EL PAíS › REPUDIO AL DISCURSO DE DUHALDE Y A LA CORTE
Cacerolazo con dos destinatarios
Ni el mensaje presidencial ni el fallo contra el corralito evitaron el cacerolazo previsto para anoche. Hubo menos gente que el viernes anterior y por primera vez algunos partidos de izquierda llevaron banderas. La policía fue discreta.
Por Laura Vales y Sergio Kiernan
El cacerolazo de este viernes tuvo doble tema: responder a la “amenaza” del presidente Eduardo Duhalde y mostrar que el repudio a la Corte Suprema sigue intacto pese a su fallo del mismo día. Aunque en menor número que hace una semana, por todos los barrios los porteños salieron a golpear su insatisfacción y en Plaza de Mayo convergieron las asambleas barriales, vecinos, familias y, por primera vez abiertamente y con sus banderas al viento, grupos sindicales y algunos partidos de izquierda.
La caceroleada de anoche estaba anunciada desde el domingo pasado, cuando los principales grupos de autoconvocados la votaron en la reunión interbarrial de Parque Centenario. El fallo de la Corte declarando inconstitucional al corralito y el posterior discurso presidencial funcionaron como estímulos no previstos para la protesta. Lejos de aquietar los ánimos, las opiniones fueron de condena a los jueces.
“La Corte hubiera hablado antes; esto que hacen no sirve, quieren maniobrar para quedar bien con la sociedad pero nadie les cree,” resumió Marta Blasco, caceroleando en la esquina de La Rioja y San Juan. En Plaza de Mayo, un matrimonio con su hijita de tres años definió la decisión de los jueces como “una desfachatez: ven que se le viene la noche y quieren mejorar su imagen. No se les puede creer.” Rosa, vecina de San Cristóbal, consideró que “la presión de la gente hace que la Corte tome medidas como las de hoy, que se terminan convirtiendo en disputas dentro del poder porque cada cual actúa al sentirse acorralado.” Los vecinos de San Telmo, encolumnados detrás de un inmenso cartel y con una bandera de varios metros de largo, analizaron el fallo de los jueces como “puro oportunismo político. Es una operación menemista, no una opinión sincera”. En Congreso, Néstor Escudero opinó que en el máximo tribunal “cada cual está cuidando su silla”.
Al discurso de Duhalde no le fue mucho mejor en cuanto a reacciones. La mayoría de los que opinaron admitieron con sinceridad que “no lo entendimos”, o que esperaban un anuncio que nunca llegó, fracaso comunicacional o muestra del desconcierto presidencial. “Si quiso decir algo, yo no lo entendí,” dijo Roberto Spellanzón, resumiendo la opinión general mientras agitaba su bandera argentina. Otros, sin embargo, parecían haber entendido demasiado bien las intenciones del presidente. “Fue una amenaza, un apriete para que nos portemos bien,” dijeron, bastante airados, varios de los vecinos de las columnas de San Telmo y La Boca, interpretando los párrafos del discurso que hablaban de que un país no tolera “el caos”. Como para que el presidente reciba el mensaje, el cacerolazo prácticamente empezó en su puerta: los vecinos de Olivos salieron a batir ollas apenas terminó su discurso.
De hecho, el mensaje presidencial demoró en muchos barrios y ciudades del interior el inicio de la protesta, previsto para las ocho. Los vecinos prefirieron ver qué tenía para decir Duhalde y después actuar. En muchos casos, las asambleas escucharon la transmisión y después se movilizaron. Como en Santiago del Estero, Santa Rosa, Río Gallegos, San Juan y otras capitales del interior, Buenos Aires tuvo varias calles cortadas anoche. Los vecinos salieron en Corrientes y Juan B. Justo, Canning y Corrientes, José María Moreno y Rivadavia, Belgrano y Loria, Independencia y Defensa, la Rioja y San Juan, Irigoyen y Cochabamba, entre muchas otras esquinas, mientras que en algunos barrios, como Coghlan, se armaban columnas que recorrían las calles locales.
