Domingo, 15 de noviembre de 2009 | Hoy
EL PAíS › HISTORIA DE UN SECUESTRO, UN ASESINATO Y UNA BUSQUEDA
Por Marta Dillon
Federico acuna a su hermano en brazos. Acuna lo que dejaron de su hermano 33 años de ausencia, la misma cantidad de impunidad, dos disparos de marca indeleble y el temor del asesino en el negro carbón de los huesos. Todo eso pesa 800 gramos. Menos que un niño recién nacido, menos que el pan que se compra por día. Federico Wenner tiene 64 años, casi dos metros, unas manos grandes como su pena y una ligera curva en la espalda. El mismo, dice, pesa 80 kilos. El, hermano menor de Tilo Wenner; ese nombre que se anota en la urna y que intenta reparar en ese acto la brutalidad de haber ocultado los cuerpos de los masacrados, de haberlos dejado a la intemperie del amor de los suyos y de sus homenajes aunque no de la memoria; él pesa ahora cien veces más que eso que queda de su hermano. Y sin embargo, estos pocos huesos son un hombre. Estos pocos huesos son también la historia de un hombre, pueden decir con su ínfimo peso, con su humana presencia que ese hombre, poeta, narrador, periodista, imprentero, agricultor en su infancia, autodidacta siempre, ascensorista en la juventud, espíritu libertario todavía ahora; ese hombre fue muerto antes de que se cumplieran diez días de iniciada la dictadura militar argentina más sangrienta de la historia. Que su cuerpo fue arrojado a 300 metros del río Luján, sobre un camino isleño junto al de su amigo Gastón Roberto José Goncalvez, que los dos, junto a otro compañero y otra compañera que aun esperan recuperar su nombre, fueron cubiertos con neumáticos y carbonizados. Encontrados más tarde por bomberos, enterrados después sin nombre en una fosa, anotados con un número por la burocracia del cementerio de Escobar. Tapados con tierra pero no con olvido.
Veinte años después del entierro anónimo, las manos expertas del Equipo Argentino de Antropología Forense recuperaron esos cuatro cuerpos y le devolvieron la identidad a uno de ellos: Gastón José Goncalvez, padre de Gastón y de Manuel, que hasta ese mismo año había vivido sin saber que sus padres habían sido asesinados y desaparecidos por la dictadura. Cuando Gastón padre fue identificado, merced a un clavo quirúrgico en la pierna, Manuel todavía se llamaba Claudio Novoa pero la historia empezaba a desplegarse frente a sus ojos.
En aquel momento le tocó a Gastón hijo acunar la urna con los restos de padre, llevarla marchando unas cuadras bajo la bandera de la agrupación Hijos hasta su destino en el cementerio de Flores.
Federico Wenner no supo de aquella ceremonia. No supo tampoco que la reconstrucción de la historia señalaba que uno de esos cuerpos podía ser el de su hermano, el que había sido su contención y su ejemplo. Ese tipo “especial, libertario, honesto, intelectual, el único entre los once hermanos que fuimos”. Que a Tilo Wenner le faltara completo el brazo izquierdo desde los once años no era un dato suficiente; el fuego había hecho estragos en esos cuerpos aunque, curiosamente, habían sobrevivido los mocasines de Gastón Goncalvez, un detalle que a su hijo mayor le había devuelto la humanidad que los huesos por sí solos no llegaban a otorgarle.
Federico Wenner, entonces, padecía una profunda depresión que lo había alejado de sus afectos y hasta de la vida. No podía entender, como no puede entender todavía, que él haya sobrevivido y no su hermano Tilo, secuestrado la misma madrugada del 24 de marzo por un grupo de policías al mando de Luis Abelardo Patti, a quien los dos hermanos conocían de sobra, como conocía y temía cualquiera en el pueblo de Escobar. “A Tilo lo fueron a buscar un día antes del golpe, pero él, a pesar de que le faltaba el brazo, había logrado escaparse por el fondo de la imprenta donde hacíamos el periódico El Actual. Pero después volvió, pecó de ingenuo y hasta se presentó en la comisaría junto con mi cuñada para ver cuál era el cargo en su contra. Le dijeron que contra él no había nada, que se fuera tranquilo.” Tilo, fiel a su espíritu, imprimió la edición semanal de El Actual con la denuncia del allanamiento a la imprenta en la tapa y Federico lo distribuyó, como siempre, entre los 500 suscriptores de la zona. Fue la última edición. Horas después, el 26 de marzo, la patota volvió y se llevó al periodista, al autor de 13 libros de poesía hoy prácticamente inhallables aunque en algunas librerías especializadas los originales se venden como piezas preciosas a costos que el autor nunca habría imaginado: 3 mil dólares por un poemario.
