Martes, 29 de junio de 2010 | Hoy
EL PAíS › LA CASA DE LA MEMORIA Y LA VIDA, EN MORóN, CELEBRA SUS PRIMEROS DIEZ AñOS
En el lugar donde durante la dictadura funcionó el centro clandestino Mansión Seré, desde 2000 funciona un espacio dedicado a ejercitar la memoria colectiva. Este jueves comienzan las celebraciones por el aniversario.
En 1978, luego de la fuga de cuatro secuestrados y en el marco de la impunidad planificada, la Fuerza Aérea Argentina incendió y dinamitó el edificio de Castelar donde funcionó el centro clandestino Mansión Seré. Ya en democracia, un intendente radical alquiló el predio como campo de deportes y otro peronista construyó una casona para reunirse con amigos. Fue Martín Sabbatella quien desde la intendencia resignificó el espacio: el 1º de julio de 2000, cuando aún reinaba la impunidad para los responsables del terrorismo de Estado, el entonces intendente de Morón inauguró la Casa de la Memoria y la Vida, actual sede de la Dirección de Derechos Humanos del municipio y primer espacio latinoamericano dedicado a ejercitar la memoria colectiva ubicado en un ex centro de detención de una dictadura militar. Este jueves celebrará sus primeros diez años de vida con espectáculos artísticos, charlas abiertas y otras actividades (ver aparte).
La Mansión Seré fue desde comienzos del siglo XX el casco de un terreno de sesenta hectáreas construido por los herederos del inmigrante francés Juan Seré, que hizo fortuna en la actividad ganadera. El municipio porteño compró la casa en 1949 y hasta los años ’70 fue utilizada por el Instituto de Previsión Social y como casino de oficiales de la Séptima Brigada Aérea de Morón. A mediados de 1977 la Fuerza Aérea, responsable de la represión ilegal en la subzona 16, en el oeste del Gran Buenos Aires, instaló en la mansión un centro de torturas por el que pasaron centenares de personas.
En el segundo aniversario del golpe de Estado, el 24 de marzo de 1978, por la noche, cuatro secuestrados con esposas lograron atar varias frazadas y fugarse desde una ventana del primer piso. Bajo una lluvia torrencial, burlaron los controles y corrieron desnudos hacia la libertad. Pocos días después, la Fuerza Aérea trasladó al resto de los secuestrados a otros centros de detención e incendió la mansión para borrar los rastros del Estado terrorista. La decisión rindió frutos durante el gobierno del intendente radical Norberto García Silva, que terminó de demoler la mansión para instalar un complejo deportivo, y del peronista Juan Carlos Rousselot, que ignoró al Concejo Deliberante y construyó un chalet de lujo para reuniones privadas.
“Estamos convencidos de que el futuro habita en la memoria y que esta casa es el lugar en el que el pueblo y el gobierno de Morón dan cuenta de su enorme compromiso con la verdad y la justicia”, explicó Sabbatella el 1º de julio de 2000. “Donde ellos torturaron, acallaron y mataron, hoy hay niños, mujeres y varones, familias, trabajadores, estudiantes, deportistas, centenares de personas disfrutando, creando y compartiendo distintas vivencias”, agregó el entonces intendente, que había asumido seis meses antes. La decisión implicaba promover la memoria colectiva y generar un espacio de participación donde la dictadura había instalado el terror, el olvido y el aniquilamiento de los lazos sociales.
La lucha por la memoria incluyó desde el comienzo la recuperación del patrimonio. Los trabajos de los antropólogos a partir de 2002 permitieron recuperar objetos y descubrir los cimientos del perímetro y las divisiones internas de la casa, que los sobrevivientes sólo habían podido recorrer encapuchados y destrozados por los tormentos. Cuatro años después, el municipio techó el espacio del predio donde funcionó el centro clandestino y meses atrás se aprobó la construcción de un cerramiento vidriado y pasarelas internas para facilitar el recorrido de los visitantes.
El ex chalet de Rousselot, en tanto, fue durante la última década epicentro de eventos culturales, de debates y jornadas comunitarias, de exposiciones de pinturas, fotos y esculturas, de presentaciones de libros, obras de teatro, películas y recitales, siempre con un trasfondo común: el compromiso con la verdad, la memoria y la justicia. Además de la biblioteca, la hemeroteca y archivos en distintos soportes funciona también en la Casa un servicio de asesoramiento legal gratuito para violaciones a los derechos humanos y un programa de salud mental para tratar las secuelas de los crímenes de lesa humanidad. El predio de once hectáreas, abierto todos los días y con entrada gratuita, cuenta además con instalaciones deportivas, gimnasio, dos piletas y un amplio sector de merenderos.
“Donde se quiso silenciar y callar, entramos y salimos tranquilos, abrimos las puertas, nos reunimos, disfrutamos”, contó el último 24 de marzo el intendente Lucas Ghi, que reemplazó a Sabbatella cuando fue electo diputado por Nuevo Encuentro. El predio y la Casa “simbolizan la memoria, la verdad y la justicia” y “nunca más este ámbito será la sede del horror ni el banquete de los impunes”.
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