Martes, 21 de junio de 2016 | Hoy
Recientemente en el seminario “Lacan y la política” citaba a Fredric Jameson y su afirmación de que “hoy en día es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Viendo esta situación en Europa, en EE.UU., en América latina, en Medio Oriente, etc., ¿de dónde nos podemos agarrar para no caer en un pesimismo fatalista?
–Es muy difícil. Más allá de la broma (o no) fatalista de Jameson, yo sí creo que hay un horizonte escatológico del capitalismo. Como lo planteó Lacan, el capitalismo marcha hacia la consumación. Es decir que se trata de una estructura que da vueltas sobre sí misma y que a la vez que se apropia de todo se va extinguiendo. Esto no se da porque algo exterior logre interrumpirla, sino porque ella misma desencadena una energía de destrucción –en su reapropiación de toda la realidad– imposible de detener.
Es por este motivo que hoy en día la izquierda debe ser conservadora, no en el sentido del conservadurismo clásico, sino como lo pensaba Walter Benjamin, de poner el freno de mano. De pensar y actuar políticamente en función de aquello que merece ser conservado. Ya nadie puede pensar en una sociedad utópica que progrese y deje atrás el capitalismo. Eso sería un fantasma esencialista. Ahora el asunto es si se desarrollan armas para frenar lo que está ocurriendo. Por ejemplo, Heidegger pensaba que no las había. Su famosa frase “Sólo un Dios puede salvarnos” refiere al hecho de que quizás no las haya. De que las estructuras abstractas que dominan a los humanos han llegado a autonomizarse tanto que ninguna acción humana es capaz ya de limitarlas. Con lo cual tu pregunta nos conduce a una verdadera incógnita.
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