EL MUNDO › TESTIMONIO EXCLUSIVO DE ALFREDO WAISBLAT, PSICOLOGO ARGENTINO EN MADRID
“Fue de nuevo la AMIA, acordarse de todo”
Por Pedro Lipcovich
El tren que estalló en la estación Santa Eugenia podría haber sido el que, minutos más tarde, debía tomar un psicólogo argentino, que vive frente a la estación, para llevar a su hijo al jardín de infantes. “Fue de nuevo la AMIA, fue acordarse de todo”, contó anoche el compatriota, en conversación telefónica con este diario. Al salir a la calle, vio caminar “como un ejército de zombis, con la mirada perdida”, a los adolescentes y los ancianos. Después, sin embargo, el testigo pudo admirar la rápida capacidad de respuesta de los españoles, acostumbrados al terrorismo de la ETA. Pero lo que les resulta increíble es “este nuevo terrorismo que no se sabe dónde está, que está en el aire”. Anoche, el hijo del psicólogo argentino jugaba con autitos de policía y ambulancias. “¿Cómo explicarle que hay gente que pone bombas en los trenes?”
“A las 7 y media de la mañana, con mi mujer despertábamos a Tomás, nuestro hijo de cuatro años, cuando escuchamos la explosión. Primero pensé que había sido un accidente, debía haber estallado un camión cisterna. Pero después hubo otras dos explosiones y nos dimos cuenta de que había sido un atentado”, contó ayer Alfredo Waisblat desde Madrid. El tren que pasa por Santa Eugenia era el que tomaba y deberá seguir tomando toda la familia: “Yo, a las ocho y cuarto, iba a llevar a mi hijo al colegio en tren; mi mujer lo toma a las nueve menos diez; ayer nomás mi cuñada tomó el de las siete y media. Todo el mundo en el barrio toma el tren en Santa Eugenia”.
Pero ayer a las 7 y media “nos agarró toda la locura; yo sentí que explotaban de nuevo las bombas de AMIA, la de la Embajada de Israel”. Entonces, “nos quedamos atontados, no sabíamos qué hacer”.
Alfredo y Mariana decidieron quedarse en la casa. El trabaja en las mañanas en un servicio de ventas telefónicas y de tarde ejerce su profesión de psicólogo en un centro de salud. “Pero no me sentía en condiciones de hablar con nadie ni de escuchar a nadie.”
A las ocho y cuarto bajó a la calle. “Había un cordón policial frente a la estación y otro más atrás, por temor a otras bombas escondidas.” En la calle, “era como un ejército de zombis: la gente con la mirada perdida caminaba por caminar. Había muchos chicos de secundaria que habían ido a tomar el tren, porque era el de la hora de entrada a los colegios”.
Alfredo volvió a su casa, pero “a las nueve y media tocaron el timbre: era la policía. Había que abandonar el edificio porque podía haber más bombas y, si estallaban, iban a saltar los cristales”. Salieron. “El barrio estaba lleno de gente como si fuera sábado. Había muchos viejos, ancianos aterrados, sin entender qué pasaba, por qué tenían que irse de su casa.”
Y se escuchaba: “La ETA, la ETA, todo el mundo decía que era la ETA pero yo, que me había acordado de la AMIA, de entrada había pensado otra cosa. Y después, durante el día, cuando hablaba con amigos españoles y les decía que podía ser otra cosa, se quedaban mudos un minuto y ‘Pues..., espero que no...’, decían, porque la ETA para ellos es tangible, es lo conocido, pero esto es algo que no se sabe, algo que está en el aire”.
La familia fue albergada por unos amigos, también argentinos, hasta que, ya a la noche, pudo volver a la casa. Entretanto, en la Argentina hubo familiares desesperados. “Las líneas de teléfono estaban saturadas. En cuanto pudimos mandamos mails a los que, en Buenos Aires, sabían que vivimos frente a Santa Eugenia pero algunos recién a la noche pudieron comunicarse”, llegaba a este diario la voz de Alfredo por el teléfono, entre la madrugada de Madrid y la noche porteña.
Lo que admiró a Alfredo fue la capacidad de reacción de los españoles: “Por ejemplo, a las 7 de la tarde pidieron por televisión voluntarios, especialmente con conocimientos psicológicos, para atender a las familias que iban a reconocer cadáveres. Yo llamé por teléfono pero daba ocupado y ya a los dos minutos pidieron que nadie llamara más porque estaban cubiertas todas las necesidades. En Buenos Aires, cuando fue el atentado ala AMIA, las reacciones fueron más lentas, pero aquí en España la gente está más entrenada: si ve un bolso en la calle, desconfía; si ve un auto mal estacionado o con algo sospechoso, llama a la policía”.
Al anochecer, pudieron volver a casa. “A medida que avanza la noche nos vamos sintiendo peor. Mi hijo hizo lo que pudo: se puso a jugar con ambulancias, autitos de policía y de bomberos. Tratamos de explicarle que había sido un accidente de trenes. No tenía sentido decirle que hay gente que pone bombas en los trenes: ¿para que de aquí en adelante sienta pavor? Tiene cuatro años. Pero, ¿qué se le puede decir?”, dijo el psicólogo argentino, que desde hace dos años vive en Madrid.