EL MUNDO
Un acusado de Abu Ghraib alega obediencia debida
La defensa de los torturadores de Abu Ghraib afirma que cumplían órdenes para ablandar a los presos y preservar la seguridad de norteamericanos e iraquíes. Ayer fue la audiencia preliminar del suboficial Charles Graner.
José Comas *
Desde Berlín
Guy Womack, abogado defensor del cabo Charles Graner, principal acusado de los vejámenes a presos en la cárcel iraquí de Abu Ghraib, afirmó que los presuntos torturadores cumplían órdenes. Al mismo tiempo, la defensa de Graner intentó ante un juez militar en una base de Estados Unidos en Mannheim (Alemania) que no se admitan como prueba los discos de computadora con las fotos de las torturas por haberlas obtenido sin permiso del acusado.
El abogado declaró a la cadena ZDF que, además de la obtención incorrecta de las pruebas, las torturas habían sido ordenadas “desde arriba con un objetivo concreto: ablandar a los presos para y dejarlos en situación de colaborar”. Asegura el abogado que se trataba de “conseguir informaciones importantes para salvar las vidas de americanos e iraquíes”.
A primera hora de ayer comenzaron en la base de Mannheim las diligencias previas, que concluyen hoy, contra cuatro militares de EE.UU. acusados de torturar en la cárcel de Abu Ghraib. Esta vista previa de ayer en Mannheim consistió en un interrogatorio para determinar si procede seguir con la causa contra los acusados. Las diligencias se realizaron en Mannheim a petición de la defensa para ahorrar costos, permitir el desplazamiento de los familiares y poder disfrutar de la seguridad adecuada que en Alemania está garantizada, pero no en Irak.
La audiencia fue pública, con acceso a la prensa tras severos controles, pero no se permitió filmar en la sala a los acusados y al tribunal. De las descripciones de periodistas presentes se desprende que el cabo Graner, de 35 años, se presentó vestido con ropa de campaña para el desierto y, flanqueado por dos abogados, siguió con gesto desinteresado la marcha de las diligencias judiciales. Graner es aquel personaje de anteojos y bigote que aparece en las fotos con gesto triunfal ante una montaña de cuerpos de presos desnudos.
El mismo Graner, casado y padre de dos hijos, es el progenitor de la criatura que lleva en sus entrañas la cabo Lynndie England que se dedicaba, según los testimonios gráficos, a encadenar como perros a los presos y a simular aproximaciones obscenas a los genitales de los torturados.
A Graner se lo acusa de haber saltado sobre las manos y los pies de los presos y haber golpeado a uno hasta dejarlo sin sentido. En una de las fotos se puede ver a Graner abrazado a su amiga England, ambos con los pulgares hacia arriba en gesto de triunfo, ante un montón de cuerpos desnudos. La acusación incluye malos tratos a los presos, agresiones, asociación ilícita e incumplimiento de sus deberes. A esto se añade la acusación por adulterio con su colega de hazañas England. La agencia Reuters informa que la pareja obligó a los presos a desnudarse, masturbarse unos frente a otros y a simular actos de sexo oral para luego dejar inmortalizados esos actos en fotografías.
La segunda cadena de la televisión pública alemana (ZDF) informó ayer que Garner ya había adquirido triste fama en EE.UU. por su brutalidad en le desempeño de sus funciones de carcelero.
Graner y los otros cuatro militares sometidos a las diligencias previas pertenecen a una unidad de reserva de la policía militar del Ejército de EE.UU. Ante el juez militar, coronel James Pohl, declaró que durante su estadía en Irak se hallaban sometidos a exceso de trabajo con jornadas de hasta 17 horas diarias y el estrés añadido de encontrarse bajo el fuego enemigo.
El defensor de Graner intentó impugnar los diskettes como prueba con el argumento de que se obtuvieron de forma indebida. El instructor, comandante Manora Iem, admitió que despertó a Graner el 14 de enero en su cuarto en Abu Ghraib, le informó de las sospechas que pesaban contra él y le pidió su consentimiento para entrar en la computadora. Según Iem, Graner se mostró dispuesto a cooperar, pero no dio permiso para acceder ala PC. “Estaba muy lúcido y colaboró, pero temía quedar convertido en un chivo expiatorio”, dijo.
El juez decidió que los discos de la computadora se incluyan en la causa.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.