Jueves, 14 de mayo de 2009 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Mónica Beltrán *
Los argentinos vivimos una cotidianidad en la que mandan los efectos. Un título vale más que mil palabras. Exponemos, estudiamos, hablamos, nos relacionamos en el marco de una cultura efectista. Una cultura que fue construida por los medios masivos de comunicación. Y la reproducimos, aquí y allá, los jóvenes y los que no lo somos tanto.
Estamos demasiado preocupados por lo que dicen los medios. Nos atraviesan sus mensajes. La moda, la forma de hablar, los gustos estéticos, lo que sabemos y lo que no sabemos sobre lo que pasa en el mundo está más en relación con nuestros consumos mediáticos que con el aprendizaje escolar o sistemático al que hayamos accedido. Una sobredosis de medios, se podría decir.
Lo que los medios priorizan en sus titulares es tema central de nuestras conversaciones y hasta rige, a veces, el cuidado de nuestra salud. Un ejemplo, al que se puede recurrir casi en el límite del absurdo, es el fenómeno que produjo la denominada “fiebre porcina”, que bien podría haberse llamado “fiebre porcinomediática”. Esa enfermedad que acabamos de descubrir provocó el desplazamiento de otra que no nos dejaba dormir: el dengue. Dejamos así, raudamente, de vaciar los vasitos y otros recipientes que juntaban el agua y ponían en riesgo nuestra salud, desde el rincón del balcón o el fondo de la casa, y olvidamos los tarros de repelente, para correr a comprar en alguna farmacia del barrio un barbijo que nos protegiera del virus importado que nos trajo el noticiero de la tarde.
La comunicación puede servir para prevenir. Pero también puede ser funcional a intereses que no son justamente los de los ciudadanos.
La comunicación puede servir para liberarnos, pero también para esclavizarnos.
Hace tiempo ya que una sensación se me convirtió en certeza: les prestamos demasiada atención a los medios, casi como los esclavos con sus amos. Prendemos la televisión para saber la hora y la temperatura, recurrimos a la radio para denunciar que tal organismo público no funciona adecuadamente, protestamos ante la cámara para pedir que nos reparen el semáforo de la esquina de nuestra casa o de la escuela. Los medios hace tiempo que se convirtieron en fines. Son a veces jueces, otras fiscales, nuestros mejores amigos, guías, maestros y lugar de entretenimiento.
En este marco es que el Gobierno instala un debate público sobre la sanción de una Ley de Servicios de Comunicación Audiovisuales. Un proyecto que aún no está en el Congreso, pero que desató críticas de los empresarios mediáticos, de algunos periodistas y de la oposición política, aun antes de conocerse su contenido. Se lo acusó rápidamente de demasiados males. Y siempre que hay tantas críticas, en principio hay que desconfiar y preguntarse el porqué.
Resulta que quienes se oponen a esta ley dicen que intenta coartar la libertad de prensa, pero también la acusan de frenar los avances tecnológicos en el área. Otros dicen que no es el momento indicado, un año electoral, para dar este debate.
Sería interesante recordar que mientras se populariza en el mundo la televisión digital, el periodismo ciudadano crece, con videos y fotos caseras recorriendo el mundo desde portales de poca complejidad tecnológica, y cuando los chicos se comunican más con las frases que inscriben en sus muros virtuales de Facebook que con la charla o los juegos que se intentan en el recreo de la escuela, los argentinos seguimos discutiendo, con los mismos argumentos de siempre, si éste es el momento para debatir una Ley de Radiodifusión.
Y en ese sentido cabe preguntarse: ¿cuál podría ser un mejor momento para discutir un proyecto de ley que permita al Estado fijar normas para regular los servicios de comunicación audiovisual que, es bueno recordar, son servicios públicos?
¿Qué más pertinente que discutir el modelo de comunicación que la sociedad argentina quiere durante la elección de los legisladores que renovarán el Congreso?
No hace falta ser oficialista, ni haber participado de la redacción de los contenidos del proyecto en cuestión, para asegurar que ésta es una buena oportunidad para que la sociedad se apropie de un debate pendiente que no debe ser para especialistas, técnicos y políticos, sino que puede darse desde la defensa del derecho a la comunicación y a la información de la ciudadanía.
* Periodista y autora de Mediatizados. Encuentros y desencuentros entre la escuela y los medios. Editorial Aique.
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