Luiz Inácio Lula da Silva pasará a enfrentar al gobierno de Michel Temer tras haber contribuido a transformar Brasil en los trece años y medio de gobierno del Partido de los Trabajadores (PT). La destitución de la presidenta Dilma Rousseff convirtió al ex mandatario en la cabeza más visible de la oposición brasileña, una función que supo desempeñar por trece años, entre 1989 y 2002, en los que perdió tres elecciones antes de ser elegido jefe de Estado. El trabajador que se las arregló para escapar de la miseria en la que vivía en la región más pobre de Brasil y atravesó un sinfín de penurias antes de destacarse como líder sindical y fundar uno de los partidos más fuertes de la región, encabezó los casi catorce años de gobiernos del PT, primero como presidente en dos mandatos (2003-2010) y después como cerebro en la gestión de Rousseff, su ahijada política, períodos en los que Brasil vivenció grandes transformaciones. Pero sus esfuerzos por sacar a 30 millones de brasileños de la pobreza y convertir a Brasil en protagonista al frente del mayor partido de izquierda de América latina fueron opacados por la mayor recesión económica en muchas décadas en el país, por una crisis política sin precedentes y por escándalos de corrupción que lo salpicaron junto a numerosos dirigentes del PT. Lula deberá echar mano de sus dotes de camaleón y animal político para resurgir de las cenizas. A diferencia del líder opositor que demolía gobernantes con sus críticas enérgicas y generaba terror en la elite brasileña, el Lula que regresa a la oposición es un dirigente desgastado y acorralado por diferentes procesos en la Justicia por corrupción. El hombre que en los últimos meses amagó con disputar las elecciones presidenciales de 2018, cuando tendrá 73 años, para demostrar que aún mantiene la popularidad récord con que contaba cuando dejó la Presidencia (87 por ciento), tiene otras prioridades.