Martes, 7 de abril de 2009 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Carlos F. De Angelis *
El potencial cliente tal vez no encuentre muchas diferencias. Quizá la molestia de tener que cambiar el número del teléfono fijo y alguna leve ventaja por tener todo en una sola factura.
El Triple-Play (en adelante TP) consiste en algo bastante sencillo: la comercialización a través del mismo soporte físico (un cable) de servicios ya existentes: Internet, televisión paga y telefonía fija. La introducción del TP seguramente tendrá un bajo impacto en la vida cotidiana del usuario porque, como sus defensores sostienen, es la utilización integral de la infraestructura existente con su ampliación a datos, voz y aplicaciones audiovisuales.
Sin embargo, TP es mucho más que un nuevo producto: es una de las primeras batallas de una de las dos guerras frías del siglo XXI (la otra es la del agua potable) y tiene como objetivo final el control sobre la esfera global de las comunicaciones.
Un servicio de TP puede ser suministrado por todo tipo de empresa que tenga desarrollados tendidos de fibra óptica. Una vez que el cableado está, el paso siguiente es que la legislación lo permita y que el usuario lo acepte. Pero esta cuestión, lejos de ser un debate sobre tecnología o una noticia sobre novedades empresariales, es una discusión plenamente política porque se trata del poder. El TP es la “cabecera de playa” para el Cuádruple-Play, con la inclusión de la Telefonía Móvil y finalmente la Convergencia Digital.
Hasta hoy conviven sistemas analógicos y digitales como modalidades distintas de generación, transmisión, procesamiento o almacenamiento de datos. La radio y la televisión permanecen aún hoy en gran medida como analógicos. Por el contrario, la mayoría de la tecnología de video y fotografía ha migrado del analógico al digital. La capacidad de compresión y la altísima velocidad de transmisión del sistema digital harán que los sistemas analógicos sean pieza de museo en corto plazo.
Actualmente se encuentra disponible la tecnología para digitalizar todas las comunicaciones, cualquiera sea su soporte físico. Ese es el corazón de la Convergencia Digital: la confluencia de todas las informaciones y comunicaciones en un sistema unificado de ceros y unos, ya sean datos, voz, textos, imágenes o videos, todos transmisibles por un solo canal.
En el marco de la Convergencia Digital, la televisión y la radio serán formatos análogos a Internet, es decir que cada canal o emisora será algo similar a una página web. Puede el lector imaginarse las infinitas posibilidades que dan estas tecnologías y la multiplicación de canales de comunicación e información que pueden generarse.
Con la incorporación de las redes inalámbricas (especialmente Wimax), el sistema pronto podrá transformarse en una señal aérea, prescindiendo del soporte físico del cable. Llevado al extremo, podría manejarse una fábrica entera a través de un teléfono móvil.
A través del mismo proveedor de TP se accederá a los sistemas de Convergencia Digital. Quién provea esta tecnología tendrá un acceso privilegiado a hogares y empresas y al manejo de cuestiones específicas, como sistemas de alarmas o refrigeración. Lo que hace poco tiempo asombraba en la ciencia ficción es una realidad palpable.
Quienes están deseosas de entrar en forma inmediata al negocio del TP, en la Argentina, son las empresas de telecomunicaciones, las operadoras de servicios de Internet y las proveedoras de televisión paga, las últimas unidas en conglomerados cuasi monopólicos. No obstante, tanto unas como otras tienen restricciones por una curiosa combinación de las reglamentaciones y leyes como la de Defensa de la Competencia y la Ley de Radiodifusión, esta última hoy en debate.
Para graficar cómo se manejó hasta el presente el negocio de las telecomunicaciones, vaya un ejemplo: hoy, una de las mayores objeciones de parte de los usuarios para contratar el sistema de TP es no querer cambiar de número de teléfono fijo. Esta restricción fue y es clave para las empresas de celulares para obligar a sus clientes a comprar otra línea con la renovación del aparato. No existe la sencilla ley que exprese que el número de teléfono es de quien lo abona todos los meses. Paradójicamente, este punto para las Telcos es una ventaja competitiva.
Otro ejemplo es la “evolución” del sistema pago de televisión al sistema de pay per view por el cual para ver contenidos específicos (o tan simples como un partido de fútbol) se debe pagar aparte. Al mismo tiempo, los canales de “cable” tienen al día de hoy tanta o más publicidad que los canales de aire: otro de los tantos aspectos que demanda regulación.
Como quede configurado el modelo de negocio de las empresas que suministren el TP en la Argentina será que se avance en un modelo con diferentes jugadores y variantes, o se siga el modelo de cuasi monopolio iniciado en los ’90.
Al poder antojadizo que tienen hoy Telcos, proveedoras de banda ancha y operadoras de cable, obtendrán también el monopolio de toda la información y comunicaciones que hogares y empresas generen y reciban. Es un poder demasiado grande para ser dejadas sin regulación. El tipo de regulación estatal que se alcance es un aspecto clave para llegar a una situación que asegure el derecho a la información, a la privacidad y a la propiedad de la información que el usuario genere.
Esta es una oportunidad para establecer unas reglas de juego que permitan el de-sarrollo tecnológico de la Argentina, así como asegure la diversidad en las comunicaciones y la libertad de expresión, pilares del sistema democrático.
* Sociólogo y docente universitario de la UBA.
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