Miércoles, 10 de junio de 2009 | Hoy
EL PAíS › SOBRE LA REVOCACIóN DE LA EXPULSIóN DE CUBA EN LA OEA Y SUS IMPLICANCIAS
Por Ricardo A. Guibourg *
En 1962, Cuba fue expulsada de la OEA. Dijeron que porque no era un país democrático. Varios de los Estados que la expulsaron estaban entonces gobernados por regímenes autoritarios, en tanto sangrientas dictaduras fueron impuestas en otros durante el resto del siglo XX. ¿Qué significaba “democrático”?
Un poco antes, en 1954, el gobierno elegido de Guatemala fue acusado de comunista. En una reunión internacional, su canciller pidió que se definiera “comunista”. Se le respondió que cualquiera sabía lo que eso quería decir. Inmediatamente se instauró en Guatemala un régimen dictatorial que, seguramente, no debía ser comunista.
Ahora, la OEA acaba de revocar la expulsión de 1962. Algunos de los Estados americanos acusan a otros Estados hermanos de ser algo así como comunistas y no faltan los que son calificados por sus opositores como dictatoriales. Cuba sigue siendo como era y, por su parte, es el único Estado americano que se autocalifica como comunista.
Acerca de episodios como éstos, cada uno tiene sus juicios y sus preferencias. Yo tengo los míos, que no pretendo hacer valer aquí. Pero, cualquiera sea la posición de cada uno, es preciso admitir que, así como la primera víctima de la guerra es la verdad, la víctima constante de la política es el lenguaje, porque deja de ser medio de comunicación y entendimiento para convertirse en arma arrojadiza.
La potencia ofensiva y defensiva de las palabras reside en su contenido emotivo: no en el significado que les asignen los diccionarios, sino en su capacidad para despertar sentimientos en la mente de las personas, aun con independencia de aquel significado.
“Libertad”, “democracia”, “igualdad”, “dignidad”, “justicia” son palabras que acarician el alma. Pero, cuando intentamos atribuirles una definición efectivamente operativa y no un mero trueque de palabras bonitas, encontramos azorados que su significado ha sido tan manipulado que ya casi no existe: cada uno designa con esos vocablos lo que más le gusta, mientras otros, desde posiciones diferentes, llaman caos a la libertad, ficción a la democracia, miseria a la igualdad, hipocresía a la dignidad y opresión, impunidad o burla a la justicia. Todos queremos poner las cosas en su lugar y llamar a cada situación por su nombre; pero para eso tendríamos que reconocer primero que es preciso reconstruir los significados, para que podamos entendernos y, con ese requisito, apreciar si estamos de acuerdo o en desacuerdo, y en qué puntos lo estamos.
Ojalá éste fuera un problema puramente lingüístico: hay profundas controversias filosóficas que lo mantienen abierto, como una herida del pensamiento, y hace tres mil años que menospreciamos esas controversias, sin resolverlas, porque queremos ir “a lo práctico”.
Pues bien, estamos ante los resultados de la práctica: cualquiera sea nuestra opinión, intentemos resolver estos galimatías de los últimos 55 años. Si no podemos, acerquémonos por un rato a la reflexión filosófica.
* Director de la maestría en Filosofía del Derecho de la UBA.
Por Rubén Dri *
“Las secciones aisladas de la América serán siempre entidades políticas insignificantes, incapaces de inspirar respeto (...) en cambio unidas se bastarán a sí mismas para la defensa de su autonomía e independencia” (De la proclama de Felipe Varela, noviembre de 1866).
Era la década de la denominada “guerra de la Triple Alianza”, en realidad de la destrucción del Paraguay de Estanislao López que Inglaterra necesitaba para evitar que el Paraguay se convirtiese en el foco de la creación de la Patria Grande Latinoamericana. Felipe Varela se levanta en contra de la guerra genocida que el mitrismo ha entablado en alianza con el imperio brasileño. En Pozo de Vargas, el 10 de abril de 1867, las huestes de Felipe Varela y Santos Guayama son derrotadas, concluyéndose así el rosario de derrotas del proyecto nacional y popular que comenzara con la traición de Urquiza en Pavón (1862) en territorio nacional. El epílogo final de estas derrotas que sumirán a nuestra América en la dependencia del imperio británico primero y norteamericano después, tendrá lugar en Cerro Corá el 1º de marzo de 1870.
