Sábado, 17 de octubre de 2009 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA POLíTICO
Por J. M. Pasquini Durán
El desconcierto de los políticos sobre la mayoría de los asuntos que les competen refleja, con crudeza, la impotencia para renovar los partidos, en teoría y en práctica, anclados como están en maneras viejas de hacer política y de construir poder. Los debates en el Congreso sobre leyes principales –el presupuesto y las comunicaciones audiovisuales, entre las últimas– mostraron falencias y debilidades, en los distintos bandos, con la claridad de una tomografía. Para los que piensan que “goles son amores” el kirchnerismo exhibe una iniciativa y una capacidad de negociación que entre los opositores nadie tiene. Cuando los pronosticadores auguraban una estampida de desertores del oficialismo, las votaciones en el Congreso probaron que tiene más que los votos propios, pese al apuro, ya que el Gobierno no da tregua para cabildeos o indecisiones a mediano plazo. Los opositores, desilusionados con las gestiones de sus bloques, apelan como explicación permanente a la supuesta capacidad corruptora del Gobierno, sin advertir que lo único que consiguen es confirmar la mala opinión de buena parte de la ciudadanía sobre la conducta de quienes deberían representarlos en lugar de repartir el botín. Si fuera así, de acuerdo con la experiencia “Banelco en el Senado” durante la administración De la Rúa, no tardará en aparecer algún arrepentido que haga las cuentas en público. Con más de trescientos congresales sumando ambas cámaras, será muy difícil mantener un secreto semejante por mucho tiempo.
Durante el sacudón del 2001, cuando a los políticos los perseguía el mandato callejero para “que se vayan todos y no quede ninguno”, hubo renovaciones y relevos con el primer envión pero no los suficientes. Lo más palpable fue la atomización de los partidos en un millar de siglas diferentes en el país, pero sin ninguna transformación verdadera. Hay que agregar la orfandad teórica sobre los proyectos nacionales y las relaciones de la política con la sociedad. La mayoría de las intervenciones durante los últimos debates en el Congreso no pasaron de cuestiones formales o de profecías facciosas, pero hasta hoy nadie puede comparar los proyectos oficiales con los de la oposición, porque éstos no existen, ni las críticas alcanzaron niveles de reflexión que pudieran atravesar la capa de indiferencia que protege a los ciudadanos del contagio político.
Cuando los piqueteros ganaron la calle, a principios de los años ’80, nucleados en organizaciones llamativas por su número y capacidad de movilización, existieron intentos de aproximación a esa realidad, la cara “fea” de la modernización “fashion” del menemismo en los años ’90. Era el tiempo de rechazar al Estado y la política para acantonarse en una idealizada sociedad civil. En los ensayos de reflexión sobre la autonomía de los “movimientos sociales” llegó a hablarse de un nuevo actor en la sociedad y a preguntarse si las bases proletarias no estarían representadas en el futuro por estos trabajadores sin empleo y marginados de la vida colectiva. El gobierno de Néstor Kirchner, acusado siempre por falta de diálogo, sin represión policial puso de su lado a buena parte del movimiento y a no pocos de sus dirigentes los reclutó para tareas gubernamentales.
Una porción de ese movimiento hoy subsiste como cooperativas de servicios y de la construcción, pero los que consiguieron empleos más convencionales actualizaron sus fichas de afiliación en los viejos sindicatos, los que manejan las obras sociales, pese a que la sombra de la corrupción, como sucede cada tanto, sobrevuela el territorio de los gremios. Esto no quiere decir que todo está cristalizado. En los últimos años representaciones de base comenzaron a cuestionar a las direcciones sindicales y algunas reclamaron su propia personería para discutir en paritarias. Todavía las experiencias son desiguales, pero la tendencia se mantiene y sólo la protección del Estado y las empresas pueden sostener a ciertas conducciones sindicales que hace tiempo asumieron el rol de gerentes antes que gremialistas.
