EL MUNDO

Cuando todo el Vaticano resulta un chiste alemán

De “pastor alemán” a “Papa-Ratzi”, las bromas sobre Josef Ratzinger, a ser entronizado como Benedicto XVI mañana, pululan en una Roma que espera medio millón de visitantes para la ocasión.

Por Oscar Guisoni
Desde Ciudad del Vaticano

En Italia un Papa alemán no es chiste. Luego de la sorpresa inicial, en las calles de Roma comienza a difundirse una extraña sensación que sacude, más que nada, a los ancianos memoriosos. “Cuando sentí esa voz –comenta un ex combatiente de la Segunda Guerra Mundial, mientras contempla la televisión en un bar– me vino un escalofrío.” “Los recuerdos están frescos todavía, jovencito”, sostiene su amigo, anciano como él, y se lleva un dedo a la sien: “Acá tengo yo esa voz todavía”.
“Sobrevive el estereotipo –sostiene Susanna, profesora de la Facultad de Sociología de La Sapienza–, y está presente más que nada en los mayores, que recuerdan todavía los años de la ocupación. Y Ratzinger tiene un acento muy marcado, como lo comprobamos enseguida. Pero es un fenómeno limitado, ya que para la gran mayoría es historia pasada. Tantos años de Unión Europea han contribuido a eliminar esos prejuicios, por suerte.” Aunque una cierta angustia queda. Basta ver los chistes que los romanos reproducen desde el martes con fruición para darse cuenta de ello. “Aleluya, han elegido Papa a Nazinger” es el texto de un SMS que le enviaron sus amigos a Marco a las pocas horas de la elección de Benedicto XVI. Lo conserva en su celular, lo muestra y ríe. Los romanos tienen el sentido del humor más parecido al de los argentinos que se pueda hallar en toda Europa.
Los periódicos de izquierda no se quedaron atrás a la hora de acudir a la ironía. “El pastor alemán” tituló Il Manifesto al día siguiente de concluido el cónclave, generando la indignación de una viejita católica que no se privó de protestar a viva voz delante del kiosco de revistas. Otros periódicos más moderados, como La Repubblica, no fueron indiferentes al fenómeno. En un artículo titulado “Cuando el Papa es un alemán”, el periodista Filippo Ceccarelli recuerda “los temores y las infamias que la Curia romana reservó a la religiosa bávara (originaria de un pueblo cercano a donde nació Josef Ratzinger) que asistía a Pio XII: sor Pascalina Lehnert”, al que muchos llamaban “el ángel despótico y teutónico”. Pio XII había sido nuncio en Berlín antes de ser nombrado Papa en 1939 y se trajo a Pascalina a Roma apenas comenzó su papado. Conocida como “la Papesa”, a la religiosa alemana se le dedicó incluso un libro, Pascalina, la dama negra de Pio XII, escrito por Giovanni Di Capua. En el mismo artículo, el prestigioso periódico repasa todos los lugares comunes y rastrea incluso las expresiones del arte que a lo largo de la historia crearon una animadversión hacia el pueblo alemán de parte de los italianos.
“Si Stalin viviera, ahora sí que podría preocuparse con razón de las divisiones del Papa”, sostiene un colega, que recuerda la famosa pregunta del dictador ruso, cuando le dijeron que tenía que cuidarse del poder del Sumo Pontífice romano: “¿Cuántas divisiones tiene el Papa?”. Un graffiti recién pintado en el barrio de San Giovanni es todavía más explícito: “El PanzerPapa ocupa Roma, preparémonos a la Resistencia”.
Ironía de la historia, Benedicto XVI será coronado el día antes de la fiesta nacional del 25 de abril, el “día de la liberación”, cuando Italia recuerda el fin de la ocupación nazi y homenajea a los “partisanos” que pelearon en la guerrilla comunista contra Hitler. Pero la relación entre los italianos y los alemanes tuvo también su costado colaboracionista. “En la Iglesia hace falta mano dura”, comenta una señora mayor, con la cartera bajo el brazo como si temiera que alguien se la fuera a robar. “¿A qué se refiere? –polemiza un flaco al que no le cayó muy bien el comentario–.¿A los curas pedófilos o a los que le hacen la corte al gobierno de Berlusconi?” Roma se enciende con la polémica. Ya desde sus primeros días como Papa, Ratzinger radicaliza posiciones.
Con menos sentido crítico y más humor, otra pintada copia la tapa del periódico inglés The Sun, aparecida al día siguiente de la elección de Benedicto XVI, y expresa: “Viva Papa-Ratzi”, que en italiano suena casi igual que “paparazzi”, los famosos fotógrafos de las revistas del corazón. Siguiendo la misma línea, en otra pared de la periferia alguien anuncia: “Papa-Ratzi le hará las últimas fotos a Lady Di en el cielo”. “El Santo Padre tiene un gran sentido del humor”, sostiene en televisión alguien que afirma conocerlo muy bien. ¿Será? ¿Le resultará tan divertido este humor romano?
La viveza italiana es veloz. En un puestito en las cercanías del Vaticano alguien vende jarras de cerveza al más puro estilo bávaro, con la inscripción en letras sospechosamente góticas: “Josef Ratzinger. Papa Benedicto XVI”. Un alemán apenas llegado se apresura a comprar la jarra, mientras su hijo se prueba una remera con la misma inscripción. Roma, que hace unas semanas se llenó de polacos, ahora soporta la invasión alemana. Aunque nadie espera mañana multitudes semejantes a las que convocó el funeral de Juan Pablo II, la ciudad calcula medio millón de visitantes.
Mientras tanto, el establishment televisivo se muestra ofendido con “las exageradas críticas” con las que el mundo ha acogido la noticia de Ratzinger Papa y se esfuerza en hacer desfilar por la pequeña pantalla un sinnúmero de comentaristas y biógrafos improvisados que insisten con que Benedicto XVI “no es tan radical como se dice”, “es un hombre bueno”, “una persona amable”, “un gran intelectual”. “Ya lo están haciendo santo a éste también, antes de que se muera”, se ríe una señora, mientras oye a uno de estos apóstoles televisivos.
Los políticos de la derecha aplauden con un suspiro de satisfacción: “Será de gran ayuda”, se ilusionan. Se moderan los de la izquierda, que resaltan su defensa del Concilio Vaticano II en su primer discurso y esperan que “ahora que llegó al poder se modere”. El último de los graffiti resume el sentir de gran parte de la Italia laica y moderna: “Gracias a Dios, ahora habrá muchos más ateos”.

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Las ventas de souvenirs del Papa están que arden.
 
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