Lunes, 27 de julio de 2009 | Hoy
EL PAíS › LA RELACIóN ENTRE EL TITULAR DE LA POLICíA METROPOLITANA Y CLAUDIO LIFSCHITZ, EX COLABORADOR DE GALEANO EN LA CAUSA AMIA
El comisario retirado Jorge Palacios, nombrado por Macri en la Policía Metropolitana, fue quien llevó a Lifschitz desde Inteligencia de la Federal hasta la causa AMIA. Una trama que combina internas entre agentes de la SIDE, policías y el negocio de la prostitución.
Por Raúl Kollmann
El ex secretario del juez Juan José Galeano, Claudio Lifschitz, ahora cuestionado por su ex mujer y por los acusados de irregularidades en la causa AMIA, fue introducido en el juzgado y en la investigación del atentado por el comisario retirado Jorge Palacios, actual titular de la Policía Metropolitana. Lifschitz revistaba en Inteligencia de la Federal y fue abogado de esa fuerza. De allí fue llevado por Palacios a la causa AMIA. El ex secretario prestó un testimonio clave para desnudar todas las maniobras del expediente, entre ellas el pago de 400 mil dólares al entonces imputado Carlos Telleldín, pero luego hubo una arrasadora suma de testimonios que demostraron que todo lo denunciado por Lifschitz era cierto. Más allá de ese hecho puntual, Lifschitz siempre fue un personaje oscuro, que terminó trabajando en los prostíbulos de Raúl Martins, un ex agente de la SIDE que manejó enormes cabarets tanto en Buenos Aires como en Cancún, México, donde provocó un escándalo de proporciones. La aparición de Lifschitz de la mano de Palacios hizo pensar al principio en una guerra de la Federal contra la SIDE y luego en una novela de traiciones entre los propios ex espías. La causa AMIA terminó exhibiendo a ladrones de autos complotados con policías federales y bonaerenses y a espías mezclados con la extorsión y la prostitución. La trama tiene numerosos episodios, algunos de ellos sin resolver.
En su momento fue el propio juez Galeano quien le contó a Página/12 que Lifschitz fue llevado a su juzgado por Palacios. El magistrado lo decía en tono de queja porque ya veía los dolores de cabeza que le traería el secretario, pero El Fino, como le dicen a Palacios, lo convenció porque Lifschitz se había recibido de abogado y, además, le podía dar una mirada de servicio de inteligencia, pero no de la SIDE sino de la Federal. Sin embargo, de entrada nomás, no quedó claro si Lifschitz era un hombre de la Federal dispuesto a dinamitar a la SIDE dentro de la causa AMIA o si jugaba con un sector de la SIDE contra otro sector de la SIDE. En cualquier caso, lo que aparecía claramente en la pesquisa era el cruce de policías con ladrones de autos.
Por un lado, el motor de la Trafic estuvo en poder de la agencia de Alejandro Monjo, a quien se les encontró una medalla otorgada por la división Sustracción de Automotores de la Federal pese a que les vendía autos siniestrados a personajes que luego armaban los vehículos con partes robadas. Asombrosamente, esa medalla desapareció, como también desaparecieron cintas y desgrabaciones realizadas al principio de la investigación, lo que llevó, varios años después, a una condena del comisario de la Federal Carlos Castañeda.
Paralelamente, quedó probado que Telleldín armaba autos con partes robadas y les pagaba peaje por sus actividades ilegales a distintas brigadas de la Policía Bonaerense.
En suma, la investigación del caso AMIA tropezaba con negocios sucios de los propios investigadores.
Cuando el ex secretario denunció las irregularidades de la causa AMIA, ya había numerosísimas versiones del pago que se le hizo a Telleldín. De todas maneras, Lifschitz fue mucho más allá. En su libro AMIA, Por qué se hizo fallar la investigación, culpó a la SIDE de saber de antemano quién iba a atentar contra la mutual judía e incluso de que la central de espías venía siguiendo a un grupo de iraníes, pero éstos se les escaparon de las manos. Para tapar ese fracaso, supuestamente la SIDE desvió la investigación, con la plena colaboración de Galeano, desde siempre un hombre allegado a los espías. A esto se sumó el factor político: a la Casa Rosada le venía bien echarles la culpa del atentado a los policías de Eduardo Duhalde.
