar algunos, son temas que exceden largamente esta campaña pero que le dan forma y pueden terminar por incidir en el resultado.

Clinton sigue siendo la favorita y redondeó la semana pasada una buena convención, en la que unificó el respaldo de su partido detrás de sí, demostró una mayor previsibilidad que su rival y evitó que los escándalos internos arrasaran con su campaña, como amenazaban hacer luego de la renuncia de la presidenta del Comité Demócrata Nacional apenas 24 horas antes del comienzo del encuentro en el que fue nominada. Su objetivo es histórico: nunca antes un candidato de ese partido sucedió a un presidente vivo (la única excepción fue Lyndon Johnson al asumir tras la muerte de JFK) y, sacando los cuatro períodos de Franklin Roosevelt, nunca los demócratas estuvieron en el poder más de ocho años consecutivos.

En el caso de Trump, el desafío no es menor. Rechazado por gran parte de su propio partido, que le dio la espalda en la convención republicana, y sin experiencia política alguna, el magnate y ex estrella de reality show corre con todos los pronósticos en su contra, pero quiere volver a sorprender, como cuando obtuvo de forma contundente una candidatura por la que nadie, excepto él, daba ni un dólar. En caso de ganar, también haría historia: desde Dwight Eisenhower que los Estados Unidos no eligen como presidente a una persona que no haya sido electa antes a algún otro cargo electoral. Además, sus diatribas contra latinos, musulmanes y mujeres lo ponen cuesta arriba ante un electorado cada vez más diverso demográficamente hablando.

Así y todo, esquivando obstáculos y fortaleciéndose en el camino, ambos candidatos están en carrera y uno de los dos se convertirá en el próximo presidente de este país, desafiando los pronósticos y la sabiduría popular. Quedan por delante tres debates, que se celebrarán entre septiembre y octubre, y una larga y carísima campaña que estará focalizada en los estados y en los electorados que pueden definir la contienda.

La constitución norteamericana establece un sistema de elección indirecta a través de un colegio electoral. Cada Estado envía una cierta cantidad de delegados, proporcional a su población, y se elige presidente a aquel candidato que obtenga la mitad más uno de esos votos. El número mágico es 270. La asignación de delegados en cada estado es “winner takes all”, es decir que el candidato que gane el voto popular en ese distrito, no importa cuán módica sea la diferencia, se lleva todos los delegados que corresponden. El caso más notorio en el que esta regla se puso en duda fue en Florida en el año 2000, cuando George W. Bush se quedó con el Estado por poco más de 500 votos, consiguiendo 47 delegados en el colegio electoral y ganando así la elección nacional.

Este sistema, sumado a que la gran mayoría de los distritos tiene una tradición de voto por uno de los dos partidos que nunca, o casi nunca, se quiebra, hace que la campaña se concentre en unos pocos de resultado incierto y peso en el colegio electoral. En el último cuarto de siglo, solamente trece de los cincuenta estados votaron alternativamente a republicanos y demócratas. Se los llama estados oscilantes, o “swinging states”. De esos trece, la atención está puesta en los que aportan una cantidad significativa de delegados: un puñado de distritos en los que se invertirá la enorme mayoría de recursos y horas de cobertura en esta campaña.

Este año, se suman algunos estados que, a pesar de tener una larga tradición de apoyo a un partido, por los cambios demográficos y las particularidades de esta elección pueden ponerse en juego. Se trata de distritos históricamente republicanos en los que creció de forma significativa la población negra o hispana en los últimos años, equilibrando la balanza; o de estados tradicionalmente demócratas en los que la crisis económica de los últimos años y la pérdida de puestos de trabajo industriales ha llevado al electorado de clase media baja a inclinarse hacia el republicanismo en los últimos ciclos.

Por eso, el 8 de noviembre, a medida que comiencen a ingresar los cómputos, todos los ojos estarán puestos en lo que suceda en Florida, Ohio, Colorado, Nevada, Carolina del Norte, Virginia, Pennsylvania, Michigan, Wisconsin, Nueva Hampshire y Iowa. Entre estos once distritos suman 146 votos electorales, más de la mitad de los necesarios para llegar a la Casa Blanca. Ninguna estrategia electoral tiene chances de ser exitosa para los republicanos si no logran llevarse la mayoría de estos estados en juego. Los demócratas, que tienen una base más sólida en el resto del país, se asegurarían la victoria con sólo llevarse Pennsylvania y Michigan (que votaron consistentemente a ese partido durante el último cuarto de siglo) más Florida u Ohio.

Las particularidades de esta campaña pueden poner en juego algún otro estado: Trump apuesta a arrebatarles a los demócratas bastiones como Nueva York, Nueva Jersey y California; Clinton aspira a que la creciente población hispana le dé chances de dar un batacazo en Arizona, Texas o Georgia, históricamente republicanos. Si se diera alguno de esos resultados sería una sorpresa mayúscula, de las que no ha habido en elecciones presidenciales de este país al menos desde la primera victoria de Bill Clinton, en 1992. Pero como se ha dicho, este ciclo electoral está repleto de particularidades y es difícil descartar a ciencia cierta que vaya a haber cimbronazos de este calibre.

Otra singularidad que define el sistema electoral de los Estados Unidos es que el voto no es obligatorio y en la historia moderna oscila entre poco menos del cincuenta y algo más del sesenta por ciento de los ciudadanos habilitados para hacerlo. Calculado sobre el total de población, solamente dos veces, en 1988 y en 2008, el número superó el cuarenta por ciento. Esto agrega un factor extra a la hora de predecir resultados: no importa solamente cuánta gente votaría por tal o cual candidato, como se mide en las encuestas, sino cuál de los postulantes logra que el día del comicio la mayor cantidad posible de electores salga de sus casas y vaya a sufragar.

En esta elección, quizá más que nunca antes, el turnout, es decir la cantidad de gente que acuda a las urnas, puede ser clave. Las minorías rechazan mayoritariamente a Trump y se vuelcan por Clinton, pero no tienen una tradición electoral fuerte en este país. Si la candidata demócrata logra movilizarlos, tendrá gran parte del objetivo cumplido. También resulta una incógnita cuántos de los progresistas independientes que apoyaron a Bernie Sanders en la interna irán efectivamente a votar por una figura que no los atrae; y si los gobernadores republicanos movilizarán su aparato para llevar a votar a favor de Trump.

Con las especulaciones a la orden del día, las encuestas, deporte nacional en este país, van marcando el ritmo de la campaña. Luego de la convención republicana, y a pesar de los problemas y escándalos, Trump tuvo un repunte que lo dejó en empate técnico. En los próximos días se verán reflejadas en los sondeos las repercusiones del encuentro demócrata. Recién a mediados de agosto los resultados se estabilizarán y darán una imagen más o menos precisa de qué se puede esperar para el último trimestre de campaña.

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Hillary Clinton quiere ser la primera demócrata en suceder a otro presidente demócrata.
Imagen: AFP
 
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