EL MUNDO
El dolor y la rabia que tomaron las calles en toda Cisjordania y Gaza
Fue una jornada de luto, ira y clamores de venganza en las calles de los territorios ocupados por Israel. Las organizaciones radicalizadas hicieron una demostración de unidad tras la figura del líder muerto ayer. Pero no todos mostraron el mismo respeto por Yasser Arafat.
Por Juan Miguel Muñoz *
Desde Gaza
“Mientras haya ocupación, habrá resistencia”, aseguraba ayer Salah, uno de los jóvenes jefes de las Brigadas Al Quds, el brazo armado del movimiento fundamentalista Yihad Islámica, en el campo de refugiados de Yabalia, al norte de la Franja de Gaza. La omnipresente Hamas, tras expresar sus “condolencias” por la muerte del “gran líder”, advirtió que la pérdida de Yasser Arafat “incrementará la determinación de continuar la lucha contra el enemigo sionista hasta la victoria”. Fue una jornada muy triste para decenas de miles de palestinos, que se echaron a las calles a primera hora de la mañana para mostrar su fervor o respeto hacia quien ha sido el icono de la resistencia contra la ocupación israelí durante cuatro décadas.
La Franja de Gaza, clausurada ayer por el ejército israelí, lloró la muerte de Yasser Arafat, “Abu Amar”, cuya efigie aparecía por doquier en mayor medida que la de los jefes de los movimientos fundamentalistas, aunque sólo fuera por un día. Decenas de miles de palestinos salieron a las calles en las ciudades de Gaza, Rafah y Jan Yunis para mostrar su congoja por la muerte del líder histórico de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y presidente de la Autoridad Palestina. Infinidad de ellos no escondía su enorme pesadumbre. No podían. Los delataban los ojos rojizos y los pañuelos en la mano. Algunos dirigentes entrevistados por diversos canales de televisión no podían terminar su alocución o lo hacían entre sollozos. En los populosos y míseros campos de refugiados de Yabalia y Beit Lahia, feudos de Hamas y Yihad Islámica, al norte de la capital de la Franja, la aflicción era menor, pero imperaba, salvo excepciones, un enorme respeto hacia la figura de Arafat.
Pocos minutos después de las seis de la mañana, las ráfagas de fusiles automáticos comenzaron a oírse con nitidez en la ciudad de Gaza. Y a percibirse el pestilente hedor de goma quemada de los neumáticos que centenares de jóvenes y niños colocaban en infinidad de cruces de calles. Espesas columnas de humo se elevaban al cielo nublado y el horizonte del Mediterráneo se pintó de negro. A las 9.00 era casi imposible divisar el puerto de Gaza, aun estando a 200 metros de distancia. Las rotondas estaban empapeladas con fotografías de Arafat en todas las etapas de su vida: casi imberbe, ya maduro durante su discurso ante Naciones Unidas en 1974 y siendo aupado en Ramalá al helicóptero en el que el 29 de octubre abandonaría su tierra para no regresar. Innumerables vehículos también se desplazaban empapelados con la figura de Arafat. A mediodía, las fogatas ya sólo eran rescoldos humeantes. “Los niños ya no encuentran ruedas para quemar”, aseguraba un transeúnte entrado en años.
Los fieles a Al Fatah, el partido fundado por el dirigente fallecido en París, organizaron una manifestación que comenzó junto a uno de los principales cuarteles policiales en el centro de Gaza, una antigua instalación de las tropas coloniales durante el mandato británico sobre Palestina. Pero a las banderas amarillas de este partido se sumaban las negras de Yihad Islámica, portadas por los leales a este grupo fundamentalista, aunque no compartieran algunas de las consignas. “Siempre quedarás en nuestra alma y nuestro corazón”, clamaban los partidarios de Arafat por megáfono entre el estruendo de los disparos. Pero muchos miembros de Yihad Islámica no guardan simpatía hacia el líder que los ha encarcelado en alguna ocasión, aunque fuera presionado por Israel. Pero seguro que suscriben al 100 por ciento otra de las consignas de los seguidores de Al Fatah: “Vamos a quemar la tierra debajo de los israelíes”. Gaza fue ayer una ciudad sin actividad comercial. Hasta las farmacias permanecieron cerradas. Sólo las tiendas que vendían banderas palestinas y retratos de Abu Amar mantenían sus puertas abiertas. Infinidad de vehículos con hombres armados con fusiles automáticos a bordo circulaban veloces por calles y avenidas. Disparaban al aire sin cesar. Cientos de agentes de los cuerpos policiales patrullaban por todos los rincones de la ciudad.
“Levantá la cabeza, estás en la guarida de Ezzedin al Kassam”. La pancarta del brazo armado de Hamas saluda a quien se adentra en el pauperizado campo de refugiados de Yabalia, escasos kilómetros al norte de la ciudad de Gaza, donde escasean los retratos del líder fallecido. Abundan las pintadas en honor de los “mártires” de Hamas y de Fathi Shikaki, dirigente de Yihad Islámica asesinado por agentes del Mossad, servicio secreto israelí, en Malta, en 1995.
Salah, uno de los jefes de las Brigadas Al Quds, milicia de Yihad Islámica, asegura que su organización “se siente poderosa”. No obstante, no oculta su desconfianza, a pesar de los acuerdos alcanzados con el primer ministro, Ahmed Qureia, para garantizar una transición sin sobresaltos: “Ahora es totalmente diferente. La voluntad de Al Fatah nunca ha sido entenderse con nosotros, pero no le queda más remedio. Somos más fuertes que antes. No creo que la Autoridad Palestina se atreva a detenernos. Si respeta los pactos, no habrá problemas, pero si se producen detenciones estallará un serio conflicto”. El equilibrio será cosa de malabaristas, porque, añade Salah, “mientras haya ocupación, habrá resistencia”. “Por supuesto que intentaremos seguir lanzando cohetes sobre Israel”, concluye. Sin ir más lejos, al menos dos milicianos murieron ayer cuando atacaban con granadas y armas automáticas el asentamiento judío Netzarim, al sur de la ciudad de Gaza.
El portavoz de Hamas, Sami Abu Zuhri, expresó en un comunicado su “profunda aflicción y tristeza por la pérdida del símbolo y gran líder del pueblo palestino” e hizo un llamamiento a la unidad de todos los partidos palestinos. Pero, al igual que Yihad Islámica, no planea bajo ningún concepto frenar la resistencia: “La pérdida de nuestro gran líder aumentará nuestra determinación de continuar la lucha hasta la liberación”. Ambas organizaciones culparon a Israel de haber terminado con la vida de Abu Amar.
Pero no todos los palestinos, ni mucho menos, fueron tan respetuosos con el venerado dirigente. Fayyed, un comerciante de 40 años del campo de Beit Lahia, apuntaba rotundo tras acusar de corrupto a Arafat: “Llevamos 40 años con su liderazgo y cada vez estamos peor”. Otro lugareño, mucho más radical, añadía: “Hace unos días murió el jefe de Estado de Emiratos Arabes Unidos; ahora Arafat. Tenemos 22 gobernantes árabes. Ojalá muera uno cada semana. Son unos lacayos”. Con todo, el sentimiento predominante se resume en la frase que lanzaban los miembros de Al Fatah por sus altavoces: “Arafat no morirá nunca. Quien diga que Abu Amar ha muerto no conoce la historia”.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.