Viernes, 16 de mayo de 2008 | Hoy
EL PAíS › EL LOCKOUT AGROPECUARIO Y LOS RUMORES EN LA CITY
El conflicto con un sector del campo, que es fundamentalmente por las retenciones a la soja, ha derivado en confusiones y ocultamiento de la situación del sector agropecuario. Montadas sobre esta crisis, se lanzaron versiones para alimentar el pánico financiero.
Por José Pierri *
Se debe relativizar un argumento repetido en los últimos tiempos acerca de que debemos “dar gracias al campo”. Desde ya que en términos generales debemos agradecer a todo aquel que realiza una tarea productiva y/o laboral en el país: en la industria, en la recolección de residuos, en la reparación de maquinarias, etcétera. Pero no andamos por ahí dándoles gracias a cada momento al conductor del ómnibus ni al camionero, al albañil o los petroleros, ni a todos los que de alguna manera trabajan en una sociedad. Hoy todos dependemos de todos y sin ese trabajo social sería imposible la producción y exportaciones del sector sojero.
Debe imponerse un poco de claridad y racionalidad en un debate en que muchos emiten opiniones sin demasiados fundamentos y vierten opiniones apocalípticas sobre la situación del país cuando éste se ha recuperado de manera sensible a solo seis años de haber atravesado la peor crisis de la historia argentina. Se entiende el análisis parcial vertido por los integrantes del sector interesado, pero son incomprensibles en algunos políticos de derecha, centro o izquierda. Parece que la confusión es generalizada. Así por ejemplo se destaca y critica el avance de la inflación y acto seguido los mismos piden medidas para el campo que significarían un avance aún mayor del proceso inflacionario.
El paro agropecuario comenzó cuando se anunciaron las retenciones móviles a las exportaciones de soja y una rebaja mínima a las de maíz y trigo. Se agregaron luego otras problemáticas, que deben ser estudiadas para ver la justeza del reclamo en algunos casos. Debemos subrayar que el conflicto gira en torno de la soja; no de otras producciones agrarias ni particulariza sobre la situación de miles de explotaciones medianas o pequeñas de zonas extrapampeanas, que presumiblemente sí son las más afectadas en la actual situación.
Otra realidad incuestionable es que no se encuentra en la historia de nuestro país y dudo que en la historia mundial una modalidad de lockout empresario de la extensión en tiempo y la gravedad de la modalidad de protesta que la que protagonizan las entidades del agro pampeano en una época de mejoramiento de la rentabilidad y cuando se puso fin a los remates de campos de productores endeudados propio de los años de la Convertibilidad, cuando desaparecieron decenas de miles de explotaciones. En ese sentido y en relación al presunto “aguante” declamado por las entidades del agro, parece que el mismo era mucho más débil cuando la política liberal despoblaba el campo y liberaba las tasas del crédito bancario y se disolvían la Junta Nacional de Granos, la Junta Nacional de Carnes y otras entidades que durante décadas subsidiaron/ayudaron al sector, medidas que sólo motivaron protestas mucho más débiles que las actuales.
El cultivo de soja batió sucesivos records de producción y exportación, independientemente del gobierno de turno: dictadura militar, presidencias de Alfonsín, Menem, De la Rúa, Duhalde y Kirchner. El motor del crecimiento continuo fue el cambio en el mercado mundial de la soja, monopolizado hasta los ‘70 por los Estados Unidos y en el que hoy aparecen como nuevos principales importadores China, India, Pakistán, Irán, Bangladesh. Cuando el negocio tomó escala planetaria en los ’90, un pequeño grupo de grandes plantas aceiteras controló oligopólicamente el negocio, desplazando a empresas nacionales y cooperativas como FACA, ACA, Aceitera Chabás. Hoy cinco empresas –Cargill, Bunge, Aceitera General Deheza, Dreyfus y Vicentin– controlan el 80 por ciento de las exportaciones de aceite y harina de soja y junto con un puñado de otras grandes empresas internacionales controlan más del 90 por ciento de las exportaciones de grano del cultivo.
El tenor de las opiniones de muchos de los que participan del debate ofende a la inteligencia y a la cordura. Para aclarar el debate sobre la soja y el problema agrario no se lo debe confundir con las opiniones generales sobre el Gobierno, como suelen hacerlo muchos reclamantes y/o opinantes. La mezcla de temas produce confusión. Indudablemente las políticas económica y social del Gobierno deben o pueden ser censuradas y/o enfrentadas (tren bala, necesidad de una política más activa de distribución del ingreso), pero utilizar, sin un análisis previo, el conflicto agrario con el fin de lograr acumulación de fuerza política parece alejarnos de la racionalidad.
