EL MUNDO

“Todos somos bombas, todos somos mártires”

Las protestas antiisraelíes se multiplican en Egipto, Jordania y Líbano. Los palestinos allí piden que se abran las fronteras para inmolarse en Israel.

Por Hermann Tertsch *
Desde Sidón
“Todos somos bombas, todos queremos ser mártires, adelante hacia Jerusalén.” “Arafat, presidente, nuestra sangre es tuya.” Los lemas que surgían de los altavoces montados en camiones eran coreados por decenas de miles de palestinos del mayor campo de refugiados en Líbano, Ain al Helwa, que, bajo un mar de banderas y portando imágenes de Yasser Arafat, recorrieron el pasado fin de semana las calles de la ciudad de Sidón. Arafat, cuestionado por muchos durante años, ha resurgido por obra y gracia de Israel, que lo tachaba de “irrelevante” hace unas semanas, como el símbolo de la nación y líder cuasisobrehumano para todos los palestinos. Más que nunca probablemente. Todas las facciones y milicias palestinas han marchado unidas por las ciudades libanesas, arropadas por los refugiados y por millares de libaneses, para manifestar su ira ante las operaciones militares del ejército israelí en los territorios ocupados y el asedio a Arafat en Ramalá, y para prometer luchar hasta la muerte.
El ejército libanés, fuertemente armado, ejercía un severo control para que no salieran armas del campo de Al Helwa, un inmenso poblado –un “Estado dentro del Estado”, según palabras de Maher Shabayla, mando local de las fuerzas de Al Fatah– en el que viven en la miseria y precariedad más de 70.000 palestinos desde hace más de 30 años. Los niños uniformados portaban fusiles Kalashnikov de madera. Los que quedaban en el campo son de verdad. Son pocas armas, pero esperan tener más. “No queremos cumbres árabes, queremos armas”, dice un comunicado del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) que circulaba de mano en mano.
El gobierno de Líbano y los otros vecinos árabes de Israel son conscientes de que tienen en casa una bomba de relojería con centenares de miles de palestinos en plena ira y exigiendo, como en Al Helwa, que “abran las fronteras para ayudar, aunque sea con las manos. Somos muchos millones. Podemos echarlos incluso con las manos desnudas”. Los refugiados palestinos están dispuestos a que la guerra en los territorios ocupados acabe en guerra nacional.
“Inch Alá” (ojalá), decía un miembro de Fatah. “Demostraría que los líderes árabes dejan de ser tan cobardes. Que nos dejen luchar”. La indignación y el odio crecen por momentos en el mundo islámico.
Por la tarde llegaba la noticia de un nuevo atentado suicida en Tel Aviv, tal como vaticinaba poco antes Mohammed Yusif Abu-Sheij, un viejo combatiente palestino que vive en el campo de refugiados desde 1967. “Ahora habrá más, muchos más atentados, en Israel y en todo el mundo. Y me alegro mucho de cada uno de ellos. ¡Gloria al que lleva la muerte a quien nos mata y humilla!” El sentimiento está omnipresente. Una mujer del campo de refugiados de Shatila, Um Wiisam, le decía a un periodista local, mostrándole a su hijo de diez años: “Mire a este niño, hoy mismo lo convertiría en una bomba”. “Israel jamás conseguirá seguridad así, ningún israelí podrá salir a la calle tranquilo con esta política, nunca, aunque pasen cien o mil años, se lo aseguro”, insistía ayer un comerciante en Beirut.
Shabayla, jefe de Al Fatah en la capital libanesa, insiste en el discurso de la negociación, habla de Oslo y del plan Mitchell. Pero algunos presentes en su oficina, muchos armados, giran las pupilas y dicen que “ya se ha visto a lo que lleva hablar con Sharon y los israelíes”. “Tienen que llegar a sufrir tanto o más que nosotros para que se avengan a una paz justa”, dice uno. Y otro, poco después, sentencia: “La cosa está clara, o ellos o nosotros”. No es la posición políticamente correcta en Fatah, pero es lo que piensan cada vez más millares de niños y jóvenes que se agolpan en los campos y cuyos padres ya nacieron en esos pozos de desesperanza junto a la milenaria ciudad costera. Los países árabes fronterizos intentan a toda costa frenar las actuaciones de palestinos que residen dentro de sus fronteras, pero los últimos acontecimientos han generado una inmensa alarma. Y crece hora a hora el resentimiento de los palestinos hacia regímenes que, según ellos, no hacen nada por sus “hermanos árabes” más que verter palabras en comunicados y después acordar la política con Washington, el gran defensor de Israel. “La solución pasa por derribar esos regímenes árabes corruptos”, dice Mohamed, un joven maestro nacido en el campo de refugiados. “Entonces ya se vería qué es Israel. Pero los líderes árabes son unos cobardes y no representan a sus pueblos.”
“Si tocan a Arafat un pelo, Israel y Estados Unidos, que apoya y permite todo este exterminio a Sharon, harían bien en proteger sus intereses y a sus ciudadanos en todo el mundo”, dijo el jefe de Fatah en el campo de Shatila. “No somos Bin Laden, pero tenemos nuestros propios métodos de respuesta.” Según sugirió, la situación puede llevar a la resistencia palestina a recurrir a los métodos de Setiembre Negro. Y advirtió que en cuestión de horas podían comenzar acciones contra Israel desde Líbano. De hecho la milicia de Hezbolá ha lanzado cohetes Katiusha sobre el norte de Israel.
“Todos juntos contra el enemigo mortal”, corean por todo Líbano, pero también en Jordania, Siria y Egipto, grandes masas de palestinos refugiados que conmemoran además el Día de la Tierra, en recuerdo de seis campesinos abatidos por la policía israelí cuando protestaban contra la expropiación de unas tierras que les habían pertenecido durante generaciones.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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Un palestino protesta frente a la embajada norteamericana en Beirut. Detrás, el retrato de Arafat.
 
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