EL MUNDO › UNA VISITA A PYONGYANG, CON ALTAVOCES Y SIN LUZ

Desde la capital de las tinieblas

Por José Reinoso *
Desde Pyongyang

Enfundada en su pantalón color azul mediterráneo, la joven guardia da un giro sobre el pie izquierdo, reúne ambas extremidades con un movimiento marcial y da vía libre con decisión. Pero en el cruce de las dos amplias avenidas de Pyongyang no hay tráfico que dirigir, salvo un viejo Mercedes amarillo oficial, el único vehículo que circula en ese momento por la intersección. Es pleno día, y las calles de la capital norcoreana se extienden vacías de coches hasta los edificios. Por una sencilla razón: no hay gasolina.
La escasez de combustible que vive Corea del Norte desde que, en diciembre pasado, Estados Unidos y sus aliados Corea del Sur y Japón suspendieran el suministro ha convertido las calles y carreteras en enormes aceras. “Sólo hay ómnibus entre las grandes ciudades, y no siempre funciona”, explica Paek Chol Ho, uno de los dos funcionarios que acompañan en todo momento a este diario durante su visita, una de las que con cuentagotas ha autorizado el gobierno desde que comenzó la crisis nuclear con Washington. “Actualmente sufrimos una situación un poco difícil. Estados Unidos nos quiere aplastar. Así que tratamos de vivir por nuestros propios medios”, dice.
A esto se suma el frío, que todavía cala tras un invierno que este año ha sido más duro por la penuria de la energía. La falta de calefacción, con temperaturas que bajaron hasta 20 grados bajo cero, afecta desde hospitales a escuelas y viviendas. Es la razón por la cual, según Ryu Sung Rim, un alto funcionario, decidió a Pyongyang a utilizar la energía nuclear para generar electricidad. “Pero es sólo para esto. Ni tenemos armas nucleares ni intención de producirlas”, asegura. Un extremo que no cree EE.UU., que considera que al menos posee dos bombas atómicas y en pocos meses podría fabricar más en su central nuclear de Yongbyon.
El gobierno del país más recluido del mundo se encarga de recordar a sus habitantes que la posibilidad de un conflicto está ahí. Grandes carteles en el más puro estilo soviético, con imágenes de victoriosos soldados aplastando al invasor estadounidense, salpican la capital, mientras los slogans en rojo y blanco airean las ideas del régimen stalinista “Viva la nación por delante de todo –dice uno–. Unidos en un solo pensamiento”, reza otro. “Larga vida a la política basada en el ejército”, se lee en un tercero. Y, omnipresente, la imagen paternal del “presidente eterno”, Kim Il Sung, fundador de la República Democrática Popular de Corea del Norte y padre del actual “querido líder”, Kim Jong Il.
En la capital, algunos camiones militares recorren las calles, cargados de jóvenes soldados. Aguantan el frío bajo la capota, mientras miran extasiados a cualquier extranjero. Son más de un millón, en un país de 22,2 millones de habitantes, en el que “el ejército va antes que nada”.
“En una mano, la hoz y el martillo, y en la otra, el fusil”, afirma Riu sobre la política que, según Pyongyang, les ha permitido hacer frente aEstados Unidos. Y por la mañana, las consignas por altavoz desde las camionetas, “para que la gente inicie con júbilo la jornada”, explica uno de los dos acompañantes.
Fuera de la capital, el color ocre se adueña del paisaje. En el condado sureño de Sinchon, las cuadrillas de campesinos se desplazan con la hoz al hombro. Por todos lados circulan carros de madera tirados por bueyes. Un grupo amontona estiércol en un campo. Algunos agricultores aran la tierra a golpe de azada, otros dirigen el arado tirado por un buey. La falta de combustible, de neumáticos y de piezas de repuesto ha paralizado el 50 por ciento de los tractores. Preparan los campos de arroz, que están siendoinundados a principios de abril, para comenzar a plantar en mayo. “Entonces, campesinos, habitantes de la ciudad y estudiantes acudirán para trabajar en el campo.”
Mientras el viejo Mercedes circula por la carretera, el conductor va tocando la bocina. Una mujer se asusta y da un salto, poco habituada a los coches. Sobre una colina se alinea un grupo de viviendas de dos pisos. En un pueblo, un centenar de hombres y mujeres repara el muro que rodea a unas casas con tejados en forma de pagoda. Un hombre bucea dentro del motor de uno de los numerosos camiones verde oliva averiados en los bordes de las carreteras.
El aviso de escasez energética ya llegó al aeropuerto, donde algunas dependencias permanecen a oscuras aunque se accione el interruptor. Otros han venido después; en el restaurante, donde se produce un apagón. O al ponerse el sol. Porque cuando llega la noche es como si Corea del Norte entrara en el sueño de la ceguera. El alumbrado público no funciona. Los pueblos permanecen a oscuras y los grandes bloques que pueblan Pyongyang se levantan como mosaicos fantasmagóricos donde tubos fluorescentes rivalizan en tristeza con bombillas de baja intensidad.
Alrededor, la negrura y el silencio.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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