Desde entonces, por mucho tiempo se apagó la llama de la Patria Grande Latinoamericana encendida por los padres fundadores, Artigas, San Martín, Bolívar, Martí, Sandino. Esporádicamente, como en la época de Yrigoyen y sobre todo del primer peronismo, esa llama volvía a encenderse, para apagarse después. Parecía que estábamos condenados a ser primero la granja británica, denominada “granero del mundo” y luego satélite del coloso del Norte. Pero el 16 de diciembre del año pasado, Cuba, la heroica defensora de la independencia y la dignidad frente al imperio, entra a formar parte del “Grupo Río”, el órgano de consulta de los países latinoamericanos sin la injerencia de los Estados Unidos. Es éste un hecho histórico en el proceso de reconstrucción de la Patria Grande que soñaron los padres fundadores.
Este hecho había sido precedido por una serie de acontecimientos y acciones que mostraban a las claras que América latina y el Caribe marchaban en dirección hacia la segunda independencia. En este sentido, el acontecimiento más significativo fue la creación de Unasur y su acción mancomunada cuando la derecha fascista boliviana puso en marcha el golpe de Estado contra Evo Morales.
En nuestra América se habían sucedido los golpes de Estado propiciados siempre por la potencia del Norte, sin que hubiera una acción mancomunada de los gobiernos latinoamericanos en defensa de la democracia en peligro. Es así como Pinochet da el golpe de Estado en 1973 y Videla en 1976, por citar los golpes de Estado que más nos han dolido a los argentinos.
La situación ahora es políticamente muy diferente. Entre los procesos políticos de los distintos países latinoamericanos y del Caribe hay diferencias notorias y contradicciones, muchas de ellas de difícil solución. Un mapa cercano a la realidad política nos dice que hay tres países cuyo proceso político se encuentra en lo que podríamos denominar la vanguardia del proceso de liberación e independencia, Venezuela, Bolivia y Ecuador. Es en esos países donde el avance de los movimientos populares permite no sólo que se hable, sino que en la práctica se realicen acciones conducentes a un nuevo socialismo, denominado por el chavismo como “socialismo del siglo XXI”. Entre ellos hay naturalmente diferencias, pero sus avances los ponen claramente en la vanguardia de la Patria Grande liberada.
Este es el peligro sobre el que, alarmada, llama la atención la derecha neoliberal. Es Vargas Llosa quien afirma que allí, en Venezuela, se juega el futuro de Latinoamérica y son diputados del PRO, de la Coalición Cívica y del peronismo disidente quienes pretenden impedir que Venezuela ingrese al Mercosur.
En este proceso de integración latinoamericana, la Argentina que comenzó a recuperarse del colapso que significó la aplicación del neoliberalismo en su versión fundamentalista, que explotó en la pueblada del 1920 de diciembre de 2001, jugó un papel nada despreciable. Como símbolos mayores de esta contribución deben citarse la sepultura del ALCA en las aguas del Atlántico que besan las costas de Mar del Plata y el protagonismo en la decisión de Unasur de dar el apoyo de todos los presidentes sudamericanos a Evo Morales, en contra del golpe de la derecha. Es la primera vez en la historia de nuestro continente que se manifestaba tal unidad en contra de un golpe de Estado.
El avance del proceso liberador e integrador de los países latinoamericanos acaba de producir el hecho histórico de la derogación de la resolución que había excluido a Cuba de la OEA. Por primera vez, las conducciones políticas de los países latinoamericanos no se inclinan servilmente ante los mandatos del imperio. Por primera vez, el imperio debió retroceder. No es poco.
A contramano de esta marcha hacia la liberación latinoamericana, la propuesta de volver al FMI, la de impedir la entrada de Venezuela al Mercosur y las votaciones en contra de la nacionalización de Aerolíneas y en general de las nacionalizaciones, hablan a las claras de cuál es el proyecto que anida en las mentes de los integrantes de la dirección del PRO, el PJ disidente y la Coalición Cívica. Eso no es otra cosa que una vuelta al neoliberalismo de los ’90, cuyas consecuencias seguimos sufriendo.
Un triunfo en las próximas elecciones de lo que se llama la “oposición” sería el inicio de un enorme retroceso. Argentina podría comenzar a constituirse en el obstáculo principal para el proceso de construcción de la Patria Grande.
* Filósofo, profesor consulto de la UBA.
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