EL PAíS › OPINIóN

Cuando huelen sangre

 Por Eduardo Aliverti

Hubo una postal en estos días: la interna de la CGT quedó notablemente relegada de los primeros planos gracias a la meteorología antártica que invadió el país hasta que, el viernes, el acostumbramiento al frío le cedió su lugar al teleteatro gremial.

Podría pensarse que las razones de espectacularidad mediática siempre estarán por delante de las cuestiones políticas-macro; pero no deja de ser sugestivo que un hecho como el cegetista, al que una mayoría de opiniones confirió carácter de decisivo para la suerte del Gobierno, haya quedado tan fácilmente secundarizado por la nieve y sus perspectivas (que de paso le sirvieron a la televisión para descubrir a la gente que vive en la calle). La circunstancia puede ser aprovechada a fin de corroborar que la heladera es en verdad el lugar que la sociedad le destina al conflicto de la burocracia sindical. “Y a mí qué con ese culebrón de atorrantes y mafiosos”, puede leerse sin temor a equivocarse en el espíritu popular. Es un dato seguro que revalida la pérdida de representatividad (¿o credibilidad, mejor?) que sufren las grandes corporaciones dirigenciales, desde antes de comienzos de siglo y con 2001/2002 como expresión contundente. Sin embargo, esa constatación no significa que la cosa pase por sí misma. La obviedad es que el hartazgo masivo frente a los modos y concreciones de la política no resuelve nada y que, mucho más aún, resulta funcional a los peores intereses de sector. La interna entre “Gordos”, “Independientes” y “Moyanistas” corre la cortina respecto de una puja de poder y negocios que ante todo consiste en eso, es cierto, y que se inscribe en el sismo producido por la derrota electoral de los K. Cuando el peronismo huele sangre, las manadas de hienas se hipersensibilizan y sólo a un tonto puede ocurrírsele que eso es simplemente una tenida conductiva. Porque hablar de lo que sucede en el peronismo –y en el caso de lo gremial es de lo único que puede hablarse– es hacerlo sobre la fuerza, imaginario, voluntad, estructura, como se quiera, sin los cuales no se puede gobernar este país. En consecuencia, aislarse de lo que acontece allí es una mirada anímicamente aceptable, pero políticamente frívola. El frío y la nieve pasan. Para suerte o desgracia, según cada quien desee verlo, el peronismo siempre está.

La lucha por su apropiación, al cabo de los resultados electorales, atraviesa todos los parámetros de la realidad realmente existente. Esa suerte de recreación de la Alianza que es el Acuerdo Cívico y Social (lo único metido como cierta cuña) ya está partido antes de arrancar en el Congreso y no consigue salir de su papel de conjunto de opinadores, incluyendo la inercial entronización de Cobos y, en forma que parece eterna, la capacidad de Carrió para destruir todo lo que construye. De modo que, otra vez, se ratifica que es hacia dentro del peronismo donde se juega lo que ocurrirá, sin que eso signifique acertarle a qué quiere decir. Hay un “diálogo” institucional al que los radicales van a comentar cosas. Por lo demás, solamente se trata de cómo el Gobierno gana tiempo después del sacudón y de cómo se posiciona el resto del peronismo. Esas dos mitades (o esos dos tercios, si quiere apreciárselo en cifras nacionales) tienen por ahora el volumen como para bombardear a la otra y nada más. La mitad o el tercio kirchnerista conserva poder de fuego para dividir al peronismo, y la mitad o el tercio disidente para acabar con los K. Se supondría, entonces, que el beneficiado es el tercio (pan)radical, pero eso tropieza claramente –visto en prospectiva de elecciones presidenciales– no ya con su división interna sino con una ausencia de liderazgo que aparece, apenas disimulada, bajo la imagen de una reproducción de De la Rúa. Más luego, Macri no quiere malquistarse con el Gobierno porque actúa que lo necesita para allegarse fondos. Reutemann, fiel a su estilo, es casi un autista procedimental que exaspera a todos. De Narváez es intragable para todos los compañeros que lo juzgan un producto publicitario, desconfiable en exceso. En definitiva, un griterío de confusos que juegan a rondas dialoguistas, en las que todo se remite a decirse con dibujo de protocolo lo que vienen diciéndose hace años; a reclamar la despedida de Guillermo Moreno (que es lo último a lo que aspiran, por supuesto, porque se quedarían sin monigote en el cual anclar discurso); y a tensar –no mucho– temas tan apasionantes como el Consejo de la Magistratura, o tan creíbles como la pobreza y la desigualdad en boca de Macri y De Narváez. Mientras tanto, los Kirchner conquistaron su tiempo de marcar agenda, con las patas cortas de cómo se seguirá tras estos ímpetus artificiales. ¿Qué hay previsto en la economía? ¿Qué sobrevendrá con el parate o la retracción, qué con la pobreza, qué con la pérdida de fuentes laborales, qué con la falta de crédito?

Un laberinto de este tamaño precisa de una aptitud simple, pero enorme, para mensurar cuáles son los bloques y alianzas sociales que están en danza. De lo contrario, todo quedará subsumido en el desconcierto y el agotamiento que provoca la visión politiquera. Hay un arco constituido por la facción agraria, con respaldo en las corporaciones mediáticas, capaz de haber convencido a vastos sectores medios de que las necesidades de aquélla son las propias. Por razones que –aquí– no vienen al caso, los “Doña Rosa” urbanos de la pampa húmeda creen que las banderas de la Sociedad Rural les pertenecen. El problema es que carecen de conducción política convincente salvo por haber tenido algo a mano para castigar al kirchnerismo, por motivos que bailan entre el rechazo al estilo gubernamental e intereses de clase. Sin embargo, ese conglomerado (al que acaba de sumarse el pliego de condiciones de la Asociación Empresaria Argentina) intuye, probablemente, que no en vano el país estalló gracias a las políticas de su preferencia; y que por lo tanto les es imprescindible un liderazgo firme que los figurones opositores están lejos de garantizar. A su turno, la alianza que por acción y defección se erigió en torno del kirchnerismo está golpeada. Una clase media-baja que más o menos se levantó al recuperarse puestos de trabajo; una media-media que volvió a sentirse tal tras las amenazas de catástrofe, y un universo marginado que en los primeros tiempos de la gestión asomó un par de pelos de abajo del agua gracias al asistencialismo, se encuentran hoy con que el Gobierno ya no parece tener las fuerzas necesarias para reimpulsarse.

¿Cuál de los esquemas prevalecerá? Difícil saberlo, porque el destino no siempre o nunca está marcado y en política suele quedar patas para arriba hasta por el influjo de imponderables. Pero hay unas preguntas de aproximación. ¿De qué se está más cerca? ¿De que lo que expresa el kirchnerismo se recomponga o de que lo que expresa a la derecha se junte?

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