EL MUNDO › ENTREVISTA A LUIZ INACIO LULA DA SILVA, PRESIDENTE DE BRASIL
“Hasta hoy tuvimos un éxito relativo”
Lula da Silva, fundador del legendario Partido de los Trabajadores de Brasil, cuya administración ha recibido reveses por la política económica que sigue a rajatabla los compromisos con organismos internacionales de crédito. Aquí, balance y expectativas.
Por Francesc Relea *
Desde Brasilia
Brasil se ve distinto con ojos de sindicalista que con ojos de presidente. Luiz Inácio Lula da Silva es el único brasileño que ha tenido las dos miradas. El antiguo obrero metalúrgico y fundador del Partido de los Trabajadores (PT), el mayor partido de izquierda de América latina, ha descubierto en 17 meses las enormes dificultades de gobernar y la distancia abismal entre las promesas electorales y el ejercicio del poder. De 58 años, autodidacta, ha hecho una cura acelerada de pragmatismo que transmite en grandes dosis en esta entrevista. El presidente, con traje color beige, recibe a este diario en el despacho oficial en el palacio de Planalto, que combina luminosidad con una vista espectacular de la laguna artificial Paranuá. Lula da muestras de su sentido del humor y transmite calidez, optimismo, tranquilidad y convencimiento de que cumplirá lo prometido. “Me quedan otros dos años y medio, trabajo en la elaboración del segundo presupuesto, el primero totalmente mío, y la tendencia natural es que cada año las cosas mejoren, y mucho.”
–Su llegada al gobierno despertó la esperanza de millones de desamparados, no sólo en Brasil, sino en toda América latina. ¿Siente que en alguna medida ha satisfecho esta esperanza?
–No hemos tenido tiempo para eso. Estoy convencido de la expectativa que creamos en la sociedad brasileña y de los compromisos históricos con los más pobres. Al mismo tiempo, soy consciente de la realidad que encontré al llegar al gobierno. Sólo podré llevar a cabo mi proyecto con una economía en crecimiento y el dinero para hacer las inversiones necesarias. En nuestro primer año hemos procurado dar estabilidad a la economía para poder invertir más en el futuro. Estoy tranquilo. Cumpliré los compromisos que asumí, pero todavía no hemos conseguido hacer mucho de lo que pretendemos lograr en distribución de renta. No repararemos en cuatro años los errores de 500 años en Brasil.
–¿Cuál ha sido la sorpresa más desagradable que encontró al llegar al gobierno?
–Conocía bastante bien la realidad brasileña, pero no tenía noción del desastre administrativo. La máquina pública estaba totalmente desestructurada. La segunda decepción fue la situación económica, más grave de lo que imaginaba. Brasil tiene una acumulación histórica de deudas sociales y todo precisa ser reconstruido. Desde las fuerzas armadas hasta ministerios de planificación o empresas de procesamiento. Además, el gobierno anterior dejó muchas deudas. Recortamos el presupuesto en 14.000 millones de reales, casi 5000 millones de dólares. Siempre trabajé con optimismo porque tengo la siguiente premisa: si Brasil estuviera en buen estado, yo no habría ganado las elecciones. Gané porque Brasil estaba en una situación tan delicada que el pueblo entendió que yo podría reparar lo que otros no lograron.
–¿Cuál es el balance de su primer año y medio de gestión?
–Decidimos hacer lo que debíamos y creo que hasta ahora hemos tenido un éxito relativo. No hemos avanzado tan rápido como me hubiera gustado, pero por primera vez tenemos un crecimiento económico sostenible con una estabilidad económica razonable. Nuestro plan es en primer lugar seriedad, gastar lo que tenemos en las áreas que consideramos prioritarias, y cumplir los compromisos que Brasil adquirió en el pasado, porque eso es lo que nos da credibilidad. Hemos liberado más dinero que en cualquier época de Brasil para la agricultura familiar. Hemos firmado acuerdos con trabajadores y banqueros para que aquéllos puedan acceder a préstamos a intereses más bajos que se descuentan de su salario. Hemos asumido un compromiso con los sin tierra de asentar a 480.000 familias hasta final de nuestro gobierno y regularizar títulos de propiedad de 130.000 familias.
–Pero ahora lo aplauden más los mercados financieros que los sectores populares que lo votaron.
