En Las invasiones norteamericanas en México (Ediciones Era, 1971), Gastón García Cantú diseña un mapa demoledor de las intervenciones imperialistas en su país a partir de 1799. El prestigioso intelectual y periodista nacido en Puebla en 1917 y fallecido en el Distrito Federal en 2004, estudió con puntilloso detalle cada una de las operaciones que Estados Unidos planificó para apropiarse de 2.263.866 kilómetros cuadrados que habían sido dominio del imperio español y luego pasaron a México.

La política expansionista de la superpotencia tuvo hitos como la anexión de Texas en 1845 y la guerra que terminó con la ocupación de la capital mexicana el 14 de septiembre de 1847 liderada por James Polk, el undécimo presidente norteamericano. John Adams, el segundo en gobernar los EE.UU., citado por García Cantú, describió mejor que nadie el espíritu que guiaba a su pueblo en la búsqueda del oro y la plata mexicanos: “La gente de Kentucky está llena de ansias de empresa y aunque no es pobre, siente la misma avidez de saqueo que dominó a los romanos en sus mejores tiempos. México centellea ante nuestros ojos. Lo único que esperamos es ser dueños del mundo”, le confesaba a James Wilkinson, gobernador de la Florida, ya en manos estadounidenses.

Con el paso del tiempo, los distintos gobiernos que sucedieron a Adams se apoderaron de algo más que el 50 por ciento del territorio al sur del río Bravo. Hoy, tres siglos después de decenas de proclamas expansionistas, se intenta levantar un muro infranqueable contra los descendientes de aquel pueblo invadido y otras presencias molestas. No es casualidad que tres de las principales ciudades de Texas, la primera porción de territorio que perdió México, lleven los apellidos de aquellos militares y aventureros que invadieron o atacaron a sus vecinos: Dallas, Houston y Austin.