“No habían pasado 20 minutos cuando mi cuñada, Eliana Naón, fue a buscarlo a la comisaría, que quedaba a 30 metros de la imprenta. Le dijeron que ya no estaba ahí, que lo había llevado Coordinación Federal. Años después supimos que a los detenidos los subían a un colectivo que estaba atrás del patio de la comisaría, sobre un baldío. Ese resultó el campo de concentración.” Un centro de exterminio que ya tenía en su ADN la noción de traslado que tenía la dictadura: la muerte.
Ni Federico ni su cuñada dudaron nunca de que Patti estaba involucrado. Desde 1975 venía acosando a Tilo cada vez que una publicación polémica se distribuía por Escobar con su firma, en la tapa de El Actual. Ese periódico que se fundó en 1964 había resistido incluso los embates del Onganiato: en 1968 otra patota que se identificó como perteneciente a Coordinación Federal allanó y destruyó lo que pudo dentro de la imprenta de los Wenner, “nos dijeron que tenían denuncias de que nuestro periódico tenía ideas comunistas. Pero Tilo no era comunista, ni siquiera peronista. Sin embargo a la imprenta iban los muchachos de la JP y de otros partidos porque hablar con él era un placer. Tenía ideas marxistas, pero si yo tuviera que describirlo diría que era anarquista, no se cuadraba ante nada, su línea era la honestidad. Por eso se había involucrado desde el periódico con la huelga de trabajadores de la Ford en 1975, que también valió un allanamiento y hasta denunció al intendente que asumió en Escobar al mismo tiempo que Héctor Cámpora, por coimero.
Cuatro meses pasó Federico fuera de Escobar después de la desaparición de Tilo. Es que la imprenta se había convertido en un galpón lúgubre y sin sentido. Tampoco se sabía nada de quien Federico conocía como José, Gastón Goncalvez, desaparecido desde la misma mañana del golpe militar. “¿Viste la sensación que da comer tu postre favorito? Eso era lo que me producía cada vez que venían José y su mujer, Mariana (Ana María Granada, mamá de Manuel Goncalvez). Ellos eran como el sol.” A pesar de todo, finalmente Federico volvió a Escobar y fue entonces cuando se enfrentó cara a cara con Luis Abelardo Patti: “Me siguió con un Peugeot 504, se bajó con la 45 en la mano y me quiso hacer subir. Me resistí y le pegué de arrebato, el arma quedó en el piso, se armó un revuelo en la calle porque era pleno día”. La libertad de Federico, de todos modos, duró horas. Era febrero de 1977. Estuvo desaparecido dentro de la comisaría de Escobar durante diez días, los mismos diez días que duró la tortura que Patti presenció sistemáticamente. Después lo revisó un médico, le tomaron las huellas digitales y pasó a disposición del PEN. Cuatro meses después, lo liberaron. Pero haber sobrevivido, para él, fue otro modo de la muerte.
Federico Wenner, el último de los once hijos de un matrimonio de agricultores analfabetos, hijos de inmigrantes alemanes que a pesar de ser segunda generación apenas hablaban castellano, pasó más de dos décadas envuelto en una nube de alcohol y pena. Fue su corazón el que dijo basta: el pecho, literalmente, se le abrió en dos. Después de la operación cardíaca fue cuando pudo volver a asomarse a lo que más le dolía: la desaparición de su hermano. Fue un acercamiento gradual. Acompañado de una amiga que hoy es su esposa, Raquel Pik, Federico empezó a montar las piezas de su memoria. Primero se encontró con el rostro de quién él conocía como José en el Parque de la Memoria. Después, ya en 2007, se contactó con sus hijos, Gastón y Manuel, que ya se habían convertido en querellantes en el juicio que hoy mantiene detenido al ex comisario Luis Abelardo Patti. Más tarde llegó el momento de denunciar su propia desaparición en el Tribunal de San Martín y convertirse en actor en busca de justicia. Y también de dejar su muestra de sangre en el Equipo Argentino de Antropología Forense esperando que los restos de su hermano por fin se reúnan con su nombre.
La identificación de los restos de Tilo Wenner se concretó este año gracias al proyecto Iniciativa Latinoamericana para la Identificación de Desaparecidos. El esqueleto incompleto E 2, de la sepultura 4190, ahora tiene nombre y apellido y una placa en el cementerio de Chacarita que lo recuerda como quien fue: un poeta vanguardista, víctima de la dictadura, periodista y tipógrafo, autor de trece libros casi inhallables, aunque sus letras sobreviven en algunos sitios de Internet donde pueden leerse frases como ésta: Ahora mi amor es yo mismo volcado desde adentro. /No pudriré a nadie y no me dejaré pudrir. /Cortaré la manzana olorosa y la expondré a los cuatro puntos cardinales. /Mi libertad y ninguna otra cosa.
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