Para muchos vecinos, sin embargo, ni la Corte ni el mensaje presidencial fueron las razones verdaderas para movilizarse. “Yo no estoy acá por el corralito, lo peor es la falta de trabajo y la gente que está quedando excluida,” explicó una señora que golpeaba una sartén en Congreso. “Esto lleva 26 años, no dos meses”, definieron los vecinos de San Telmo. “A mí me importa que devuelvan la plata, pero no la del corralito sino la que se robaron durante los últimos veinte años,” explicó Susana Villaverde. Y un chiquito de apenas cinco años, que parpadeaba asombrado por tantas fotos,mostraba un portafolios escolar que explicaba su posición (o la de sus padres): “Fuera políticos de siempre, todos ladrones”, decía la cartera, en letras autoadhesivas.
Plaza de Mayo fue, como es costumbre, el escenario principal. Esta vez con variantes respecto a cacerolazos anteriores. Por ejemplo, abundaban los puestos de panchos, los vendedores de gaseosas –que llevaron hasta las bandejas que usan en la cancha– y hasta un muchacho flaquito con una pequeña bandeja redonda que vendía unas empanadas caseras de buen ver.
Otra diferencia, que marcan que este cacerolazo estaba anunciado, fueron ciertos detalles de producción. Del Cabildo colgaban dos grandes cartelones negros, muy bien pintados, firmados por el grupo Arte Plop. “El país no es chiche, no juegue”, decía uno. “Para que el país sea una gran matanza, Duhalde presidente”, decía el otro. “No somos nada, queremos serlo todo”, decía un cartel negro, con una imagen de una gran ballena comiendo pescaditos que sostenían dos muchachos. Un señor se paseaba por la plaza con una bandera argentina que en lugar de un sol llevaba una banana. Sobre la reja que rodea la pirámide colgaba un gran cartel que leía “cacerola presidente (gran anhelo nacional)”. Sobre la otra reja, la que separaba a los pocos efectivos visibles de la guardia de infantería de los manifestantes, alguien colgó un pequeño y casero cartel que advertía: “¡No arroje pizza! Animales peligrosos”.
Junto a una palmera, insólitamente, una pareja de negro se congelaba en una más que sensual posición de tango. Ella, con la pollera tajeadísima, miraba a un fotógrafo de colita, que disparaba una y otra vez. Tuvieron que explicar: “Somos de la revista El Tangauta y en cada edición tocamos un tema de actualidad. El de este mes es `tango y crisis` y por eso vinimos a hacer la foto acá.”
El cambio que no les cayó tan bien a los caceroleros “puros” fue la abundancia de carteles sindicales y políticos. Lado a lado con los pasacalles y pancartas de los grupos barriales –de Lanús, Sourdeaux, San Miguel, Caminito, San Telmo y barrio Las Tunas– se alzaban los de grupos como el Bloque Piquetero Nacional, la lista verde de Suteba, varias listas de trabajadores y contratistas telefónicos, los Estatales en Asamblea, los trabajadores del hospital Garrahan, la Federación Asambleística de Trabajadores y Desocupados, y hasta uno, de pálido color morado, de un pequeño grupo que se presentaba como “Feministas”. Tanto cartel profesionalmente pintado tapaba los caserísimos de los vecinos.
Pero lo que provocó más rechazo fue la presencia abierta de partidos en la plaza. Convergencia Socialista, un pequeño grupo casi perfectamente desconocido para la mayoría de los caceroleros, fue de los primeros en llegar, con banderas, carteles y un altavoz. Pronto llegó un grupo muy pequeño pero pertrechado grupo de Izquierda Unida/MST: cada uno llevaba una larga pértiga con una bandera, mientras otros portaban un gran cartelón. Más discretos, dos muy jóvenes militantes del MAS repartían volantes, sin distintivos ni banderas. “No queremos aparatear,” explicó uno.
Al cierre de esta edición, a la una de la mañana, no se habían registrado incidentes.