–Tenemos la decisión de honrar los compromisos adquiridos. El año pasado tuvimos que pagar 140.000 millones de reales (47.900 millones de dólares) en intereses de deuda. Logramos un superávit fiscal del 4,25 por ciento del PBI y con ello sólo conseguimos pagar 62.000 millones de reales; el resto tuvimos que reprogramarlo. Es decir, el superávit no alcanza para pagar los enormes intereses. ¿Por qué estos intereses monstruosos? Porque el 70 por ciento de nuestra deuda es con pequeños inversores brasileños. Si no asumiera el compromiso de cumplir con el pago de estos intereses, no estimularía a extranjeros y brasileños a invertir en nuestro país.
–La lucha contra el hambre ha estado presente en toda su vida. ¿Ha dado resultados la campaña Hambre Cero?
–Tengo el compromiso de que los proyectos Hambre Cero y Bolsa Familia beneficien en 2006 a 11 millones de familias, lo que significa atender a 44 millones de personas. Es perfectamente posible. Ahora atendemos a cuatro millones y en diciembre llegaremos a los seis millones y medio. Cumpliré el compromiso de que los brasileños desayunen, almuercen y cenen todos los días. Pero esta política de subsidios no es un fin en sí mismo; es una política de emergencia. Queremos crear las condiciones para que la economía se fortalezca y permita generar empleo. No queremos altibajos en el crecimiento, que un año crezca el 4 por ciento y el siguiente caiga en recesión. Prefiero crecer un 3 por ciento anual de manera sostenida que esas oscilaciones. Podremos llegar al 4 por ciento y superar esta cifra a partir del año próximo.
–¿Se puede ganar la batalla contra el hambre?
–Estoy convocando para el 20 de septiembre a todos los jefes de Estado para discutir la creación de un fondo contra el hambre en el mundo.
–Hacer las cosas con tranquilidad, ¿no le está costando una pérdida de popularidad que, según las encuestas, ha caído 20 puntos?
–Mi cabeza no funciona por una cuestión de popularidad. Si cuando me acuesto tengo la conciencia tranquila de que estoy haciendo lo que conviene, estoy satisfecho. Uno de los grandes defectos en Brasil, incluso en el período de 1930 a 1980, cuando la economía creció a índices del 7 por ciento anual, es que no conseguimos pensar en el país a 30 años vista. Sólo pensamos en Brasil cuando llega la campaña electoral. Así no puede haber ninguna política consistente, porque sólo se trabaja para el mandato y el gobierno propio, pensando en las elecciones y no en el pueblo. Hay que pensar en el Brasil de los próximos 15 o 20 años y crear una base sólida para los gobiernos que vengan en el futuro.
–De las reformas impulsadas por su gobierno, ¿cuál le dio mayores dolores de cabeza?
–La de la seguridad social. Tuve que discutir con mis amigos sindicalistas, pero la gente tiene que entender que alguna vez hay que reformarla. Es una realidad en todo el mundo, porque la perspectiva de vida es mayor. En Brasil la longevidad media es de 71 años. Cuando se creó la seguridad social, era de poco más de 50. La nueva realidad reclamaba un ajuste en las prestaciones. Los que se benefician de la seguridad social no quieren cambios, pero yo no pienso sólo en ellos, sino en nuestros hijos y en nuestros nietos. Si no ajustamos lo que tenemos ahora, ellos no tendrán acceso a nada.
–¿Es democrático expulsar del partido a quienes no aceptan la línea oficial, como ha ocurrido con los cuatro congresistas del PT que se opusieron a la reforma de la seguridad social y tributaria?
–Si usted decide entrar en un partido tiene que aceptar las reglas. La democracia no significa que el poder de la minoría prevalece sobre los intereses de la mayoría. La democracia implica garantizar el debate de todos los sectores, pero cuando se vota una decisión, todos tienen queacatarla. Si una persona no está de acuerdo y no se quiere someter a ninguna decisión de las instancias del partido, es saludable que salga. En Brasil, para ser elegido en un estado como San Pablo, se necesita un mínimo de 300.000 votos. Nadie que vaya por la libre consigue esta cifra. Ningún diputado puede decir que es dueño de sus votos porque no fue elegido solo. Debe los votos al partido. Esto es democracia.
