EL MUNDO › LA POSGUERRA SUCIA
OPINION
Los Stalingrados de Irak
Por Claudio Uriarte
La situación en Irak no se parece a la de Vietnam; más bien se parece a una colección de pequeños Stalingrados –las ciudades chiítas de Najaf y Kerbala en el sur, el enclave sunnita de Faluja en el centro-norte del país–, donde los ocupantes pueden técnicamente entrar a sangre y fuego y reconquistarlos, pero no lo hacen porque alguien en la laberíntica cadena de mandos de la invasión –¿Karl Rove, el estratega de George W. Bush para su reelección?; ¿Condoleezza Rice, su asesora de Seguridad Nacional?; ¿Donald Rumsfeld, su cuestionado secretario de Defensa?– ha resuelto que el resultado sería políticamente demasiado costoso. El dato, sumado a la urgencia de la Casa Blanca por entregar el 30 de junio un Poder Ejecutivo de utilería a sus inconstantes y frágiles aliados iraquíes (el último jefe de los cuales fue asesinado esta semana en la nariz del comando norteamericano) y el escándalo por las fotos porno-sadomasoquistas de las humillaciones y tormentos en la prisión de Abu Ghraib significan que las fuerzas ocupantes se encuentran ahora a la defensiva: han perdido todo impulso político-militar y enfrentan el desafío de cuadrar el círculo entre la conveniencia de retirarse y el imperativo de evitar una evacuación helitransportada a la sudvietnamita que degenere en la apropiación del poder por sucesores indeseables o por mero caos. Y, en cualquier caso, en un triunfo neto de fuerzas islamistas radicalizadas como las que encarnan la red Al Qaida y su líder, Osama bin Laden.
De ganar el opositor demócrata John Kerry las elecciones presidenciales del próximo 2 de noviembre, su camino fuera de la encrucijada parece bastante claro: internacionalizar el conflicto, difuminar la visibilidad del protagonismo estadounidense, involucrar a la ONU y negociar con Francia, Alemania y Rusia su entrada como puentes de contacto y actores efectivos de separación de fuerzas. Esta salida elegante de la situación tendría, sin embargo, dos problemas a futuro: que la ONU no es una identidad unánime sino una colección de intereses nacionales competitivos entre sí –por lo cual la futura ocupación multinacional podría ser aún más inestable que la actual anglosajona– y que introducir a Francia, Alemania y Rusia a la manera de un “grupo de países amigos” que puentee las diferencias entre los ocupantes y los ocupados plantea a largo plazo la perspectiva, desagradable para los intereses estadounidenses, de una vasta zona euro-árabe-asiática: sería, en efecto, el triunfo de la “Vieja Europa” denunciada por Donald Rumsfeld en las vísperas de la guerra y una luz muy roja para las posibilidades de Israel de establecer la paz con sus vecinos. Estados Unidos se quedaría sólo con los países del Este de la “Nueva Europa” operando a modo de tapón de no se sabe muy bien qué, con Gran Bretaña atraída de nuevo con fuerza por el proarabismo tradicional del Foreign Office e Italia oscilando en el nuevo equilibrio hacia sus vecinos árabes del sur, ahora que España ha retomado ese camino tras los atentados del 11-M.
Pero de ganar Bush su reelección, el futuro es tan impredecible como el mismo Bush. Por una parte, está el hecho de que la reelección, y la ausencia de un tercer término presidencial en la Constitución estadounidense, liberan al presidente de cualquier restricción política interna en sus políticas. En otras palabras, George W. podría hacer lo que quisiera. Eso podría ser la profundización del conflicto y por eso la resistencia iraquí y los irregulares de Al Qaida están tratando de sembrar de la mayor cantidad de cadáveres posible la vía de Bush desde aquí hasta el 2 de noviembre. Pero, por otra parte, y en ausencia de colaboradores o partidarios iraquíes fiables (lo que predeciblemente crecerá en forma proporcional a la pila de cadáveres), y con la iniciativa política perdida, es difícil de qué modo puede profundizar Bush el conflicto.
Puede, sin dudas, reconquistar a sangre y fuego las ciudades tomadas, pero su proyecto inicial de convertir a Irak en una plataforma democráticade libre mercado de desestabilización liberalizadora de Medio Oriente habrá fracasado.
De hecho, lo contrario ha ocurrido: la invasión a Irak, y una ocupación que empezó por desbandar la única fuerza que podía estabilizarlo (el viejo ejército de Saddam Hussein), efectivamente ha desestabilizado a Medio Oriente, pero liberando fuerzas peores que Saddam Hussein y que Estados Unidos se muestra incapaz de controlar. Por eso, ganen Kerry o Bush, el ejército norteamericano probablemente seguirá en Irak, al menos como fuerza de contención. Pero el final del túnel no se divisa, mientras las elecciones de renovación parlamentaria de 2006 aparecen como la próxima fecha límite.