Viernes, 31 de octubre de 2008 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por John Dinges *
Desde Nueva York
Ultimamente tengo un vicio. Todos los días mientras tomo el primer café dirijo mi buscador al sitio web RealClearPolitics.com (PoliticaMuyClara.com). Allí encuentro las ultimas encuestas. Un lujo de encuestas, promedios de las múltiples encuestas nacionales, recuentos pormenorizados de los estados en juego, comparaciones con elecciones del pasado.
Supuestamente la única encuesta que cuenta será la del próximo martes, cuando millones de norteamericanos vayan a las urnas para la decisión que nos afecta todos, seamos estadounidenses o no.
Pero hoy veo que el promedio de 10 encuestas nacionales del 23 a 29 de octubre da una ventaja de 6,2 puntos a Obama. Ayer fue 5,9 puntos. Mirando a los estados se puede vislumbrar el cambio histórico que se está llevando a cabo en Estados Unidos.
El mapa que en el pasado mostraba una polarización política está cambiando. Miren a Virginia: Obama arriba por 7,3 puntos. La ultima vez que Virginia votó por un demócrata en las presidenciales fue en 1964. Estado sureño, con muchas bases militares, incluso el cuartel de la CIA, antigua capital del gobierno rebelde de la guerra civil del siglo XIX, Virginia es un típico estado “rojo” –republicano y conservador–. Pero este año no.
Carolina del Norte es otro estado sureño históricamente encolumnado detrás del Partido Republicano, pero este año las encuestas dan a Obama una leve ventaja de dos puntos. Florida, el clave de la elección de George Bush en 2000 y 2004, también amenaza con darle sus 27 votos al candidato demócrata.
El Medio Oeste, uniformemente republicano en el 2004 –hasta mi estado natal, Iowa, votó por George Bush–, ahora muestra una variedad de colores. Indiana, Missouri, Colorado, Nueva Mexico (con fuerte voto latino) están en juego. Iowa ya está firme con Obama; Nevada también.
Obviamente, las encuestas pueden equivocarse, especialmente en una elección en que se calcula un aumento de nuevos votantes en el orden del 10 a 20 por ciento. Ningún encuestador tiene un modelo de proyección que sirva para medir semejante fenómeno. Virginia, por ejemplo, ha registrado 500.000 nuevos votantes. La participación de votantes negros en algunos estados del sur, históricamente muy baja, alcanzaría hasta un 90 por ciento (niveles nunca vistos en el país).
Estos indicios obviamente son favorables al Partido Demócrata, que también espera aumentar sus mayorías en ambas cámaras del Congreso. Pero lo más importante, creo yo, no es la carrera de caballos, o sea quién gana. Lo que importa es la revolución que se produjo en la estructura interna de la política de EE.UU, lo que Barack Obama ha llamado desde el principio de su campaña “una nueva manera de hacer la política”.
Si gana Obama, lo hará en medio de tres cambios históricos. Primero, la recuperación para el Partido Demócrata de la clase media y clase trabajadora, que en EE.UU. es la misma cosa. Segundo, la neutralización del factor racial, tanto del racismo abierto como del encubierto, que en el pasado el Partido Republicano había sabido aprovechar con mucha habilidad. Tercero, el despertar, después de décadas de somnolencia, del interés de los jóvenes en la política.
Para lograr esta transformación política, Obama le ha apuntado a una serie de temas desde los primeros días de su campaña. Nunca habla de raza como tal; tampoco critica a “republicanos” como tales. Cuando sí los menciona es para hablar de la solidaridad patriótica para forjar un solo Estados Unidos de republicanos, demócratas e independientes, de todas las razas y grupos étnicos, hasta de ricos y pobres. Pero tampoco habla de “pobres”, como por ejemplo lo hizo el ex presidente Bill Clinton en un discurso al lado de Obama en Florida, anoche. Para Obama, todo es clase media, una expresión que usó docenas de veces en esta semana para dar el “argumento de clausura” a su campaña.
Su argumento ha sido coherente, y aparentemente ha superado el cinismo y escepticismo de muchos. Es un programa de raíces liberales en la medida de que levanta el papel del Estado para solucionar los enormes problemas del país. Tiene tres pilares socioeconómicos: la regulación del sistema financiero para solventar la crisis económica; la implementación por primera vez de un sistema cuasiuniversal de seguro médico y la puesta en práctica de un ambicioso programa de inversión en el sector de energía alternativa.
Un cuarto pilar es una política diplomático-militar que pronto, si es que entra en la presidencia, se va a conocer como la “doctrina Obama”. Se equivocan los que piensan que Obama es una especie de pacifista. Al contrario, junto con terminar con la guerra en Irak quiere entrar con muchísima más fuerza en lo que él llama “el campo de batalla principal contra el terrorismo antinorteamericano”: Afganistán y el noroeste de Pakistán. Apoya un aumento significativo de tropas en ese frente de guerra y también un aumento global de la fuerza militar de Estados Unidos.
Obama no es ninguna paloma. Pero su postura sobre el uso de fuerza militar se apoya en un cambio de 180 grados en la diplomacia de los últimos ocho años. La diplomacia del llanero solitario de Bush, que ignora los países que no apoyan las campañas de Estados Unidos, y en algunos casos los declara su adversario, sería reemplazada por la política de sentarse a hablar con cualquier poder en el mundo, desde Ahmadinejad hasta Siria y Corea de Norte, pasando por Cuba y Venezuela. La idea es nada menos que una campaña global para recuperar la amistad de Estados Unidos con el mundo.
El programa de gobierno de Obama requiere la creación de un consenso bipartidista que no ha existido en EE.UU. desde los años ’60, con la presidencia de John F. Kennedy, una figura con la que Obama frecuentemente ha sido comparado. Requiere también que se enfrente a los grupos de poder de su propio partido. Es indispensable también que Obama mantenga el espíritu de optimismo de un público al borde de hundirse en una depresión nacional. Volviendo a las encuestas: en este momento el 90 por ciento de la gente en todas las encuestas dice que el país va por el sendero equivocado.
Como dijo un columnista esta semana: “¿Una nueva manera de hacer política? Mucha suerte con eso”.
Primero, a votar.
* Codirector de Ciper, Centro de Investigación Periodística.
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