Viernes, 31 de octubre de 2008 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Mempo Giardinelli
A la memoria de Nicolás Casullo
Aquel 30 de octubre del ’83 éramos no sólo 25 años más jóvenes, sino también un puñado de expectantes argentinos y argentinas conscientes del momento histórico que vivíamos. Porque la historia contemporánea de nuestro país –para nosotros como para decenas de miles de compatriotas en incontables ciudades de todo el mundo– no se escribía solamente en Buenos Aires ni en territorio nacional.
Con Jorge Bernetti, Nico Casullo, Ana María Amado, Luis Bruschtein, Pepe Eliaschev, Sergio Caletti, Oscar González, Carlos Ulanovsky, Lila Pastoriza y tantos otros entonces jóvenes periodistas, aquel día asistimos, unánimes en la ansiedad y el alborozo, al final de una época. Fue una jornada memorable en la que se sintió también, casi sonora, la presencia entrañable de Miguel Angel “El Gordo” Piccato, periodista, cordobés y radical, muerto absurdamente un año antes en el Hospital Español de México.
No me resisto ahora a reproducir fragmentos del capítulo 32 del libro México: el exilio que hemos vivido, que escribimos con Bernetti y publicó la Universidad Nacional de Quilmes en 2003.
“Ese día hubo dos polos de atracción en la extensa geografía de la Ciudad de México: uno en el centro, en la calle Tíber 98, sede del consulado argentino, adonde debieron confluir todos los residentes en México, exiliados o no, para justificar la no emisión del voto; otro, en el sur de la ciudad, en el local de la CAS (Comisión Argentina de Solidaridad) en la colonia Tlacopac, a donde a partir de las tres de la tarde hubo choriceada y una expectación impresionante, que congregó a más de 300 personas como público estable, con una circulación que no acabó sino hasta las cuatro de la mañana del día siguiente.
Es imposible saber –aunque se pensó, en broma y en serio, colocar una urna en la puerta del consulado– cuál hubiese sido el resultado de los comicios entre la comunidad argentina en México. Los autores pensamos que también allí seguramente hubiese tenido más votos el radicalismo, pensamiento que era anterior al conocimiento del escrutinio (...). En compulsas que hacíamos entre amigos y compatriotas más cercanos, Alfonsín obtenía más preferencias que Luder. Y aun en muchos peronistas, como los autores mismos hasta entonces, había conciencia del temor que significaba un posible triunfo de Herminio Iglesias y sus patotas. Curiosamente, entre los más jóvenes, los que llegaron a México siendo niños o adolescentes, con sus padres exiliados, eran notables las preferencias por el Partido Intransigente y la paternal figura de Oscar Alende.
(...) Aquella mañana del 30 de octubre, luminosa y fría, soleadamente otoñal, la ansiedad y el nerviosismo imperaban a la entrada del Consulado, donde una multitud no dejó de cantar durante horas estribillos contra la dictadura y las autoridades. ‘Cónsul, boludo/ buscate otro laburo’ y ‘Siga, siga, siga el baile/ al compás del tamboril/ reventamo’a los milicos/ gane Luder o Alfonsín’ fueron los más entonados (...). No faltaron allí, en la ancha calle Tíber de la Colonia Cuauhtémoc, los transeúntes y automovilistas mexicanos que saludaban a la concurrencia (que ocupaba media calzada) con bocinazos y hasta banderitas argentinas enlazadas con la mexicana. La prensa escrita y televisiva cubrió el improvisado acto...
Había muchos carteles en la calle y un enorme afiche que rezaba: ‘Que aparezcan los desaparecidos’. También, espontáneamente, se repartieron papeles y marcadores para que cada uno pudiera escribir el nombre y apellido de sus familiares o amigos desaparecidos y la fecha de su secuestro. Esos papeles fueron pegados en toda la cuadra, en árboles, ventanas, en el palier de Tíber 98, en el ascensor, en pasillos y escaleras y aun dentro de la recepción del consulado, lo cual le significó un duro trabajo al cónsul, quien personalmente salió un par de veces a la recepción y a los pasillos para arrancar de las paredes, con gesto enfurecido, los nombres que señalaban, acusadores, lo ominoso del régimen al que él servía.
Abajo había desconcierto entre peronistas y compañeros de izquierda (en el exilio prácticamente no había radicales, y en la colonia no exiliada realmente no lo sabíamos, aunque era de suponer que sí) (...). Había socialistas que deseaban un triunfo luderista, pero Alfonsín, sin dudas, había sabido cosechar simpatías inesperadas en militantes de izquierda. Y entre los peronistas, el temor ya apuntado no era determinante de un voto en blanco o hacia Alfonsín. Pero sí era un hecho que todo el mundo, en sus imaginarias boletas comiciales, cortaba papeles y hacía combinaciones en las que, salvo Luder, el resto no eran listas completas, sino que probablemente Augusto Conte hubiese triunfado en el exilio, y el PI habría tenido mucho mejor representación parlamentaria.
La ansiedad no llegó, sin embargo, a la angustia, sino al contrario: se matizó toda la mañana y parte de la tarde con mucho jolgorio, la quema de un muñeco de trapo y estopa vestido de general Videla, y los cánticos siempre oportunos, como el que se improvisó cuando la bien estructurada actriz Leonor Benedetto llegó al consulado con botas negras, pantalones ceñidísimos y pieles al cuello, y más de uno se sintió paralizado hasta que los muchachos que estaban en la calle avanzaron su canto: ‘jugamo al teto/ jugamo al teto/ el cónsul a la calle / y yo con Leonor Benedetto’.”
Por la noche, la información electoral pasó por la CAS, de hecho una embajada democrática. Desde la redacción del diario unomásuno los periodistas argentinos que trabajaban allí llamaban cada media hora. Desde las oficinas de la agencia AFP, con igual frecuencia se adelantaban cables que en el local de la CAS tomaban otros compañeros, los que inmediatamente eran reproducidos en hojas de papel para los que estaban en la planta baja. También en el primer piso, en la secretaría de la institución, se habían instalado dos radios, una transoceánica y otra de onda larga, y un televisor.
Ese servicio terminó ya entrada la madrugada, cuando muchos datos e impresiones se completaron con llamados telefónicos que se recibieron desde Buenos Aires (...). El clima que imperó durante y al terminar los cómputos en el país fue de alegría desbordante, ausencia de revanchismo antiperonista, y el estoicismo, a su turno, de los justicialistas.
Cómo no celebrar aquel día en esta página, si aquí estamos, en Democracia, a pesar de todo.
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