* Investigador, Centro Interdisciplinario de Estudios Agrarios, FCE/UBA.
Por Ricardo Aronskind *
Hace más de tres semanas que una poderosa ola de rumores se abate sobre sectores de las capas medias con cierto poder adquisitivo. Entre los “datos” que circulan, figuran una posible devaluación de la moneda, la imposición de un nuevo “corralito” a los depósitos bancarios, la incautación de cuentas y cajas de seguridad y otras tantas medidas que remiten tanto a episodios ocurridos como no ocurridos –pero reiteradamente “rumoreados”– en anteriores crisis. Esos relatos alarmistas no tienen base en ninguna realidad objetiva. No existe el menor atisbo de emergencia en las cuentas públicas, en el sistema financiero o en el sector externo. Sin embargo, han generado cierto pánico en sectores profesionales, comerciantes y empresarios, saturados por las “informaciones confidenciales” que circulan. En estado de angustia, toman medidas preventivas frente a acontecimientos que no están por ocurrir, en base a traumáticas situaciones del pasado, que dan verosimilitud a cualquier relato, ya que en Argentina todo puede ocurrir.
En la debacle económica de 2001, fueron objeto de grosera manipulación mediática a través del famoso índice de “riesgo país”, que los llevaba a apoyar las medidas reclamadas por los sectores financieros dominantes, pero nada se aprendió de esa experiencia. Lo notable es que estos sectores, supuestamente los más cultos e informados, son objetos de la economía, y no sujetos. Actúan, pero no para apuntalar sus intereses, sino contra los mismos. Son empujados a desestabilizar al sistema financiero, cuando supuestamente están interesados en su normal desenvolvimiento. Los que realmente tienen un rol activo son quienes producen y esparcen rumores para buscar efectos económicos y políticos desestabilizadores. Quienes corren de un lado al otro en estado de pánico son receptores pasivos de iniciativas que se generan en otra parte del entramado económico. Son instrumentos de un juego más amplio, que ni siquiera descubren.
Algo similar –aunque más complejo debido a la diversidad de actores que juegan– ocurre en el continuado conflicto con los propietarios agrarios.
El núcleo del conflicto fue –y es– la subsistencia de las retenciones móviles. Si el Gobierno ya las hubiera eliminado, este conflicto formaría parte del pasado. Fue exclusivamente ese punto de la “agenda agropecuaria” la que impidió un “final feliz” a la negociación reciente. Quienes luchan en contra de las retenciones móviles, con la expectativa de embolsar cientos de millones de dólares adicionales, son los verdaderos sujetos de la economía. Consideran que las extraordinarias ganancias a futuro, cuando la soja esté, por ejemplo, a 800 dólares la tonelada, les pertenecen a ellos, y a nadie más.
Sin embargo, hay muchísimos otros protagonistas del conflicto que no son sujetos activos, sino protagonistas pasivos de un libreto que no escriben, pero al que le agregan, subjetivamente, sus propias fantasías sobre el sentido de la pugna en la que están embarcados. La verdadera pelea, por una masa de riqueza potencial futura, ha sido embellecida por cosas tales como “la situación de los pequeños productores”, “el federalismo”, “la reivindicación de los que producen frente a los políticos corruptos”, “el entramado agroindustrial del interior”, “el nacimiento de un nuevo país productivo” y otras tantas imaginerías que sirven para que sectores mucho más amplios participen en la contienda. Una minoría entiende de qué se trata, define los ritmos y la intensidad de la pelea y va logrando adhesiones crecientes, basadas en las quimeras que cada nuevo “protagonista” le agrega al asunto.
Se crean climas de “desasosiego” en el interior, caen inversiones y ventas, no por un hecho objetivo (no se perdió la cosecha, no se derrumbó el mercado mundial), sino por el fingido de- saliento sojero frente a esos millones futuros que se le escurrirían si no se logra el “triunfo”. Los sujetos de esta historia lograron transmutar una reivindicación de un sector próspero de la sociedad en una gesta nacional refundadora. Nuevamente, sectores supuestamente “protagonistas” son objetos de una estrategia ajena, en la que finalmente terminarán perdiendo.
* Investigador-docente de la UNGS-UBA
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