Viernes, 28 de diciembre de 2007 | Hoy
EL MUNDO › ESCENARIO
Por Santiago O’Donnell
¿Qué importancia tiene Pakistán en el mundo hoy?
Mucha. Pakistán es el principal aliado de Estados Unidos en su guerra contra los talibán que apoyan y protegen a la red terrorista Al Qaida, responsable por los atentados contra las Torres Gemelas. Es un aliado histórico de Estados Unidos desde que Washington apoyó su desarrollo de un arsenal atómico en los años ’70 cuando gobernaba el papá de Benazir Bhutto, Zulfiqar Ali Bhutto, para equilibrar el poderío nuclear de la vecina India. Esa alianza se reforzó a partir del 9/11, cuando Estados unidos eligió a Pakistán como su plataforma de lanzamiento contra los campamentos talibán en Afganistán. Según el Center for International and Strategic Studies (CSIS), desde el 9-11 a esta parte, Pakistán recibió al menos 10 mil millones de dólares de asistencia directa de Estados Unidos.
¿Qué pasó en los
últimos dos meses?
El presidente militar Pervez Musharraf se mandó un autogolpe, metió preso a medio mundo, cerró los canales de televisión y barrió con la Corte Suprema. La resistencia civil recayó en manos del gremio de los abogados, que salieron a la calle para resistir con pedradas los bastones y gases de la policía antimotines. En medio de las presiones Musharraf aceptó despojarse de su uniforme y permitir que vuelvan al país Bhutto y Nawaz Sharif, y levantó el estado de sitio de cara a las elecciones del 8 de enero.
¿Cómo empezó la crisis que terminó con el asesinato de Bhutto?
Dos años antes del 9/11, Musharraf había llegado al poder por vía de un golpe militar. No había sido un golpe sangriento. Casi no tuvo resistencia. Los dos gobiernos civiles que lo habían precedido habían sido un desastre. Primero vino el de Benazir Bhutto, la niña mimada de Occidente, que había retornado al país llena de gloria tras un largo exilio en Londres. Su papá, que también había sido presidente, fue derrocado y decapitado por otro dictador, el general Zia. El gobierno de Bhutto no tardó en hacerse fama de corrupto y muy pronto escaló al tercer puesto del ranking de Transparencia Internacional. El marido de Bhutto era universalmente conocido en Pakistán como el “Señor diez por ciento”. Bhutto fue echada a patadas del gobierno y luego enjuiciada en Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania y Pakistán. El gobierno del sucesor de Bhutto, Nawaz Sharif, se caracterizó por perseguir a periodistas y llevar al país a la ruina económica. Musharraf tumbó a Sharif en 1999 con la promesa de forjar una “democracia verdadera” y después del 9/11 se puso al frente de la lucha antiterrorista. Pero los talibán resultaron ser un hueso duro de roer. Musharraf parecía cumplir con los pedidos de captura de terroristas extranjeros, pero no hacía mucho para perseguir a los fundamentalistas paquistaníes. Musharraf y el ejército mantenían muy buenas relaciones con los mulás de las tribus del noroeste, forjadas durante la invasión soviética de Afganistán en los ’80. Esos mulás no veían con buenos ojos la guerra contra el talibán. Y los mismos jihadistas que el gobierno supuestamente perseguía en el norte eran los que en el sur contenían el avance indio en la frontera caliente de Cachemira. Y así se llegó a una situación absurda: Musharraf protegía a los jihadistas porque los necesitaba en Cachemira para liberar al ejército para la lucha contra el terrorismo, o sea contra esos mismos jihadistas, pero en el norte. La situación en la frontera afgana se volvió insostenible y los movimientos islámicos pasaron a ocupar, por primera vez, un lugar importante en la política paquistaní.
¿Cómo se produce
la vuelta de Bhutto?
Cuanto peor le iba a Musharraf en la guerra, más insistía Estados Unidos con las “reformas democráticas” en Pakistán. En el 2006 Musharraf fue reelegido por voto de la asamblea en una elección boicoteada por casi toda la oposición. En esa misma elección los religiosos casi triplicaron sus votos y dos aliados de los islamistas se alzaron con gobernaciones en el norte del país. Cuando la debilidad del general se hizo evidente, Washington pergeñó una alianza con Bhutto, la líder del partido prooccidental. El general aceptó a regañadientes, porque perjudicaba su delicada alianza con los mulás. Perdonó a Bhutto, la invitó a volver al país y garantizó su participación en las elecciones. Pero sus aliados religiosos dentro del gobierno y los servicios de inteligencia quisieron sabotear la nueva alianza y recibieron a Bhutto con un coche bomba que dejó un tendal de muertos y avinagró su segundo regreso. Entonces Bhutto rompió con Musharraf.
¿Quién mató a Bhutto?
Todavía no queda claro porque Bhutto tenía enemigos pesados: por un lado los aliados religiosos de Musharraf y por el otro los aliados de Al Qaida. Bhutto era la clara favorita para ganar las próximas elecciones y desplazar al general: sus aliados le apuntan a Musharraf y lo mismo hace Sharif, el otro opositor. Pero Musharraf asegura que fueron agentes de Al Qaida.
¿Qué va a pasar?
Queda claro que en este clima no puede haber elecciones limpias y que Estados Unidos y Musharraf querrán postergarlas hasta que se aclare el panorama. Sharif ya dijo que no va a participar y pide la destitución del general. Washington no parece tener muchas opciones. Tendrá que apuntalar a su dictador, dejar de molestarlo con las “reformas democráticas”. Como pasa en Palestina, como pasa en los países clave, prefiere apoyar a un aliado sin legitimidad antes que a un líder hostil elegido por la mayoría. Claro que esta solución cortoplacista no resolverá el problema de fondo: cómo frenar con un dictador títere el furioso avance del islamismo y el antinorteamericanismo en un país que parece caerse a pedazos por culpa de una guerra importada para vengar el derrumbe de las Torres Gemelas.
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