El ensayista Emir Sader, en su reciente libro (El nuevo topo: los caminos de la izquierda latinoamericana, Siglo XXI), rememora “los efectos de la crisis ideológica que afectó las prácticas teóricas en la transición del período histórico anterior al actual, con la descalificación de los llamados megarrelatos y la utilización generalizada de la idea de crisis de los paradigmas. A raíz de eso, se abandonaron los modelos analíticos generales y se adhirió al posmodernismo, con las consecuencias señaladas por Perry Anderson (“El pensamiento tibio”, revista de Clacso, 6/2008): estructuras sin historia, historia sin sujeto, teorías sin verdad, un verdadero suicidio de la teoría y de cualquier intento de explicación racional del mundo y de las relaciones sociales”.
Es así como la ciencia del análisis es reemplazada por ficciones sin antecedentes ni futuro, tan sólo reflejos de imágenes que se corporizan en el espíritu público. La falta de información rigurosa y de reflexión influye en el análisis de la realidad contemporánea, distorsionando los liderazgos, muchas veces según los gustos de los grandes aparatos de información. En este tiempo de unidad latinoamericana, recorre los comentarios de la zona las virtudes e ideologías que exaltan a Lula da Silva como líder de la izquierda. El brasileño Sader, que lo conoce más de cerca, asegura en el texto citado que Lula “nunca se sintió vinculado a la tradición de la izquierda, ni a sus corrientes ideológicas ni a sus experiencias políticas históricas (...) Buscó mejorar las condiciones de vida de la masa trabajadora, del pueblo o del país, según el vocabulario se fue transformando a lo largo de su carrera. Se trata de un negociador, de un enemigo de las rupturas, por lo tanto, de alguien sin ninguna propensión revolucionaria radical”. Si el compatriota de Lula acierta en la descripción, los que tratan de explicarse la evolución de una trayectoria de izquierda, aceptada y valorada por Washington, en verdad están hablando de la imagen del personaje y no de las dimensiones reales del líder brasileño.
En verdad, el paisaje sudamericano no tiene dos árboles iguales, desde Evo Morales a Chávez, de Michelet a Tabaré Vázquez, de Alan García a Alvaro Uribe, incluida la presidenta Cristina. Tampoco lo son las realidades nacionales en la región, excepto en el trágico hecho de la injusticia social, de un pequeño sector de ricos y una multitud de pobres y de indigentes, con todas sus consecuencias inhumanas. La unión de todos estos elementos disímiles es un acontecimiento logrado a fuerza de voluntades políticas, y aunque ha superado algunos momentos difíciles todavía es tan frágil como el cristal.
El desastre financiero de Wall Street, contra numerosas predicciones, no ofreció la oportunidad de producir cambios significativos en el comercio y las relaciones Norte-Sur, ni en las de Sur-Sur, propósitos que han colmado más de media biblioteca de las últimas décadas, sin contar los numerosos precedentes históricos en la búsqueda de la independencia regional. Pese al deseo de progresar, todavía los cultivadores siguen orando por las lluvias o el sol como lo hacían los pueblos originarios, prehispánicos, sin que las mentadas obras de infraestructura hayan modernizado el movimiento de las aguas a favor de la agricultura y la ganadería sin recursos propios.
Es tan mísera la vida campesina que sus jóvenes generaciones huyen hacia las ciudades en busca de nuevas oportunidades, formando los cinturones que extienden el espacio empobrecido de las mayores urbes. Nadie hace nada, salvo protestar, para detener las migraciones internas, pero todos quieren creer que la presencia de esas masas paupérrimas son una fábrica de delincuentes y delitos. ¿Qué esperaban: la disciplina del profeta para el ayuno? Nada de esto fue novedad esta semana y algunos asuntos ya cumplieron la mayoría de edad, pero la sociedad todavía no encontró fuerzas propias ni liderazgo para emprender las aventuras del cambio. Por lo tanto, no por reiterados estos temas pierden actualidad y sería grato que los políticos invirtieran un poco de su tiempo en pensar en serio en las soluciones para que todas las familias argentinas tengan comida sobre sus mesas hogareñas.
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