Viernes, 8 de septiembre de 2006 | Hoy
EL MUNDO › EN CHINA LO ADORAN, PERO NO AÑORAN LA REVOLUCION CULTURAL
Sus parientes siguen recordando la última visita a su pueblo natal, en 1966. Pero los textos escolares no dicen mucho.
Por Clifford Coonan *
Desde Shaoshan
El plato favorito del presidente Mao es un guiso de patitas de cerdo en una sopa picante roja. Es la especialidad de la casa en un restaurante dedicado al ex líder supremo de China en su ciudad natal de Shaoshan, en la provincia de Hunan, y el dueño del restaurant es una mujer muy vivaz de 77 años, Tang Ruiren, que conoció a Mao en 1959 y es una ferviente partidaria del Gran Timonel. Mañana es el 30º aniversario de la muerte de Mao Tsé-tung, quien en el exterior es visto como el dictador responsable de la muerte de millones, de las reformas de colectivización agrícola, del Gran Salto hacia Adelante y las terribles purgas de la Revolución Cultural. Pero en la ciudad natal del Gran Timonel, y en grandes áreas de China, existe una verdadero afecto por Mao.
Tang está ocupada compartiendo sus experiencias con los medios locales fieles al partido comunista, pero encuentra tiempo para contarme la historia de cómo conoció a Mao en 1959, cuando vino en una visita secreta a su pueblo natal. La fotografía de ella y su familia reunida con Mao está en exposición y a los visitantes se les entrega una lámina de la foto como recuerdo. “Fuimos la primera familia que vio cuando vino. Mao Tsé-tung preguntó si mi marido estaba en casa y le contesté que mi marido era un soldado, igual que lo fue mi padre y lo sería mi hijo. Me dijo que era una ciudadana modelo”, dice Tang.
Tang es la tía abuela de Mao, aunque es décadas más joven que el líder chino, que tenía 64 años cuando hizo este viaje. El bebé que ella tiene en brazos en la foto se fue a luchar a la guerra de China contra Vietnam en los primeros años de su adolescencia. Es el tío de Mao. “Estaba sosteniendo a mi hijo en brazos, y su nombre era ‘Pequeño Mao’. Mao me dijo que debería tener el nombre de un adulto y que deberíamos llamarlo Mao Jingjun”, dice Tang. Tang grita las órdenes al personal mientras sirven cabezas de pescado “Todo en China es Rojo”, un plato igualmente picante que parece un mapa de China en 1949, con Taiwan descaradamente señalado en el borde del plato.
Se emociona hasta las lágrimas cuando se le pregunta qué estaba haciendo cuando llegó la noticia de la muerte del Gran Timonel, en 1976. “Estaba en una reunión discutiendo cómo implementar la política de un único hijo, cuando escuché marchas de música fúnebre por la radio. Me senté y me desvanecí y cuando volví en mí, lloré durante horas. Soñé con él muchas veces. Lo vi en el cielo y le dije: ‘¿Por que nos dejaste?’”, dice lloriqueando. “El dijo: ‘Estarás bien. Tienes un hijo en quien pensar’.” Para Tang, todo resultó muy bien. Rezó por él y sus antepasados en un templo budista. Y cuando comenzó a abrirse la economía a fines de la década del ’90, estableció un restaurante con un capital nominal de 1,70 yuan, 0,20 dólares al cambio de hoy.
Ahora tiene una cadena de 120 restaurantes, con 18.000 empleados, y paga impuestos equivalentes a 8 millones de dólares anuales que, según ella, la mayor parte va a una fundación que financia la educación de 500 huérfanos. “No es mi dinero, pertenece al pueblo de China. Sólo lo distribuyo entre la gente”, dice. Ahora camina con un bastón desde que se cayó y se rompió la cadera, pero salvo eso, se mantiene increíblemente dinámica. “Mao es el orgullo de Shaoshan. Su trabajo diplomático lo hizo famoso con los extranjeros y yo recibo a cada comensal aquí como un huésped del presidente Mao”, dice, todavía una ideóloga exaltada.
Al pie de la colina, la casa de la infancia de Mao, una casa con patio completamente renovada, sólida y cercada con bambú y con soldados apostados en cada habitación, es un lugar de peregrinaje lleno de turistas. En la cocina se puede ver donde él se reunía con toda la familia para “dedicarse a la causa de la liberación del pueblo de China”. Uno se entera de que el padre de Mao era un hombre “trabajador, hábil, ahorrativo y fuera de serie”, mientras que su madre “se deleitaba con el budismo y ayudando a otros”.
Más arriba en la colina hay puestos con un apabullante despliegue de memorabilia de Mao: estatuas producidas masivamente, retratos, encendedores, imanes y hasta uno se puede sacar una foto al lado de un Mao de cartón sentado en su silla favorita. Mao vino a Shaoshan en 1966 en secreto, y la villa en la que se quedó también se transformó en un santuario. El sendero de madera hasta la villa está revestido con caligrafía de líderes chinos, incluyendo poemas y epigramas. En la villa hay un bunker nuclear construido para la corta visita de dos semanas del presidente y una habitación antisísmica revestida hoy con medallas. La villa también tiene una mesa de ping pong, testamento de la diplomacia ping pong que señaló el comienzo de la lenta apertura de China al mundo.
“Mao era un gran hombre, lo admiro”, dice Jian Jun, un ejecutivo de promociones de televisión de 23 años. “Traigo a montones de amigos aquí a Shaoshan; cuando la gente sabe de dónde soy, lo primero que hacen es preguntarme por él. Aprendí sobre todas las grandes cosas que hizo en mis libros de texto en la escuela.”
Publicado el mes pasado, La Ultima Revolución de Mao, de Roderick MacFarquhar y Michael Schoenhals, es una elocuente y crítica descripción de la destrucción ocasionada por la Revolución Cultural, mientras Jung Chang y Jon Halliday condenan a Mao como un déspota loco por el poder en su reciente biografía: Mao: La Historia Desconocida. Pero el pueblo chino es mucho más ambivalente sobre el legado de Mao.
El liderazgo comunista describe a la Revolución Cultural como una catástrofe para China y ha revaluado al Gran Timonel, diciendo que era 70 por ciento bueno y 30 por ciento malo. Pero los libros de textos chinos mencionan brevemente la Revolución Cultural o el Gran Salto hacia Adelante. Muchos taxis tiene estatuillas de Mao en sus tableros y su legado político todavía es enorme; su rostro en los billetes, un retrato de este astuto hijo de Shaoshan, todavía mira sobre la plaza Tiananmen en Beijing y todavía se erigen estatuas en su memoria.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.