Lunes, 21 de marzo de 2011 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Eduardo Aliverti
Vaya momento casi ideal para confundirse. El adjetivo no alcanza, en realidad. Además de eso es apasionante, provocador, para la gente con inquietudes políticas e intelectuales básicas.
En principio tienta decir que la tormenta se generó tras lo ocurrido en una electoralmente ínfima provincia norteña. Puede ser cierto, como también podría serlo que si no era Catamarca hubiera sido y lo será –más temprano que tarde, porque las elecciones presidenciales están a la vuelta de la esquina– cualquier otro factor. Real o inventado. Ganó una K más bien de última hora en el 0,9 por ciento de padrón electoral del país. Pocos le prestaban importancia, como suena menester, tanto a ella como a Catamarca. Pero pasó que radicales y alrededores, que iban a la fiesta para primerear paisaje optimista, terminaron en un velorio. Y los kirchneristas, que daban por descontada una derrota insignificante, terminaron de festejo prospectivo. Pasó lo que siempre pasa cuando hay alteraciones de la lógica en temporada electoral decisiva: lo accesorio logra transformarse en principal, al menor atisbo de variación. La jefatura opositora, siempre bajo titularidad de Clarín, se aprovechó de una animalada de la candidata triunfante para tirar un par de días. Como eso sólo no podía aguantar mucho, justamente, a mediados de semana operaron que la CGT quería imponerle el vice a Cristina. Hasta le pusieron nombre. Y de inmediato cayó la noticia de la Justicia helvética atrás de Moyano, lo que son las casualidades, al margen de las tortugas que puedan haberse escapado de Cancillería.
Para empezar o seguir por lo indefendible, o intragable, de un lado y de otro. La estructuración del armado de poder kirchnerista incluye al PJ y dentro de ello a Moyano; que no es un orgásmico anillo al dedo para la táctica o estrategia de Cristina, pero tampoco la frigidez. Si ella va realmente por otro período presidencial, ya los tiempos electorales no le dan para andar careciendo de Giojas, Sorias, etcéteras de ese tipo... y Moyanos. El gobernador bonaerense, claro. Pero véase el bando contrario, donde ya jugaron todo a que Scioli patee el tablero, perdido Reutemann como Menem blanco. Jugaron a Cobos, a la Mesa de Enlace, a los fracasados inevitables que Magnetto invitó a cenar para que se pusieran de acuerdo. No pueden. No saben. Fundamentalmente, no quieren. Ahí es cuando entra lo que disparó la elección en Catamarca, con enseñanzas muy significativas en torno del panorama electoral general. Signos que ya están al margen del resultado de ayer en Chubut, porque lo que cuenta es la pedagógica tal vez sin retorno de ese domingo. A izquierda y derecha, se coincidió en que el corolario catamarqueño fue producto de un combo con componentes variados o muy precisos. Sólo varió el orden en que fueron puestos. El kirchnerismo, obvio, privilegió como determinante el arrastre de la figura presidencial y su visita a la provincia en los días previos. Y para la oposición nacional en su conjunto se trató de aspectos locales: el desgaste del gobernador-candidato radical; el exabrupto de última hora al afirmar que se quedaría otros 20 años, “le guste a quien le guste”; haberse dormido en las encuestas favorables, que apenas dos semanas atrás lo daban favorito por entre diez y veinte puntos. En lo mediático eso duró muy poco porque la gobernadora electa no tuvo mejor idea que reivindicar a Ramón Saadi, nada menos que respecto del asesinato de María Soledad Morales. Todos tienen su cuota de razón, porque por algo es un combo. Sin embargo, la pregunta clave es qué habría pasado si el humor nacional generalizado no fuera favorable a Cristina y al rumbo que estipula. Los K pueden haber perdido de vista que, por más decisiva que sea la Presidenta, influyeron los elementos aldeanos. Pero las figuritas nacionales de la oposición extraviaron que ninguna de las cuestiones distritales es suficiente para interpretar su derrota, porque el asunto es que Cristina tracciona desde un clima positivo para su gobierno. O mejor es decir: sí se percataron pero, impedidos de asumirlo en público, sólo les quedó el ardid de prenderse a monturas tales como el desatino de la gobernadora electa de Catamarca en defensa de su primo; o después, en torno de que a Moyano estarían investigándolo en Suiza junto con su error patético, inexcusable, de convocar a un paro contra una causa judicial que lo afectaría. Una medida de fuerza que no le habría jodido la vida política más que a sí mismo, inclusive, pero sobre todo al Gobierno que dice defender. ¿Hasta dónde lo defiende? Hasta el límite de que no vengan a pedirle pruebas terminantes de fidelidad. Soy Moyano, fui combativo contra el menemato, desde la CGT le contengo el conflicto social a Cristina y antes a Néstor, pongámosle que quiero y queremos algunos lugares expectantes en las listas electorales y hago mis negocios personales, está bien: ahora dame vos tu prueba de amor y operá sobre fiscales, jueces y Cancillería. Eso es políticamente egoísta. Carece de altruismo. La encierra a Cristina, no a Magnetto. Comunicó haberse dado cuenta, al dejar el paro “en suspenso”, que quiere decir soy fuerte, pero no hercúleo. En el mejor de los casos, qué novedad, Moyano tiene serios límites ideológicos. En el peor, digamos que compatible con el previo, se animó a extorsionar a la Presidenta. Después, ¿por qué centrarse –por qué se centran ellos– en la figura de Moyano? ¿Por el impresentable paro que ya no será mañana? Desde ya que no. Es que Moyano representa (coyunturalmente) la parte de la batalla cultural-política que es susceptible de que ellos puedan ganar en algo, siendo que la parte mayor está ganándola el imaginario y realidad que escenifica Cristina ¿al cabo? del mamarracho de los Cobos, las Carrió, los Biolcati, los Macri-Duhalde y sucedáneos. Lilita, para ejemplificar al paso, aprovechó Japón para decir que “Dios nos está diciendo (...) que vivamos en la verdad, en la decencia, en la justicia, que no usemos la tecnología ni aunque sea de manera pacífica”. Bueno. La pobre se volvió loca de atar –hace rato, si es por eso– pero, como se quiera, es leal a su propia locura. Los otros están lejos de estar locos, aunque, políticamente, es dable discutir si no se acercan a estarlo vista la lectura que hacen del momento político. El inmovilismo frente a su propia impotencia. Aquello de que son clase dominante, pero no dirigente. Los otros, es decir, titulan en tapa que para los Estados Unidos la inflación argentina es “dramática”, subyugados todavía por el extinto influjo de un cipayismo que ya pierde más votos que en el ‘46. Los otros se quedan cinco metros en orsay, minimizando el valor del proyecto parlamentario consensuado, entre todos, para ampliar los derechos laborales de las empleadas domésticas. Los otros se apuran a darle una página impar de cartel francés, número cinco, a que “un cura, un ruralista radical y un PJ se unen contra Insfrán”, a propósito de las decisivas elecciones formoseñas de octubre... Los otros corren a pedirle a la Presidenta que lo pare al camionero para defender las instituciones. Los otros que defienden las instituciones son los que ya les echaron encima toda la mierda habida y por haber.
Unicamente a un tarado, permítase la expresión algo abrupta, se le pasaría por la cabeza poner las manos en el fuego por la inocencia pecuniaria, judicial y política de Hugo Moyano. Pero únicamente a un tarado de proporciones ecuménicas se le ocurriría marginar a esa constatación de que este birlibirloque se da justito después del resultado en Catamarca. Y sobre todo, luego que Marcela y Felipe son mandados por la Justicia, otra vez, a hacerse las pruebas de ADN.
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