Martes, 4 de diciembre de 2007 | Hoy
EL MUNDO › ESCENARIO
Por Santiago O’Donnell
La derrota que sufrió el domingo Hugo Chávez fue mucho peor que el uno por ciento anunciado por la junta electoral, pero queda por verse si la oposición sabe y puede capitalizarla. El caudal electoral del presidente se redujo de siete a cuatro millones de votos desde la reelección del año pasado. A pesar de un nivel de aprobación cercano al 60 por ciento, apenas uno de cada cuatro votantes apoyó su reforma. La abstención del 44 por ciento, más el crecimiento del voto opositor, indica que buena parte del voto chavista, por primera vez en nueve años, se quedó en su casa a pesar del aparato montado para motivar su participación, que nada tiene que envidiarle al justicialismo.
No es que Chávez esté acabado ni mucho menos. El presidente venezolano tiene cinco años más de mandato, sigue en control de la Asamblea Legislativa, convive con una Justicia que no lo acosa y se apoya en unas fuerzas armadas que siguen encolumnadas detrás de su proyecto de socialismo radical. Además está sentado sobre ochenta mil millones de barriles de petróleo en reservas, que hacen de Venezuela el quinto exportador mundial de crudo. La incuestionable transparencia de la votación, la ausencia de acciones violentas o intimidatorias y su serena aceptación de la derrota por sólo cien mil votos lo legitimaron a Chávez como demócrata ante su pueblo y la comunidad internacional.
Pero por primera vez un número importante de autodenominados chavistas no lo acompañó. Esto podría interpretarse como un avance en la diversidad del movimiento por el surgimiento de un chavismo crítico. Pero sería una lectura simplista. En política los pingos se ven en la cancha y la derrota de Chávez es doble: primero no convenció con su propuesta de reforma, después dobló la apuesta al plebiscitar su gestión y tampoco le alcanzó.
Queda para el análisis cuánto fue rechazo, cuánto indiferencia y agotamiento, cuánto fue castigo por la gestión de Chávez y cuánto rechazo al texto constitucional. Pero lo que los números dicen claramente es que la oposición no aumentó su caudal electoral, sino que el chavismo disminuyó el suyo. O sea, por más que se hable de oligarquía e imperialismo, el problema está adentro del movimiento.
¿Y cuál es el problema? Están los problemas estructurales de siempre, problemas de gestión y de creación de riqueza, que en los meses previos al voto se manifestaron en un par de temas puntuales que golpearon duro a Chávez en las encuestas: la inseguridad y el desabastecimiento, fruto de la puja con los empresarios de alimentos para imponer controles de precios. El ministro chavista William Lara ayer reconoció que el gobierno está en deuda en estos temas y prometió ocuparse de ellos.
Chávez además cometió un error de cálculo que también cometió Evo Morales pero Kirchner evitó, aunque fue muy criticado por ello: a través de la reforma quiso llevarse puesto el formidable poder de los gobernadores, sin contar con los cartuchos suficientes. “Los gobernadores convencieron a mucha gente de que no fuera a votar”, reveló un ministro chavista.
También se fue instalando en ciertos sectores de la sociedad, tanto de izquierda como derecha, que el socialismo de Chávez es un socialismo berreta, que se limita a repartir en forma ineficiente las regalías petroleras, sin afectar los intereses de los empresarios amigos y sin alterar la oferta de bienes de consumo de última generación para los sectores adinerados. “En Venezuela no existe el socialismo ideológico”, exageró Luis Christiansen, director de Consultores XXI, una encuestadora con fama de neutral.
Uno de esos socialistas ideológicos, el ex líder guerrillero Douglas Bravo, no tiene reparos en decir que el chavismo es una mentira. “¿Cómo se pretende hacer socialismo del siglo XXI entregando la soberanía en las empresas mixtas? ¿Cómo se pretende hacer el socialismo del siglo XXI enriqueciendo a una burguesía que surgió en este gobierno a través de la renta petrolera? ¿Cómo se pretende hacer socialismo en Venezuela empobreciendo a los productores del campo y haciendo importaciones masivas para enriquecer a los ricos de Brasil y Argentina? ¿Cómo se pretende hacer socialismo en Venezuela menospreciando a los trabajadores, a los pobres del campo, a los indígenas y dándoles el poder a la agroindustria y a los ricos chavistas?”, disparó ayer en una entrevista con el diario El Mundo. Algunas de esas preguntas se habrán hecho los chavistas pobres que lo votaron en masa el año pasado pero anteayer prefirieron quedarse en sus casas, o hacer cola para comprar un litro de leche.
¿Qué pasará con el “proyecto latinoamericano”? Según una fuente con acceso al pensamiento de la cúpula militar venezolana, ésa era la principal preocupación de Chávez cuando supo que había sido derrotado. Esos jefes militares, reunidos en su cuartel general de fuerte Tiuna le habrían hecho saber al presidente que no había otra posibilidad que aceptar la derrota. Dado el clima actual en la región, con el desmembramiento de Bolivia, el fortalecimiento de Lula a partir del descubrimiento de petróleo, el recambio entre Néstor y Cristina, la tensión con el gobierno colombiano por los rehenes de la guerrilla: todos estos actores, por sus propias razones, verían con agrado una versión más moderada de Chávez. Hasta la oposición venezolana, hoy dispersa y fragmentada, abraza la Constitución chavista de 1999 y ve con agrado algunas de sus propuestas incluidas en la reforma derrotada.
Quizá llegó la hora de pulir algunos planes, bajar un cambio, contar hasta diez y empezar de nuevo, apuntalando los cimientos y evitando fricciones innecesarias. Chávez parece haberlo entendido, empezando por su galante reconocimiento del triunfo opositor. Ayer lo dijo. “Quizá mi error fue presentar una propuesta para la cual el pueblo venezolano no estaba lo suficientemente maduro.” Se podría agregar que, a pesar del desgaste de diez años en el poder, el chavismo también está verde.
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