Sábado, 3 de enero de 2009 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA POLíTICO
Por J. M. Pasquini Durán
Después de soportar en pocos meses tres huracanes, por primera vez sin el Líder en público, y lo mismo que todo el mundo con el futuro atravesado en la garganta, los cubanos decidieron que la conmemoración del medio siglo revolucionario fuera un ascético acto en un lugar simbólico, la provincia de Santiago, en el sitio exacto donde Fidel proclamó la victoria aquel 1° de enero de 1959. En el mismo continente pero como si fuera otro planeta, con una flor de crisis, de una dimensión comparable a la Gran Depresión de 1930 pero con una sociedad en ebullición por la novedad política, millones de ciudadanos decidieron trasladarse a Washington, pese al crudo invierno y a las tremendas noticias cotidianas, el próximo 20 de enero, cuando asuma la presidencia Barack Hussein Obama, primer mestizo descendiente de africanos que llega a la Casa Blanca por el voto popular, como si un mesías pagano volviera a la Tierra para ponerles fin a los escándalos de Sodoma y Gomorra. En cambio, en los territorios donde nació la fe judeocristiana, al lado de la musulmana, las tres visiones monoteístas que desde siempre están instaladas en el alma humana, fanáticos árabes y judíos atacan sin piedad la inocencia de la vida, sin que líderes ni congéneres del mundo entero, tampoco Obama, pongan freno a la interminable e inútil masacre.
En estas posteridades del siglo XX, sin que el XXI termine de alumbrar, Argentina decidió convertirse en desierto para que los aventureros y deportistas de la competencia de Dakar jueguen a uno de los videos que se practica en la realidad, mientras el matrimonio presidencial disfruta de unos días de meditación y descanso en su residencia de El Calafate, zona tan propia para un rally internacional, entre los aromas de las ciento cincuenta variedades de rosas que confesó la presidenta Cristina que cultiva en su residencia, de seguro en invernadero, mientras a lo mejor evoca el poema martiano: “Cultivo una rosa blanca/ en julio como en enero/ para el amigo sincero/ que me da su mano franca. / Y para el cruel que me arranca/ el corazón con que vivo/ cardo ni ortiga cultivo, / cultivo una rosa blanca”. Tremendo poema de José Martí, conciencia clara que entregó la vida a la causa de la independencia cubana, recuerdo tan apropiado para este quincuagésimo aniversario de la revolución que volvió a ser miembro por derecho propio de la familia regional y que todavía hoy espera una gesta que la equipare y la supere en la fantasía militante de los que sueñan en América latina con cambiar la realidad, con la rosa blanca en ristre. No es un mundo romántico éste, pero a lo mejor debería serlo más a menudo para entibiar y hasta inflamar el alma de tantos jóvenes que andan por la vida preguntándose si vale la pena vivir la propia y dejar que vivan las ajenas. Tal vez sea una de las respuestas posibles a la tragedia de la inseguridad, ya que las leyes, los tribunales y los organismos de seguridad han demostrado tan poca eficacia para cumplir sus respectivos roles y tanta debilidad para ceder a las peores tentaciones.
El matrimonio presidencial volvió al sur, al viento y al frío, que su naturaleza agradece cada vez que los tiene, dejando una estela, como siempre, de rumores, sospechas y presagios sobre decisiones y revelaciones que surgirían, según esos presuntos hábitos, del apasionado diálogo político de la pareja. ¿Será Néstor o Alicia candidato en la provincia de Buenos Aires para la renovación legislativa de 2009, a fin de ocupar el curul de Cristina? ¿Acaso basta con apellidarse Kirchner para que la mitad de los votantes bonaerenses no mire para otro lado? Si fuera Alicia K., ¿contaría con el respaldo entusiasta de algunos alcaldes mayores del primer cordón que en su momento se sintieron maltratados por la ministra o ellos tampoco ni cardo ni ortiga cultivan? La literatura martiana no es la más frecuentada por estos pagos de Fierro y de Moreira, pero ya se sabe que la política práctica no es asunto de club literario.
