Lunes, 1 de noviembre de 2010 | Hoy
Por Javier Ozollo *
La muerte de un patriota como Néstor Kirchner pone en evidencia las grandezas y las mezquindades de la intelectualidad argentina. No deja de sorprendernos la manía de muchos en intentar comparar a Néstor y Perón. Esas confrontaciones parten de un hecho significativo, la muerte de ambos líderes, y así se coteja la coyuntura actual con el momento del deceso del General, en 1974.
Con la mala leche de los miopes y de los que miran la historia argentina desde los ojos de los poderosos, se dice que así como Perón dejó a Isabel y a López Rega, Kirchner dejaría a Cristina y a Aníbal. Tal comparación lleva inmediatamente a que los buenos intelectuales, aquellos que tienen profundidad para ver el momento histórico, respondan que Kirchner no es aquel Perón y que la circunstancia de la política argentina de los ’70 es incomparablemente distinta de la actual. Más allá de esta verdad irrefutable, también es cierto que Perón ejercía en aquel momento la presidencia y de que su mujer era la vicepresidenta. Cuestión ésta, también, significativamente distinta de la actual, donde la que posee la primera magistratura es la mujer de Néstor y su vicepresidente un apóstata que avergüenza a los mendocinos como quien escribe.
Para ser un poco más fiel en las comparaciones, dejarnos llevar por esa manía y a fuerza de no ser absolutamente justos con la historia argentina, se debería decir que Cristina es Perón.
Pero el Perón del año ’52 que pierde a su compañera de militancia, a su compinche de patriotismo, a su ladera en la causa nacional y popular: Eva Perón. En este sentido Cristina es Perón y Néstor su ladero incondicional.
Vistas las cosas así y pensando insensatamente en una circularidad histórica improbable y alejada de todo materialismo, se podría pensar que de la misma manera que el peronismo histórico emergió de la primera Década Infame, el kirchnerismo lo hace desde la segunda (los ’90), que si aquél se lanzó decididamente a las reivindicaciones de los que menos tienen, el kirchnerismo lo hace en la misma medida, que si el Estado fue el impulsor del desarrollo, lo mismo pasa ahora, etc., etc., y que, por lo tanto, el movimiento nacional está condenado a repetir el ’55. Ello es imposible desde muchos puntos de vista. Las razones más obvias son las sociológicas; la sociedad argentina es muy distinta de la de los ’50, su respeto democrático ha crecido, como su apoyo a los derechos humanos, está mucho más insertada en el concierto de las naciones hermanas, etc.
Pero una cuestión es, también, esencial: Cristina es más que Perón. Y es más que Perón, justamente, porque existió Perón. Es decir, Cristina es la depositaria de una tradición política que arranca, como punto iniciático, el 17 de octubre de 1945. Porque Perón aró en un desierto político y fruto de ello fue la experiencia acumulada en sus militantes, de la cual Cristina, y también Néstor, son, seguro, y sin miedo a equivocarnos, el mejor de sus frutos.
Solamente nuestro siempre latente machismo nos liga a comparar a Perón con Néstor y no con Cristina, pero ha llegado la hora de las mujeres. Hoy más que nunca aquella tradición política está viva y de pie en el alma y el corazón de Cristina y del pueblo que la sostiene.
* Doctor en Ciencias Sociales; docente de la Universidad Nacional de Cuyo.
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