Sábado, 9 de octubre de 2010 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Enrique Vázquez *
En enero de 1999, durante los festejos por el 40º aniversario de la Revolución, conocí en La Habana a un personaje singular. Se llamaba Gonzalo Carnet, aunque no tengo certeza de si ése era su apellido o un apodo. Me fue presentado por la familia cubana que me dio alojamiento: “Hoy conocerás a un amigo nuestro y gran revolucionario que trabajó con el Che. Por favor, no le digas que nos das unos dólares por el alojamiento y no le regales nada de las tiendas para turistas que venden en dólares. Se ofendería. Es muy recto y no acepta nada que tenga que ver con los yanquis”.
Logré que, finalmente, aceptara compartir unas copas de ron añejo y ésta es la historia que me contó.
Conoció al Che en los primeros tiempos de la Revolución. Gonzalo era un jovencito entusiasta y el Comandante lo tuvo como su asistente personal durante los duros días de La Cabaña, cuando se realizaron los juicios y ejecuciones de los partidarios de Batista sindicados como asesinos y torturadores.
Cuando al poco tiempo el Che pasó a desempeñarse como ministro de Industria, Gonzalo fue comisionado para dirigir y administrar un ingenio azucarero, lejos de La Habana. Sus méritos para tal responsabilidad eran la lealtad, el entusiasmo revolucionario y unos pocos conocimientos de contabilidad. Pero en Cuba escaseaban los técnicos y el personal capacitado para dirigir los sectores estratégicos de la economía, la mayoría de ellos exiliados en Miami. Muchos jóvenes como Gonzalo fueron convocados para tareas que les quedaban grandes. El inexperto asistente del Che aceptó el desafío.
Luego de algunos meses de trabajar administrando el ingenio, Gonzalo fue informado de que el ministro Guevara llegaría de visita. Era su oportunidad para lucirse.
Cuando el Che bajó de su jeep, Gonzalo le dijo: “Comandante, debe estar muy cansado y con hambre. Hemos preparado un almuerzo para usted y para la compañera Aleida”. El Che respondió: “Deja eso para después. Ahora llévame a donde van a almorzar los trabajadores”.
En ese momento, Gonzalo se dio cuenta de que algo malo iba a suceder.
El Che compartió el almuerzo con los trabajadores, se mostró de excelente humor, conversó animadamente y se interesó por la marcha de la producción de azúcar. Luego dijo: “Vamos a ver ese almuerzo que me tenías preparado”. “Hermano, te aseguro que ahí comencé a sudar”, recordaba Carnet.
“¿Por qué iba yo a comer este almuerzo, diferente al de los demás compañeros? ¿En qué lugar dejaste asentada la partida de gastos para hacer esta comida?” Gonzalo enmudeció. “Quedas destituido de tu cargo. Te irás a vivir y a trabajar al campo, lejos, en el Oriente. Y te quedarás allí hasta que me vuelva a recordar de que existes.”
El destituido joven administrador del ingenio vivió largos meses con un par de familias de campesinos, arando la tierra con bueyes. Hizo una pausa en su relato y agregó: “En esos días me hice guevarista”.
Años más tarde, Carnet llegó a ocupar un cargo importante en el Ministerio de Cultura. Cuando lo conocí, sus acciones estaban en baja. Llevaba una vida sencilla y alejada de la burocracia del Estado.
Supe que, pocos años después, Carnet falleció. Habíamos llegado a intercambiar algunos correos electrónicos. En ellos me contaba que su vida estaba consagrada a defender la Revolución Cubana por Internet. “Les he declarado la guerra cibernética a los gusanos de Miami. Sigo siendo un guevarista.”
* Historiador y docente.
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