–La oposición presenta las municipales de octubre como el primer examen de su gestión. Si el PT pierde la alcaldía de San Pablo, la más importante del país, ¿asumirá usted el resultado como una derrota personal?
–No hay relación directa. Cuando los ciudadanos votan a un alcalde, lo hacen por quien creen que asume el mejor compromiso con su ciudad, no por cuestiones nacionales, sino por las locales.
–Pero el PT se empleará a fondo para respaldar la candidatura de Marta Suplicy a la reelección.
–Probablemente, yo no participaré en la campaña porque formo parte de una coalición de partidos que tienen sus candidatos en los distintos municipios. No debo participar en una campaña que vaya en contra de quienes me apoyan en la coalición. Ciertamente, el PT tiene gente muy buena que sin duda intervendrá activamente en la campaña.
–¿Está satisfecho de cómo funciona la coalición gubernamental a pesar de que uno de sus integrantes, el PMDB, actúa cada vez más por su cuenta, como se ha comprobado en la reciente votación del salario mínimo en el Senado que el Ejecutivo perdió?
–No conozco en el mundo a nadie que integre una alianza política y que no tenga sistemáticamente problemas. Creo que la base aliada que sostiene al gobierno ha hecho contribuciones enormes para el país y para el gobierno. Hay que dialogar mucho. Eso es hacer política.
–¿Es una alianza sólida?
–Hasta ahora ha sido sólida. En los asuntos más difíciles votó de manera coordinada.
–¿Brasil aspira al papel de líder de América latina?
–El liderazgo no se produce por sí solo, sino en función de la capacidad de trabajo. Yo ya estoy muy contento con ser líder de Brasil. Lo que me gustaría para América del Sur es poner en pie una política basada en una relación de confianza entre países y gobernantes. Estamos viviendo una etapa excepcional en nuestra relación con Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Colombia, Perú, Venezuela... Tratamos de demostrar que, o nos juntamos y establecemos políticas de complementariedad y hacemos acuerdos entre nosotros, construimos un mínimo de infraestructura necesaria para nuestro crecimiento, o no dejaremos de ser países en vías de desarrollo.
–¿Cómo contempla la relación con potencias comerciales como EE.UU. y la Unión Europea?
–El 26 por ciento del comercio exterior de Brasil es con Estados Unidos. Otro 26 por ciento es con la Unión Europea. En la medida que un país tiene una relación comercial muy fuerte, disminuye el campo de acción y la posibilidad de ampliación. No tenemos la igualdad tecnológica ni el nivel de la UE. ¿Tenemos que pasarnos la vida suplicando a los europeos que reduzcan los subsidios a su agricultura? No. Tenemos que buscar otros socios similares a nosotros y que puedan tener una política de complementariedad. Por ejemplo, China tiene una buena política de lanzamiento de satélites y Brasil construye buenos aviones. Podemos intercambiar tecnología. ¿Qué políticas complementarias pueden tener Brasil y Argentina? ¿Y Brasil y Africa del Sur?
–¿Cuál es la apuesta de su gobierno en las relaciones comerciales internacionales?
–La novedad es establecer complementariedad entre naciones en desarrollo. Hemos creado el G-20, que es un bloque capaz de llegar a la Organización Mundial de Comercio (OMC) con más fuerza. Cuando propongo crear una nuevageografía comercial en el mundo es porque tenemos que aprovechar el potencial de otros países. De lo contrario, todos somos dependientes de Estados Unidos y de la UE. Quiero una relación de paz y amor con Estados Unidos y la UE, pero quiero defender para mí lo que defienden para ellos. No me puedo conformar con ser pobre. Tengo que luchar para salir de esa situación. Por eso tenemos que ser osados en política internacional.
–¿La dimisión forzada de varios presidentes latinoamericanos en los últimos tiempos muestra que la consolidación de la democracia en la región está lejos de ser una realidad?
–Creo que la democracia se está consolidando rápidamente en América latina. Hay que entender que, hace 20 años, en muchos países de la región mucha gente creía que la única salida era la revolución, la lucha armada. Hoy todos estos grupos están disputando elecciones democráticas. Ha habido un avance general. América del Sur nunca había tenido un auge democrático tan grande como el actual, con el pueblo eligiendo a gobernantes progresistas y con más compromiso social.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.