Lunes, 21 de marzo de 2011 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Modesto Emilio Guerrero *
La decisión del Consejo de Seguridad de la ONU tiene por lo menos tres objetivos distintos íntimamente relacionados por la misma necesidad.
El más inmediato es impedir la derrota del Consejo Nacional opositor a Khadafi asentado en la ciudad de Benghazi. Este objetivo le sirve para el segundo, el de blindar la invasión de Arabia Saudita a Bahrein. Converge con la represión impuesta en ese emirato, en Túnez y en Yemen para desarticular la dinámica regional de las rebeliones árabes. El tercer objetivo es el control del Estado libio para asegurar sus yacimientos. Una gigantesca reserva de 46 mil millones de barriles de crudo liviano.
El petróleo libio –y su Estado, sin el cual no hay petróleo– debe ser visto como una necesidad de la geopolítica imperial del presente. No hay imperios sin materias primas. EE.UU., Japón, Canadá, Alemania, Francia, Italia, España, también China concentran esa necesidad. No por casualidad las multinacionales dominantes en la Libia de Khadafi quieren continuar después de él.
Hay una exacta continuidad de la era civilizatoria construida con los derivados de este crudo y la era abierta en este siglo. Pocas cosas que se muevan en este mundo desde comienzos del siglo XX pueden prescindir del petróleo como insumo básico. Lo que ha podido ser un avance para la humanidad terminó convertido en “excremento del diablo” en manos del capital. Esta definición pertenece a Juan Pablo Pérez Alfonzo, el ministro venezolano que ideó la OPEP en 1960. Cuando le preguntaron en una entrevista por qué una frase tan macabra para un recurso tan “útil”, le recordó al periodista que “en nombre del ‘oro negro’ creció la estadística de las guerras, que antes se hacían por otras cosas”. Tenía razón. (El Desastre, J. P. Pérez Alfonzo y Domingo Alberto Rangel, Ediciones Vadell, 84, Caracas, 1976.)
Estaríamos en presencia de la guerra número 37 por el control del petróleo en forma directa, desde la de 1914. Esta sería la primera según autores especializados, porque terminó en el pacto secreto entre Francia e Inglaterra en 1916 para repartirse Siria y el Medio Oriente bajo los mandatos de Mesopotamia y Palestina. (“Historia del Petróleo”, Daniel Yergin, 1992, y “Las guerras del petróleo”, Geoeconomía, revista del Instituto Choiseul para la Política Internacional y la Geoeconomía Nº 38, París, 2006.)
Siguiendo los datos de las mismas fuentes se contabilizan doce pactos de ocupación territorial entre potencias sin acudir a conflictos armados y alrededor de 75 golpes de Estado en Asia, Africa incluido el Magreb, el Golfo Pérsico, Europa del Este y América latina. Una cantidad indeterminada de guerras civiles han sido promovidas por las compañías petroleras. Yerguin sostiene que fueron 27 en el siglo XX, pero es difícil deslindarlas de las otras guerras y a veces comenzaron por golpes de Estado como las de Sudán, Nigeria e Indonesia.
Nuestro continente registró tres guerras directas por petróleo, dos en la región chaqueña, una entre Perú y Ecuador, además del conflicto por yacimientos en Guatemala durante la década de los ’80, y la Guerra de Malvinas que también desprendió algunas purulencias bituminosas. Uno de los tres ejes geoestratégicos del Plan Colombia, del Plan Puebla Panamá y del Objetivo Amazónico es el petróleo de la Orinoquia, de la Amazonía y de la franja norte de América Central.
Otro propósito clave en Libia es la OPEP. Las potencias necesitan el control del mercado petrolero mundial y el resguardo de reservas a largo plazo. El problema es que en el medio están los Estados y en algunos de ellos hay regímenes independientes, incluso antiimperialistas. La OPEP perdió a Irak-Kuwait, luego a Libia desde antes de ahora, quieren sacarles a Irán o a Venezuela y así paulatinamente hasta liquidar el sindicato.
Hay algo más que los tiene con el sueño alterado. Las “7 Hermanas” de empresas petroleras actuales se basan en siete Estados-nación de los cuales sólo dos, Malasia y Arabia Saudita, responden en forma directa a EE.UU. y la OTAN. Las otras cinco pertenecen a Estados independientes: China, Rusia, Irán, Venezuela, Brasil.
El valor de la propuesta del ALBA iba en el camino opuesto. Que una comisión internacional de países similares a Libia mediaran en la guerra para frenar la intervención de la OTAN y EE.UU. Se agotó en el camino por fuerza propia. La Unidad Africana no tiene base moral para actuar, porque se compone de regímenes represivos y la Liga Arabe jugó en el bando contrario. Libia fue quedando sola, con un déspota en Trípoli y una oposición proyanqui en Benghazi.
Desde entonces sólo sentimos el hedor de una guerra preñada de petróleo.
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