EL MUNDO › COMO VIVE YASSER ARAFAT UN ASEDIO COMO EL DE 1982 EN BEIRUT
El eterno retorno de (casi) lo mismo
Por E. F.
De exilios, atentados fallidos y bloqueos en situaciones críticas Yasser Arafat puede hablar copiosamente. Su historia personal parece conducir a la caprichosa costumbre de verse a menudo encerrado. Sitiado desde hace varios días por el ejército israelí en su cuartel general de Ramalá (la sede de la presidencia de la Autoridad Palestina), Arafat puede comparar su “experiencia” actual con una muy similar vivida exactamente hace 20 años en Beirut. Según cuenta uno de sus allegados, cuando Arafat sintió que Ariel Sharon lo iba a bloquear en su cuartel general, el presidente de la Autoridad Palestina dijo: “¿Beirut? Si Dios quiere”.
Otro de sus colaboradores que compartió el “sitio” de 1982 en la capital libanesa comenta que Arafat “actúa como si no tuviese ningún límite, como si los 77 años que lleva encima no existieran, como si la eternidad fuese su porvenir”. A pesar del dramatismo del contexto actual, la frase no carece de verdad. En diciembre de 2001, el “rais” palestino era considerado hombre muerto, políticamente terminado y sin otra existencia posible que la de un “viejo” exiliado o fuera de juego. En suma, derrotado por Ariel Sharon, el mismo que en 1982 lo obligó a tomar el camino del exilio y que hoy lamenta no haberlo “exterminado” en Beirut. Inmovilizado y humillado, para los dirigentes israelíes, concretamente el ministro de Defensa Benjamin Ben Eliezer, “el papel histórico de Arafat se acabó”. A lo sumo, podía quedarse recluido en el cuartel general de la Mukata, un vetusto edificio heredado de la administración israelí. “En un momento pareció que la historia llegaba a su fin, que la dimensión política de Arafat se extinguía como una estrella moribunda, que Sharon, esta vez, había distribuido bien las cartas”, dice con una sonrisa meditativa un cercano interlocutor de Arafat que en estos días prefiere guardar el anonimato.
Pero su debilidad le dio un nuevo impulso. Quien mejor retrató las consecuencias del “encierro” de Arafat fue Javier Solana, el delegado para las cuestiones de seguridad de la Unión Europea. En un elegante salón del hotel King David de Jerusalén, Solana dijo: “El año pasado, Arafat hizo elegir a Sharon. Este año, Sharon hizo reelegir a Arafat”. La fórmula es de una exactitud quirúrgica. El politólogo Ghassan Ghatib explica: “La imagen de Arafat se había degradado muchísimo, incluso en el seno de la población palestina. No se puede afirmar que con el bloqueo en Ramalá Arafat haya recuperado su prestigio, pero al menos compartió la vida de su pueblo y la humillación”.
Poco antes de diciembre del año pasado, sus consejeros le habían recomendado partir de Ramalá. Mandouh Nofal, el hombre que tuvo a su cargo las operaciones militares palestinas en Beirut, cuenta que le dijo “lo mejor es instalarse en otro lugar, en la sede del Consejo Palestino, por ejemplo. Pero Arafat dijo ‘prefiero quedarme en la Mukata’”. Y sigue allí, “contando con Alá para el amparo de su vida pero únicamente con él mismo para las cuestiones que conciernen a la seguridad. No se le escapa nada, toma nota de todo cuanto ocurre y se contenta con lo mínimo. Uno tiene la impresión de que siempre lleva puesta la misma ropa, pero no es cierto”, revela otro de sus más próximos allegados.
Quienes lo visitaron desde que está aislado en Ramalá cuentan que el presidente de la Autoridad Palestina los recibe o se despide con la misma frase: “El viento no puede derrumbar una montaña”. Varios diplomáticos occidentales que antes del “bloqueo total” se encontraron con él en repetidas oportunidades revelan que “al menos en esos días de sitio, Arafat habló largamente de su infancia en Jerusalén”. Hasta el aislamiento actual del líder palestino aparece como un milagro para los integrantes del primer círculo de allegados, sobre todo aquellos que tuvieron que huir de Beirut en 1982. Así, Mandouh Nofal cuenta que, “con relación a Beirut, lo que ocurre hoy es mucho mejor. Allá no solamente nos faltaba el agua y los alimentos. En Beirut caían las bombas constantemente y, además, estábamos en tierra extranjera. Cuando tuvimos que salir de Beirut estábamos desalentados. Le preguntamos a Arafat a dónde íbamos a ir. Nos respondió: ‘A Palestina’. Desde luego, no pensamos que era cierto. Sin embargo, Arafat cumplió”.
La historia de Beirut se repite, pero entre tanto Arafat ganó una impensable batalla: hacerle sentir y ver a su pueblo que en su tierra podían flamear las banderas palestinas. Queda ahora un último, tal vez innecesario enfrentamiento para saber si Arafat sale vivo o muerto de la encrucijada. Ariel Sharon, que creyó eliminarlo, lo hizo sin embargo resurgir de las cenizas.