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Para no gobernar al compás de la música para cacerola y orquesta

El Gobierno busca la manera de resolver su dilema: ignorar la protesta pero respetando su contenido. Esperan que el plan que se anunciará el sábado resolverá parte de los reclamos y bajará la hinchazón. Quejas por cómo salen en los medios.

Por Fernando Cibeira
A nivel político, el Gobierno se debate en una contradicción de la que le va a costar zafar, al menos en lo inmediato: una pública comprensión hacia los motivos que motivan los cacerolazos y, al mismo tiempo, un permanente recordatorio hacia los escasos veintipico de días que lleva Eduardo Duhalde como presidente, que invalidarían –por precipitada– cualquier protesta. La salida de la contradicción, complicada, no se producirá en lo inmediato, según admiten cerca del Presidente. Con todo, en la Rosada no temen quedar rehenes de la furia cacerolera a la que creen que podrán domesticar poco a poco en la medida en que den respuesta a las causas que la provocan. “No vamos a gobernar al ritmo de los cacerolazos”, respondía ayer un funcionario.
Hasta ahora, la gran apuesta política del Gobierno fue el lanzamiento de la concertación social junto con la Iglesia. Pero la convocatoria entró en su etapa más opaca, con múltiples reuniones de insulso resultado, que obliga a poner la atención en otro lado. Igual, un funcionario duhaldista se mostraba ayer optimista con los posibles resultados que arrojará la ronda, de acá a un mes. “Muchos se van a sorprender porque del diálogo van a surgir hechos concretos. Ya algunos proyectos de leyes que surgieron como resultado de algunas reuniones”, se entusiasmaba el secretario general de la Presidencia, Aníbal Fernández.
Pero el interrogante es si el Gobierno –en tanto la concertación continúe en esta etapa alfa– conseguirá recuperar la iniciativa política de manera de no quedar acorralado por las protestas y dando explicaciones después de cada nuevo cacerolazo. “Los cacerolazos tienen una combinación satánica, porque si bien todos los que protestan tienen razón, dentro de los que protestan también hay quienes tienen intereses contradictorios: eso es muy difícil de superar”, explicaba uno de los funcionarios que más conversa con Duhalde.
Por eso, quienes trabajan cerca del Presidente entienden que la política de la Rosada tiene que ignorar la coyuntura del cacerolazo al tiempo que debe atender las causas que lo provocan. “No hay que prestar atención a la manifestación, pero sí al contenido”, era lo que evaluaban en Gobierno. Por ejemplo, entienden que el plan que anunciará esta semana el ministro de Economía, Jorge Remes Lenicov, atenderá buena parte de los reclamos de la gente, por lo que colocará fuera del cacerolazo a buena parte de los que vienen protestando. Así, poco a poco, esperan ir deshilachando las manifestaciones que ya se llevaron a dos presidentes.
Otra punta de la estrategia política oficial pasará por plantear día a día, sin anestesia, la situación en la que se encuentra el país. “Hemos perdido miserablemente dos años de administración del Estado”, sostuvo el vocero Eduardo Amadeo, en referencia a la gestión de Fernando de la Rúa. Y si bien saben que a esta altura la gente no puede soportar más excusas del tipo de las que recuerdan la gravedad de la herencia recibida, entienden que tampoco podrían exigirse soluciones de un día para el otro. “Duhalde lleva veinte días y los problemas son de hace veinte años”, repiten.
Como antídoto, entonces, nada mejor que explicar a cada paso la trágica situación en la que se encuentra el Estado y qué es lo que se va haciendo para subsanarlo. En esa dirección, suponen que los millones que prometieron que destinarán a planes de empleo, más los de emergencia sanitaria y social, también tendrán un efecto sedativo para el encrespado ánimo social. En cierto núcleo de funcionarios, esta estrategia es mejor que por la que pujan otros hombres cercanos al Presidente que querrían ver una mayor generación de expectativas hacia la sociedad.
“En estas circunstancias no es bueno prometer cosas que no podamos cumplir. Podemos decir que vamos a cambiar la Corte Suprema cuanto antes, pero hacer eso sería de doble filo porque lo más probable es que terminemos defraudando”, respondía un secretario de Estado. Pero el temor oficial es que la gravedad de la coyuntura les impida resolver los problemas de fondo de la situación económica. “Nos planteamos atacar tres ejes al mismo tiempo”, explicó un funcionario. “Un problema es el financiero y fiscal, otro es el de los 15 millones de pobres y un tercero es el de la generación de actividad económica para que algún día surjan nuevos puestos de trabajo”, agregó. En un brote de optimismo, los funcionarios duhaldistas ven que el sinceramiento del tipo de cambio ya produjo efectos reactivadores en algunos sectores de la economía.
Como todo gobierno que se precie –más todavía para el caso de los gobiernos bisoños– los hombres cercanos al Presidente ya comenzaron a quejarse por la forma en que los medios retratan la actividad presidencial. Y que si los medios hicieran bien su trabajo habrían dejado testimonio de lo productiva que fue la última reunión de gabinete, en la que cada ministro explicó cómo iba a resolver las necesidades más urgentes de su área y cómo las más estructurales. Y que detrás de cada solución –es lo que por estas horas repiten los funcionarios duhaldistas como un mantra– es que la mira estará puesta “en la gente”.
Porque si bien el Gobierno sostiene que no va a gobernar la ritmo de los cacerolazos, en cambio sí asegura que se terminó la época en la que prevalecían los intereses de los lobbies, para dar paso a la era de los intereses “de la gente”. “Que nadie se confunda, porque Duhalde está escuchando a la gente”, sostenía un vocero que confesaba no saber si ayer había habido otro cacerolazo frente a la quinta de Olivos.

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Los duhaldistas se quejan por la impaciencia y los cacerolazos que ya bajaron a dos presidentes.
 
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