Lifschitz nunca contó quién le pagó el misterioso viaje que hizo a Estados Unidos donde escribió el libro, pero –nuevamente– o bien era un trabajo de hombres de la Federal contra la SIDE o de un sector de la SIDE contra el otro sector. En esa época, efectivamente, había dos sectores que protagonizaban una guerra feroz entre los espías, la Sala Patria, liderada por Alejandro Broussón, muy allegado a Galeano, y el Sector 85, comandado por Jaime Stiusso, todavía hoy un hombre fuerte de La Casa, como le dicen a la Side.
Más allá de quién le pagó por sus revelaciones, en el juicio oral que duró tres años y que encabezó el Tribunal Oral Federal número 3 quedó clarísimo que todo era cierto. Relevados del secreto de Estado, los agentes de la SIDE contaron con pelos y señales cómo se le hizo el pago a Telleldín, quiénes lo hicieron, en qué esquina estaba parado cada uno, dónde fue a parar el dinero y otros detalles de aquella operación. También se comprobaron otras irregularidades como el apriete a testigos y abogados y lo que el TOF–3 señaló como privación ilegal de la libertad de algunos protagonistas a los que se amenazaba con dejarlos presos por supuestos delitos, a menos que declararan contra el ex comisario Juan José Ribelli o el armador de autos truchos, Carlos Telleldín. Es decir que el testimonio de Lifschitz fue importante, pero luego fue tan corroborado por otros testimonios y evidencias que aquel puntapié inicial dejó de ser imprescindible como prueba.
Su ex esposa, Beatriz Toribio Astorga, mantiene con Lifschitz una despiadada batalla judicial por alimentos. En ese marco, contó que ambos estuvieron en Nueva York cuando el ex secretario escribió el libro en el que denunciaba las irregularidades. Toribio Astorga hace referencia al tren de vida holgado que llevaban, alojándose en un hotel de la Gran Manzana y alquilando un auto. Tal vez eso sea un indicio de que efectivamente o la Federal –de la que llegó de la mano de Palacios– o algún sector de la SIDE le financiaron el trabajo donde describió aquellas maniobras en el expediente que, en su mayor parte, se probaron rigurosamente ciertas y llevaron luego a la destitución de Galeano.
La Cámara Federal acaba de confirmar el procesamiento de Lifschitz por haber revelado secretos de Estado en su libro. El argumento es que publicó documentación de la SIDE que no era pública y que incluso tampoco estaba en el expediente. En esa imputación no pesó que las revelaciones permitieron conocer gran parte de la trama de maniobras de la causa AMIA.
En las increíbles idas y vueltas de la investigación del atentado, se conocieron dos videos de encuentros del ex juez Galeano con Telleldín. En ambos queda registrada la negociación del testimonio contra los policías bonaerenses a cambio de dinero y en uno de ellos hasta se le indica a Telleldín qué foto tiene que marcar en un reconocimiento fotográfico.
La ex esposa de Lifschitz afirma que el secretario fue quien robó los videos y se los vendió, en forma indirecta, a la defensa de Juan José Ribelli. En el juicio oral quedó bastante claro que la historia fue distinta: Galeano dejó una copia en la Side –que, por otra parte, había realizado la grabación– y ésa fue la que luego le llegó a Ribelli.
En cualquier caso, la aparición de las imágenes fue otro elemento que en el juicio oral terminó de demostrar las irregularidades perpetradas por el gobierno de Carlos Menem y los protagonistas judiciales del expediente del atentado.
El paso que dio Lifschitz en 2007 fue llamativo: terminó trabajando para el agente de la SIDE, Raúl Martins, un hombre que ostentó un asombroso dominio del mundo de la prostitución, primero en Argentina y después en Cancún. En ambos lugares, el prostíbulo estrella se llamó The One. El secretario afirma que Martins lo llevó a Cancún para encargarse de la defensa legal de sus cabarets, en los que trabajaban 150 chicas. El diario Reforma, de México, realizó una durísima denuncia contra Martins acusándolo de mantener a las mujeres, la mayoría inmigrantes ilegales, en un estado de esclavitud. Incluso, el periódico mexicano sostenía que las chicas no tenían nombre sino número.
En la Argentina, Martins es un prófugo de la Justicia y aparece involucrado en filmaciones extorsivas contra jueces y figuras públicas que pasaron por sus prostíbulos y otros locales de la misma naturaleza. Entre la SIDE y la Federal hubo una especie de guerra por el manejo de la prostitución y siempre se dijo que aquellas filmaciones e incluso algún homicidio eran parte de esa guerra. Ahora, en México, Martins sería el dueño de otro prostíbulo –The One fue cerrado– que lleva el sutil nombre de Sex and Girls. Los medios de Cancún insisten en que todo es ilegal, que las mujeres ingresan como turistas a México y que el local tiene los permisos vencidos, pero lo cierto es que hasta el momento no prosperaron las iniciativas por clausurar el nuevo cabaret. El ex espía tiene el problema de que no puede salir de México porque tiene pedido de captura internacional emitida por jueces argentinos.
