EL MUNDO › DIARIO DE LA INTRIGA VATICANA
QUE CONVIRTIO A RATZINGER EN BENEDICTO XVI
Cómo la sombra del poder llegó a Papa
Detrás de un cónclave que se desarrolló con la velocidad del rayo hubo una larga intriga que empezó en septiembre de 2004, tuvo un centro en la enfermedad del cardenal Carlo María Martini –único rival de peso de Josef Ratzinger– e incluyó un juego de mentiras y presiones y un peculiar sistema electoral para desembocar en el Papa de hoy.
Por Oscar Guisoni
Desde Ciudad del Vaticano
No se habían apagado todavía los reflectores del mundo que apuntaron a la Capilla Sixtina durante las brevísimas 24 horas del cónclave de la Iglesia Católica que eligió papa a Josef Ratzinger que ya comenzaron a filtrarse por los muros del Vaticano los primeros trascendidos sobre cómo fue que sus eminencias llegaron a un resultado tan radical. Los secretos en la Santa Sede, lo pudimos comprobar durante estos días, duran poco.
La candidatura del cardenal alemán comenzó a gestarse durante septiembre de 2004, cuando era evidente que la salud de Karol Wojtyla estaba muy deteriorada y su largo papado estaba por concluir. En diciembre, poco antes de la Navidad, el guardián de la ortodoxia cristiana tenía ya en el bolsillo un puñado de votos, gracias a sus aceitados contactos con algunos de los cardenales más influyentes de Italia, España, América latina (incluido “nuestro” candidato Jorge Bergoglio) y contaba con el indispensable apoyo del Opus Dei.
Fue el Opus el encargado de servirle en bandeja los principales operadores políticos que Ratzinger necesitaba para llegar al cónclave como firme candidato, empezando por el hiperactivo Darío Castrillón Hoyos, un hombre de la Curia con influencia en sectores a los que el futuro Benedicto XVI no convencía de entrada. Y del Opus llegaron también en su auxilio Alfonso López Trujillo, presidente del Consejo para la Familia, y Julián Herranz, el jurista responsable de la comisión vaticana que interpreta los textos legislativos.
Herranz descubrió rápidamente las ventajas que presentaba el método de elección predispuesto por la Constitución Vaticana reformada por Wojtyla en 1995, afirman fuentes cercanas al arzobispo. Durante las primeras 30 votaciones se debía llegar a reunir dos tercios de los votos y cuando murió Juan Pablo II, el 2 de abril, Ratzinger no los tenía. Pero eso no era un problema. La Constitución establece también que superada esa fase alcanza con tener la mitad más una de las preferencias para ser elegido. Por lo cual bastaba demostrar durante las primeras votaciones que esos votos ya se tenían para sugerir desde una posición de fuerza que era inútil votar 30 veces hasta agotar la instancia de los dos tercios. Tarde o temprano se llegaría al 50 por ciento más uno y, en ese caso, el resultado estaba cantado.
Ninguno de los cardenales presentes en el cónclave, habrían especulado los arquitectos de la candidatura Ratzinger, iba a querer cargar sobre sus espaldas el peso de hacer aparecer a la Iglesia dividida a nivel internacional, prolongando las votaciones durante demasiados días. Y mucho menos lo iba a querer hacer el cardenal Carlo María Martini, el único entre los purpurados capaz de “armar” una candidatura alternativa. Martini comenzó a entender el mensaje el miércoles de la semana pasada, cuando llegó a la prensa internacional el rumor de que Ratzinger habría ya obtenido el consenso de una cincuentena de cardenales, por lo que estaba a un paso de lograr los 58 votos que necesitaba para lograr el 50 por ciento más uno.
El prestigioso ex arzobispo de Milán, por si fuera poco, no tenía una figura alternativa de relieve sobre la cual dirigir los votos que, según se especulaba, irían a parar a su persona durante la primera votación. Sólo él hubiera logrado juntar un consenso suficiente para contrarrestar a Ratzinger, pero su enfermedad (sufre de Parkinson, el mismo mal que atormentó los últimos años de Juan Pablo II) lo llevó a aclarar antes del cónclave que no estaba dispuesto a ser el próximo Papa.
Durante la primera votación del lunes, al parecer, ocurrió lo que gran parte de la prensa internacional había pronosticado. Los votos se dividieron entre Ratzinger y Martini, sin que ninguno alcanzara los dos tercios. Martini tenía pocas cartas en la mano para jugar. No se sabe sobre cuál de los cardenales “preferidos” del sector progresista envió sus votos en la votación del martes por la mañana, pero sí se sabe que el pequeño grupo de indecisos que todavía quedaba no sintió que se tratara de una opción creíble y segura.
Mucho se había hablado durante los días previos al cónclave de la importancia de un papado de transición, conducido por un hombre de gran prestigio, sobre todo a nivel teológico, por lo que la candidatura de Ratzinger comenzó a cobrar una fuerza extraordinaria. La Iglesia necesitaba, según muchos purpurados, una mano firme que la sacara del “desgobierno” en que la había dejado abandonada Karol Wojtyla.
“Los que no estaban convencidos antes del cónclave –confiesa una de las primeras voces extraoficiales que comenzaron a sentirse ayer en la Santa Sede– terminaron de convencerse cuando lo vieron oficiar los funerales de Juan Pablo II y, luego, cuando dictó su famosa homilía. Ahí quedó claro que era él el hombre. Además, era el único que se sentía en condiciones de suceder a Wojtyla. La mayoría de los otros candidatos con posibilidades no estaban convencidos, temían la comparación, no estar a la altura. Le sirvieron la elección en bandeja.”
“No había ganas de arriesgar –dicen que se quejó uno de los purpurados latinoamericanos más molestos por la elección de este papa conservador–; no estábamos preparados, nos tomó por sorpresa.” Martini lo comprendió rápidamente el martes por la tarde y dio su consenso para que el puñado de votos que giraban a su alrededor se inclinara por Ratzinger. A esas alturas, afirman fuentes confiables del Vaticano, el cardenal alemán había logrado posicionarse con tanta fuerza que era inútil oponerle resistencia. “No perdió un solo voto desde la primera elección hasta la última”, sostienen las mismas fuentes que ayudaron a armar la trama de la elección de Benedicto XVI.
Este curioso sistema electoral, que en un principio parece requerir de un gran consenso para ser elegido, sirve más que nada para otorgarle al candidato capaz de obtener al inicio la mayoría del 50 por ciento un amplio voto mayoritario durante los primeros días, incluso de aquellos que depositan la papeleta en la urna “tapándose la nariz”. Todo sea por preservar la imagen de unidad de la Iglesia, no vaya a ser cosa que se comience a agitar el temido fantasma del cisma.
“Ahora sólo nos queda esperar que la edad y el recién estrenado traje de Papa lo moderen un poco”, comenta con un cierto aire de amargura una monjita mexicana que llegó a Roma con la esperanza de ver elegido por primera vez a un papa latinoamericano. “Porque si no...” ¿Si no qué? “Que Dios nos ayude.”