Jueves, 9 de abril de 2009 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Fidel Castro *
La mañana estaba tempestuosa, húmeda, fría. Soplaban fuertes vientos y el cielo estaba oscuro. No era un día primaveral ni cálido.
Barbara deseaba visitar la ELAM, donde 114 jóvenes norteamericanos se consagran al estudio de la Medicina.
El avión oficial que los trajo a Cuba había adelantado el viaje 24 horas; saldría a las dos de la tarde del martes, en lugar del miércoles.
No intenté reunirlos a todos pues no tengo espacio amplio para los siete, más la traductora y el ministro que los acompañaba. Le pedí me visitara con dos legisladores más, designados por el grupo. Así pude encontrarme con ella una vez más.
En esta ocasión las circunstancias han cambiado mucho. El Caucus Negro Legislativo representa un sector de gran peso en Estados Unidos.
La larga lucha por la igualdad y la justicia social se iluminó con la vida y el ejemplo de Martin Luther King, cuyo pensamiento y obra cautivan hoy a millones de personas en el mundo y fue lo que a mi juicio explica que un ciudadano negro, en un momento de profunda crisis, alcanzara la presidencia de Estados Unidos. De ahí que un nuevo encuentro con el Caucus Negro adquiriera para mí, en lo personal, especial importancia.
Cuando Barbara Lee llegó a la casa acompañada por Bobby Rush, congresista demócrata por Illinois, y Laura Richardson, por California, junto al ministro del Citma, José Miyar Barrueco, que durante largos años fue secretario del Consejo de Estado, eran las 11.35 de la mañana; el cielo se había despejado y un sol radiante caía sobre el patio.
La reunión duró una hora y 45 minutos, según el reloj; en realidad, medio minuto, si me atengo a la velocidad con que transcurrió y el deseo de escucharlos. Les expliqué lo aprendido en ese tiempo de reclusión obligada, sobre todo, el gran interés por lo que acontecía en el mundo y de modo especial en Estados Unidos, a medida que recopilaba noticias y me concentraba en el estudio. Recordé que los había invitado para escucharlos y comenzaba a olvidar lo que más me interesaba: conocer sus opiniones.
Barbara está orgullosa de presidir el Caucus Negro, de participar activamente en la política de su país con nuevos bríos y optimismo, de su hijo varón, que estaba lejos de nacer cuando el triunfo de la Revolución en Cuba, y de sus cinco nietos. Ella había votado en solitario contra la guerra genocida de Bush en Irak. Fue una prueba insuperable de valor político. Merece todos los honores.
Laura es congresista en California, por el distrito de Long Beach; habla con especial orgullo del puerto californiano, que me explica “es el tercero del mundo”. En realidad no pude contener mi deseo de bromear y teniendo en cuenta que es defensora activa del medio ambiente le dije: “Laura, si el casquete polar antártico se derrite, tu tercer puerto del mundo queda bajo el agua”. En el ambiente creado no se disgustó lo más mínimo, continuó diciendo cosas interesantes.
Después habló Rush, el de más edad y experiencia de la delegación, luchador radical en los primeros años, cuya vida ha sido un crecimiento incesante de conocimientos políticos y humanos. Es miembro del Comité de Energía y Comercio y del Subcomité de Comunicaciones e Internet.
Conoce personalmente a Obama por haberlo tratado de cerca durante años, en ocasiones incluso como adversario, expresando un alto y sincero concepto de él; lo califica de persona honesta y buena que desea ayudar al pueblo norteamericano.
Expresó admiración por los servicios de salud que se prestan en Cuba a la población y los centros de investigación dedicados a la lucha contra las enfermedades.
Le hice una pregunta sobre el sentido de su afirmación: “Obama puede mejorar las relaciones con Cuba, pero Cuba debe ayudar a Obama”. Nosotros no éramos agresores ni amenazábamos a Estados Unidos. Cuba no disponía de alternativa alguna que le permitiera tomar la iniciativa. Partíamos de la seguridad de que sus palabras eran sinceras y lo habíamos afirmado públicamente antes y después de su elección. Expresábamos a la vez el criterio de que las realidades objetivas eran, en Estados Unidos, más poderosas que las sinceras intenciones de Obama.
Finalmente le pregunté cuáles obras de las publicadas en inglés sobre Martin Luther King eran las mejores en Estados Unidos y si estaban traducidas al español. Me hablaron los tres de la trilogía de Taylor Brecht como una de las más interesantes, entre ellas, “Cartas desde la cárcel”. No estaban seguros sobre la traducción en español y prometieron enviarme los materiales pertinentes.
Fue un magnífico encuentro.
* Fragmentos de la columna del líder cubano publicada en CubaDebate.
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