La relación de Lifschitz con Martins terminó en un escándalo. El ex secretario del caso AMIA denunció al ex SIDE en forma pública, contó sus negocios, la forma en la que se explotaba a las mujeres y el método de mandarles chicas a funcionarios para mantener las autorizaciones de funcionamiento de The One. El tema llegó entonces a la tapa de Reforma.
La ruptura con Martins se produjo –según el ex secretario– a raíz de la exigencia del hombre de la SIDE para que Lifschitz no fuera tan incisivo en un careo con el ex juez Galeano y sus imputaciones contra el ex ministro Carlos Corach. Es que en la causa de las irregularidades por el caso AMIA siempre hubo una hipótesis que no cerraba: de acuerdo con el expediente judicial, las maniobras de todo tipo que se hicieron en la investigación –incluyendo el pago de 400 mil dólares a Telleldín– fueron encabezadas por el juez Galeano y por el titular de la SIDE, Hugo Anzorreguy. No parece creíble que todo eso se hiciera sin una orden de arriba. Lifschitz afirma que el juez tomó la decisión de avanzar contra los policías y abandonar las demás pistas después de una visita a la Casa Rosada y tras una consulta con Corach. Sin embargo, hasta el momento Lijo no procesó a ningún funcionario del máximo nivel del gobierno de Menem: el juez afirma que no tiene evidencias. En ese marco, se estaba por producir el careo entre Lifschitz y Galeano y el ex secretario afirma que Martins le exigía retractarse de su ofensiva contra el juez y el ministro.
Todo el affaire del trabajo de Lifschitz con el espía vuelve a poner sobre el tapete el origen de las movidas del ex secretario. Indudablemente su origen está en la Federal, pero de golpe aparece jugando del lado de un hombre de la SIDE y, encima, termina enfrentándose con él. Y, al menos en teoría, por la causa AMIA. De todas maneras no puede descartarse que el choque con Martins tenga que ver con lealtades y traiciones del mundo de la prostitución.
En el diferendo con su ex esposa, aparecen acusaciones en las que se señala que Lifschitz se quedó con una “pequeña fortuna” por destapar el escándalo de la investigación y, supuestamente, por robar el video. Este diario mantuvo, a lo largo de los últimos dos años, tres entrevistas con el ex secretario y si algo llamaba la atención era su precaria situación económica. Es más, la Justicia lo absolvió en una causa en que su ex esposa –-que también revistó en Inteligencia de la Federal– le imputó insolvencia fraudulenta, o sea esconder bienes. Hoy en día Lifschitz vive en la misma habitación que su mamá y su reclamo es que el Estado le dé algún trabajo, ya que por su carácter de testigo clave precisa custodia permanente.
En los últimos tiempos, Lifschitz denunció dos ataques en su contra. En uno, lo tajearon en la espalda y le pusieron la palabra AMIA. En el otro, ocurrido hace pocos días, le dispararon y, según afirma, le salvó la vida su custodio. Ambos ataques están siendo investigados por la Justicia Federal, pero hasta el momento no se llegó a ninguna conclusión.
Por supuesto que Lifschitz afirma que los ataques son obra de secuaces de la SIDE enviados por los jefes de los espías que él denunció en relación con el caso AMIA. Quienes rechazan al ex secretario afirman que Lifschitz sólo quiere llamar la atención y que, en todo caso, lo agreden quienes fueron perjudicados por él en su asociación con el mundo de la prostitución. Los jueces que investigan los incidentes afirman que, en principio, los ataques existieron aunque fueron “poco profesionales”. Y por este último carácter pueden tener diversos orígenes: desde la causa AMIA, pasando por las guerras del submundo de policías y espías, pasando por el choque con Martins y hasta cuestiones personales.
Más allá de los claroscuros del personaje, el ex secretario jugó un papel muy positivo en el expediente AMIA: ayudó a demostrar lo que el Tribunal Oral llamó “maniobras al servicio de políticos inescrupulosos”. Es nítido que llegó a la investigación de la mano de Palacios, pero el camino posterior, entre servicios de inteligencia y policías, es sinuoso. Lo que no tiene dudas es que su denuncia sobre irregularidades, pagos y extorsiones en el caso del atentado se comprobó fehacientemente.
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