EL MUNDO › MOTIVOS SOCIO-POLITICOS POR LOS QUE EL PAIS EUROPEO DESCENDIO AL CAOS

La otra Francia, de las zonas excluidas

 Por Eduardo Febbro
Desde París

La izquierda y la derecha comparten una responsabilidad histórica en el ciclo de violencia que desde hace once días hace temblar las bases sociales de Francia. Socialistas y conservadores instauraron una barrera social y racial, una suerte de muro de contención que dejó del lado oscuro de la sociedad a quienes tenían la piel de otro color. Las ciudades dormitorios construidas en los años ’60 y en cuyo seno cohabitan decenas de nacionalidades distintas fueron dejadas de lado, como si fueran un territorio “no francés”. La cultura de los derechos humanos disminuyó los derechos de una de sus categorías sociales. En los últimos 25 años, la falta de recursos suministrados por el Estado convirtió a muchos suburbios franceses en guetos exclusivos.
Los primeros disturbios estallaron en 1981 en la localidad de Minguettes. El socialista François Mitterrand acababa de ganar las elecciones presidenciales y, con él, surgió la esperanza de que aquellos márgenes fueran a desaparecer. Nueve años más tarde, en 1990, cuando nuevos disturbios estallaron en Vaulx-en-Velin, en las afueras de Lyon, muy poco había sido hecho. El discurso oficial tendía a la integración, los medios entregados por el Estado, no. La extrema derecha del Frente Nacional se alimentó del miedo a los inmigrados, de la delincuencia que imperaba en esos suburbios. La confusión y el oportunismo político de los socialistas, que usaron a los inmigrados y a sus hijos como anzuelo de sus buenas intenciones, congelaron la situación. Con su estilo tradicional, la derecha terminó de preparar el desastre. No existe retrato más inverosímil como el que ofrece diariamente la televisión francesa.
Francia es una sociedad multirracial, modelada por las distintas olas inmigratorias provenientes de sus ex colonias, países de Africa o del Magreb. Sin embargo, la pantalla muestra un mundo exclusivo de blancos en donde “la otra Francia” está ausente. Los sociólogos y las personas que trabajan en las zonas suburbanas constatan hasta qué punto la “mirada política” ha permanecido invariable. Las ciudades dormitorios ya no albergan más mano de obra importada sino franceses nacidos de esa mano de obra. Pero los políticos siguen considerando esas zonas como hace 25 años. “Los relojes de la guerra civil han sonado”, dice Abdul, un poco en broma. Tiene 27 años y tres de desempleado. Sus padres son de Túnez “y yo me siento de ninguna parte. El Islam no me colma, pero la discriminación menos”. La socióloga Sophie Body-Gendreau asegura que el problema actual no es únicamente el de París extramuros “sino un problema del conjunto de la sociedad francesa. Mientras no cambiemos la noción de vivir juntos no solucionaremos nada. La sociedad actúa como si lo que pasa en estos barrios marginados no la concerniera. Eso no es cierto. Es un problema de todos”. Michel Champredon, consejero municipal de la localidad de Evreux, reconoce que los disturbios son “la expresión de un malestar que existe desde hace muchos años”. Los resortes de la “intifada” son, para el dirigente, “el aumento del desempleo, de la pobreza, el avance de la miseria social, el hecho de que muchos niños dejan la escuela muy pronto, de que existen pocas perspectivas profesionales para un sector de la juventud, en especial para los jóvenes oriundos de la inmigración. Es lícito reconocer que, a la hora de contratar a alguien, hay mucha discriminación. Todo eso ha creado un sentimiento de injusticia, de insatisfacción y de rencores”.
El pozo ciego de la fractura racial y social estaba ahí, latente, viable pero ignorado. El sociólogo Eric Merlière comenta que la extensión de la violencia más allá de la región parisina testimonia un sentimiento común que liga a todos los barrios denominados “zonas urbanas sensibles”. En vezde haber aprovechado la fabulosa energía de una generación mixta y nueva, Francia la hizo a un lado.

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