EL MUNDO › OPINION

Surge el alma alemana

 Por Claudio Uriarte

Schroeder es el hombre de los grandes sindicatos industriales, y Stoiber el de la pequeña burguesía y las pymes. Schroeder es un socialista laico; Stoiber, un devoto católico de Baviera, que junto con Austria supo aportar los cuadros más obtusos de la dictadura nazi. Estas diferencias no importan demasiado, dado que ninguno de los dos candidatos había mostrado la mínima inclinación a romper con el Estado de Bienestar que acuna a los alemanes desde finales de la Segunda Guerra. Stoiber estaba más contra de la inmigración que Schroeder, pero el tema apenas apareció en los márgenes de finales de campaña, y existe un consenso nacional de que Alemania no debe ser un Estado receptor.
La verdadera novedad que emerge de la campaña es la existencia de un antinorteamericanismo en ascenso, y no ya en las calles, sino en las elites dirigentes alemanas. La estridente negativa de Schroeder a colaborar en un ataque contra Irak reemplazó a París por Berlín como primer objetor europeo a la política de Washington; la ministra de Justicia Herta Daubler-Gmelin comparó la semana pasada la política de Bush hacia Irak con la de Hitler, y en una reciente reunión con norteamericanos amigos, el recientemente destituido por corrupción ex ministro de Defensa Rudolf Scharping, cuando se le preguntó por qué había tantas objeciones en Alemania hacia la guerra de Irak, repuso: “Les diré lo mismo que les dije a mis colegas del gabinete: en EE.UU. hay un poderoso –quizá demasiado poderoso– lobby judío; en las elecciones que vienen Jeb Bush necesita sus votos en Florida y George Pataki en Nueva York, y la reconfiguración de los distritos vuelve al voto judío central para el control del Congreso. Alemania rechaza este tipo de cortejo”.
Lo que surge de esto no es sólo antisemitismo ancestral, sino el hecho de que Alemania, después del corset impuesto por la amenaza de la Unión Soviética, está volviendo a ser Alemania. En otras palabras, se está alejando de EE.UU. y acercándose a Rusia. El despliegue militar de EE.UU. en Europa es de 120.000 hombres, 70.000 de los cuales están en Alemania. Esto va a cambiar, en la medida que de la OTAN –que era para “mantener a los alemanes abajo, a los americanos adentro y a los rusos afuera”– los únicos países realmente importantes para EE.UU. son hoy, además de Gran Bretaña, sus puntas de lanza en el sur –Turquía, Italia, España y Portugal– que serían los verdaderamente clave en cualquier operación en Asia. Y que el factor de desempate que salva a Schroeder sea el ecologismo, primero formulado en los años 20 por el pensador filofascista Ernst Heckler, no es la ironía menor.

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