Desde lo práctico, dieciséis fueron los anuncios que dejó como mandato la Presidenta y aunque la oposición no quiere otorgarles entidad de plan, ni siquiera en categoría B, forman una masa de proposiciones para atenuar las consecuencias por efecto dominó de tanto daño en las mayores economías mundiales. Más todavía: si algo puede decirse de las providencias ordenadas por el Poder Ejecutivo nacional, a la manera de otros gobiernos salvando las debidas proporciones, es que son bien capitalistas. Son generosos con los patrones del capital para que no teman ni huyan en estampida y a lo mejor, inspirados en el espíritu navideño, derramen la copa sobre los que cada vez que llueve sopa, los agarra con un colador en la mano. Quién sabe si no será un reflejo antiguo de izquierdista romántico, pero en estos repartos, aquí y en todos lados, uno se queda con la impresión de que los que menos reciben son los que menos tienen. Para decirlo con más propiedad: la redistribución es demasiado indirecta, aunque sea verdad que conservar el empleo, la producción y el comercio son objetivos de bienestar general, pero si los Reyes Magos no llegan hasta los pies descalzos, algo está faltando en el reparto, así sea que la ilusión dure un día, que será una vida entera. Ahora que se hacen encuestas para todo, ¿habrá alguna sobre las personas mayores que todavía recuerdan la primera pelota o muñeca que llegó a sus manos infantiles porque alguien con poder no pensó si eso era populismo o keynesianismo, sino tan sólo humano? ¿Cuántos chicos no tendrán ese recuerdo este año, o tal vez nunca? ¿Existe en la sociedad de clases una imagen más triste que la del hogar con niños que los Reyes ignoraron? A lo mejor es un simplismo ridículo reducir las dimensiones astronómicas de la economía contemporánea al minúsculo tamaño de un juguete, pero es más fácil de imaginar que esos sórdidos pericones de millones de millones de dólares que el capitalismo financiero demanda para fingir que trabaja por el bienestar general.
Cómo es lógico, las decisiones presidenciales cosecharon alabanzas y críticas, algunas sugestionadas por el año electoral. En tanto las derechas que gobernaron, con o sin uniforme, durante buena parte del siglo XX, se mantengan en las críticas más o menos infundadas, no hay siquiera motivo para preocuparse. Un gorilismo moderado, por más que sea cotidiano, es como un laxante suave, a punto tal que los peronistas pueden seguir en su eterna tarea de Penélope, que desteje a la noche la obra del día, mientras se dividen y recrean con argumentos o argucias que sólo algunos lingüistas pueden traducir al lenguaje coloquial de las mayorías. Los que se llaman centro, una astucia vergonzante para eludir el clasicismo de izquierda y derecha, todavía bailan sueltos, sin parejas definidas, por lo que ahora la salsa es de radicales y socialistas mientras que el hip-hop es de cívicos y pros, estos últimos cada vez más agobiados por los desafíos de una metrópoli de metabolismo complejo y dificultades digestivas, como en una gala producida por Tinelli y la Tota Santillán. Cada vez que alguien repasa la nómina de opositores, y sus eventuales candidaturas, teniendo en cuenta además que todos quieren ser presidentes, encuentra cierta lógica en que Néstor piense que Alicia tiene tantas posibilidades en Río Gallegos como en La Matanza.
El movimiento K, sin embargo, ha sufrido desprendimientos que ahora, en retrospectiva, pueden ser juzgados como inevitables. Los que pensaron, porque creyeron o les convenía, que de nuevo marchaban bajo el sol de una revolución, nunca quisieron creer que los Kirchner son peronistas hasta que un día, ayer, descubrieron que a pesar de los consejos del último General, para un peronista no hay nada mejor que otro, sobre todo cuando hay que cubrir cargos y elaborar listas de candidatos. En el último quinquenio lo mejor es ser doble P, peronista y patagónico.
“¿Y esos gritos que se escuchan?”, según el conocido cuento, le preguntaron a Perón para referirse a las peleas en el interior del Movimiento.
“No se pelean –contestó el veterano líder–, se están reproduciendo.”
Comenzó un nuevo año, el segundo del mandato de la presidenta Cristina. No se puede negar que le tocó bailar con el más feo, porque la época presenta problemas que nadie imaginó ni conocía en el contexto de la mentada globalización. Poco pueden esperar los países emergentes de los más ricos que han vuelto a salir a los caminos en busca de recursos de todo tipo. Hasta la vieja piratería de los mares sacudió las velas y se echó a navegar y se verán cosas peores. Tal vez la Presidenta consiga cruzar saludos con Obama, pero será mejor que sea rápido y que nos olvide rápido, para que el país pueda seguir con lo propio y Estados Unidos atienda su propia casa, sin ocuparse del vecindario. De acuerdo con la agenda conocida, la presidenta Cristina, quizá con el consorte, visite Caracas y La Habana, para seguir luego a España –donde hay que pasar bálsamo en pieles irritadas–, a Portugal, India y Corea por negocios, que es lo que importa en estos tiempos de rosas y pardos. Será mejor viajar con el cinturón puesto, no tanto por los controles de tránsito sino por las dificultades del camino.
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