Viernes, 31 de octubre de 2008 | Hoy
SOCIEDAD › OPINION
Por Patricia Malanca *
Surcos de la cara, surcos de la memoria, surcos de las heridas, surcos en la agenda del Estado. Un fenómeno insoslayable en las facciones de la Argentina actual tiene un nombre sugestivo: botox. Diez años atrás, si el término hubiera sido más popular, seguramente León Gieco lo habría utilizado como sustantivo en alguna parte de la canción de los Orozco, “son los Orozco, yo los conozco, son ocho con botox los monchos”.
El botox cosmético produce un efecto de parálisis muscular temporaria que retrasa las evidencias del envejecimiento.
Hay heroísmos humanos que han logrado paralizar los músculos faciales de grandes masas humanas. El Che es un ejemplo de este caso, hombre cuyas facciones rememoran la perseverancia en la búsqueda y consecución de los ideales. En la nueva película que biografía la historia de Guevara queda reflejada sin embargo una paradoja. Hay una escena donde el Che va a ser entrevistado para televisión y rechaza el maquillaje que le proponen. Cinco minutos más tarde lo reconsidera, aunque “solo un poco”.
El disimulo es una costumbre muy argentina. Nada les ha calzado mejor a los argentinos como el lifting de los ’90 y el botox de esta década, que en nuestro caso en particular ha logrado el efecto cara de disimulo que se viene expandiendo socialmente. ¿Pero qué es lo que se quiere disimular?
El botox es lo que podríamos llamar un parche que no arregla el fondo de la cuestión. De igual manera que en los últimos años hemos librado la batalla contra el tiempo y los surcos de nuestra historia, el botox social consiste en seguir perseverando en acciones y políticas focalizadas para paliar los grandes temas sociales que no dejan de distorsionar el rictus de las facciones argentinas. ¿Cómo sería el rictus de un argentino sin las huellas de los errores políticos de los últimos 30 años?
Hoy en día se debate la penalización de los niños menores de 14 años que han delinquido. ¿Qué hacemos? ¿Inyectamos botox o garantizamos derechos? Los médicos advierten que el botox es un tratamiento, no una cura, y no provoca un cambio permanente en la condición. Una dosis de botox social para calmar la ansiedad del rictus del argentino medio actual seguramente no va a reconstruir el colágeno que ha abierto el surco de los años en forma duradera. Tal vez convenga convocar a otra ciencia, un diván y el psicoanálisis para ayudar a recordar y reconocer que el origen de este problema nace como causa de sistemáticas políticas de exclusión que han destruido la trama social, combinado con erráticas experiencias de acciones focalizadas paliativas sobre la niñez durante los últimos años. Si empezamos por allí, tal vez haya que inyectarse algo más que botox para poder reflejarnos como sociedad sin disimulos, en la sonrisa de un niño sin arrugas.
* Psicóloga.
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